En la transición, a mediados de los años setenta, las manifestaciones democráticas no sólo se enfrentaban a la policía. Había siniestros individuos con gabardina a los que acompañaban varios centenares de cachorros fascistas armados -con total impunidad- con porras, cadenas y puños americanos. Los manifestantes se enfrentaban por un lado a la represión policial y por el otro a los denominados ''ultras'', muchos de ellos militantes de Fuerza Nueva. Los años han pasado. Hoy quienes se manifiestan en Alsasua en defensa de la Guardia Civil corren peligro de ser agredidos por otro tipo de ultras: los ultranacionalistas. Los mismos que revientan las manifestaciones ajenas en Cataluña. Los que cortan las autopistas y rompen escaparates para hacerse con la mercancía con la excusa de la rabia.

Existe una cantera de furia radical y violenta que está dispuesta a adueñarse de las calles de igual forma que pensaban hacer los fascistas de la ultraderecha en la transición. Pero hoy pueden ser de extrema izquierda, republicanos, independentistas o propiamente facherío. Hay ultras en el fútbol que consideran el deporte como la agresión a los que tengan otros colores. Y ultras vandálicos con coche o moto circulando por nuestras calles. La gente está como al límite de la tolerancia desde que se levanta hasta que se acuesta.

La última semana los medios han entrado en un bucle compulsivo sobre Vox. Pablo Iglesias llamó a la gente a las calles contra el resultado de las urnas. La portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, ha hecho unas declaraciones pidiendo un cordón sanitario en torno a ese partido. Y por todos lados surgen voces que protestan por la entrada en danza de la derecha más extrema que parece subir en las encuestas. Más, cuanto más la descalifican.

En el Congreso de los Diputados se sientan hoy partidos vinculados con el terrorismo vasco, hay diputados que persiguen la destrucción del Estado español y hay fuerzas que han organizado comités revolucionarios que practican la violencia callejera. Lo de Vox no es la excepción, es la triste regla de una sociedad que ha perdido la cordura.

El presidente de Cataluña, Quim Torra, ha llamado a seguir la vía de la independencia de Eslovenia: o sea, ha apuntado al conflicto armado. Si eso no es fascismo se le parece mucho. Hasta el día de hoy -cautivo y desarmado el ejército de la razón- el secesionismo ha tenido la complicidad de cierta parte de la izquierda. Hasta Pedro Sánchez ha intentado seducirlos como aliados de conveniencia para armar una mayoría parlamentaria. ¿Hasta cuándo? ¿Cómo se puede defender, desde la izquierda esa tesis de España nos roba? ¿Desde cuando se puede defender que un territorio rico se niegue al principio de la solidaridad con el resto del Estado por la vía de dinamitar el propio Estado?

Europa está en llamas. Y la responsabilidad está en las grandes fuerzas políticas que hace ya tiempo que se olvidaron de la gente. Que transmiten el mal ejemplo de la crispación y el insulto mutuo. Va a ser que la gran crisis era la de los valores.