Hace ya unos cuantos años tuve la oportunidad de entrevistar al psiquiatra Luis Rojas Marcos, cuya popularidad había aumentado por ser el responsable de la sanidad pública en Nueva York el día del atentado contra las torres gemelas en 2001. Entre otros muchos asuntos, le pregunté cuáles iban a ser las patologías más relevantes en el siglo XXI. Y me respondió algo que me dejó absorto: la soledad, me dijo. Claro, decirle eso a alguien de cuarenta años es contarle algo que normalmente no se puede calibrar. Ni siquiera se puede asimilar como enfermedad. Pero ayer leía en la web RTVE una entrevista: "La soledad, una epidemia creciente", en la que se hacía referencia a la soledad no deseada ni elegida. En España más del 25% de los hogares ya son unipersonales.

Para la psiquiatra Marta Miret la soledad será más mortal que la obesidad, y si bien los perfiles están ligados a los mayores, esa no es la soledad a la que nos referimos. Miret habla de las conductas que se derivan de la soledad, como el alcoholismo, el tabaquismo y un sinfín de patologías asociadas a la soledad que empiezan a poner en jaque a los científicos. Pero es que, además, este fenómeno va en alza y a toda velocidad. Siguiendo los datos nos encontramos con las redes sociales, que nunca van a compensar la soledad aunque la disfracen. Vivir solo no es sentirse solo. Los componentes son otros tales como cambiarse de ciudad, fracasos sentimentales, muerte de un ser querido o emancipación de los hijos. Y llegamos al empleo. Si tener mucho te puede dejar aislado, no tenerlo o tener uno precario te lleva a salir de todo círculo social. Y si hay distintos tipos de soledad como la transitoria que es la normal en la vida, la que sube y asusta es la que se cronifica. Ya no saludamos a nuestros vecinos de edificio ni sabemos quiénes son. En una progresión incierta, una de las claves es observar y ayudar al otro: es el no deshumanizarnos.

@JC_Alberto