Muchas veces sucede lo inesperado, lo que se escapa de las encuestas, aun aquellas que presumen de dar en el clavo como la del CIS cuyo responsable, el señor Tezanos, bien pudiera tomarse un largo descanso porque en lo referente a las elecciones andaluzas hizo mas bien el ridículo.

Con Vox nadie contaba, si acaso se le daba un diputado por Almería y al final ahí está el resultado: 12 diputados para el Parlamento andaluz.

Muchos se rasgan las vestiduras y no acaban de comprender el porqué de la presencia de estos grupos extremistas en la vida pública cuando la realidad nos dice que no solo por estos lares sino en Europa, Brasil y EE UU aparecen porque una crisis de larga duración, a la que ha seguido la implantación de un modelo económico, ha sido incapaz de hacer compatible el actual crecimiento de la economía con la creación de puestos de trabajo en grado suficiente para hacer descender la alarmante tasa de desempleo, teniendo como resultado un papel determinante para la explotación de sentimientos xenófobos por este tipo de organizaciones donde está ubicado Vox. Y, además, todo esto acompañado de un sentimiento de identidad nacional que vuelve por los fueros de Una, Grande y Libre.

Desde Canarias y por parte de los nacionalistas se veía el nacionalismo español centrado en el Partido Popular y Ciudadanos, pero ahora, ante la presencia de Vox, con el barrunto de que irá a más y que su implantación en Canarias puede considerarse como un hecho, el nacionalismo canario (en su conjunto) tiene que tomarse esta nueva situación política con la debida preocupación, por lo que debe caminar por una nueva estrategia ante las próximas elecciones del mes de mayo para que la gente que vaya a votar tenga bien claras las diferencias y las potencialidades que encierra el nacionalismo para esta tierra.

No podemos ir con un discurso de contención y medias palabras, porque los otros no lo van a propiciar; como tampoco permanecer encerrados dentro del caparazón de un Estatuto que estaría bien si se desarrollara en toda su amplitud y no que muchas cuestiones pudieran conducirse por el camino de la retórica y por el de la tardanza en lograrlo, ni se sabe cuándo. Tendremos que ser capaces de elaborar, sobre todo, un discurso puntiagudo, claro y determinante de un nuevo paradigma ideológico-territorial.

Tenemos que defender el territorio y no a estar a expensas a lo que los demás nos puedan dar o aportar (léase Estado español), sino que tendremos que demostrar, y comenzando por nosotros mismos, los nacionalistas, que poseemos todas las potencialidades para considerarnos un pueblo que desea un nuevo contrato con el Estado español.

Cuando unos pretenden unir a la madre patria y liberar a las autonomías camino de un centralismo recalcitrante, nosotros desde la diversidad y singularidad que tiene Canarias debemos fortalecer un discurso que tapone, que oscurezca, que acalle aquello que vamos a oír y que a mucha gente seguro que le gustará.

Tendremos que buscar la diferencia, que la tenemos, y no acobardarnos ante las palabras porque otros las tomaran por nosotros pudiendo quedarnos como meros oyentes. Tendremos que reaccionar con un nuevo paradigma nacionalista que tendrá que elaborarse desde ya hasta las elecciones. No podemos continuar con las prudencias establecidas ante esto y aquello porque otros sí que no las van a tener.

Tendremos que remozar nuestro lenguaje y agitar la bandera de un nacionalismo consecuente que no puede ser otro que el estar sujeto a las reivindicaciones territoriales que son, ni mas ni menos, que queremos ser una tierra sin rémoras, sin estar sujetos a las exigencias de otros; y que no podemos estar sempiternamente a la espera ante situaciones degradantes, si se firma o no este o aquel convenio.

Tendremos que tener un discurso fuerte y resolutivo donde nuestra ideología nacionalista descanse en las reivindicaciones territoriales. Tengamos esto presente ante los salvapatrias que están prestos a desembarcar en Canarias y que llegarán con la pretensión de descubrir y proponernos un nuevo mundo como si aquí estuviésemos aún bajo el influjo de la "modorra" que en su día nos inocularon los conquistadores castellanos.