En la mañana de Reyes, después de abrir los regalos en familia, sabiendo que la magia y la ilusión de ese momento radica en contemplar la carita sorprendente y risueña de los niños - en este caso de mis nietos-, que abren los regalos como si les fuera la vida en ello, salí a pasear y a tomar el bendito sol de la alborada para darle un poco de vitamina D a mi desgastado cuerpo y, de camino, respirar el aire limpio de la amanecida, cuando, de pronto, me encontré con mi amigo Pelicar, mi viejo y entrañable compañero de tertulia, que venía de comprar el periódico y el pan.

Nos saludamos e intercambiamos los sucesos familiares de aquella noche mágica donde, desde tiempo inmemorial, casi todo puede ser posible; le comenté que sus Majestades me habían traído cosas prácticas: un pijama, un abrigo, una bufanda, un buen libro, algo de música?; y quise saber qué le había deparado a él aquella noche tan extraordinaria; pues, sinceramente -me contestó-, toda nuestra familia está profundamente sorprendida y agradecida a la Divina Providencia, porque a través de sus Majestades los Reyes Magos, nos ha devuelto a nuestra familia, a un hijo que creíamos perdido. ¿Perdido? - Le pregunté sorprendido-. ¿Pero si a tu hijo lo vi hará unos días por La Laguna, y me saludó muy amablemente? No, ese hijo no; me contestó, me refiero a mi otro hijo, a Sacha.

Y, entonces, entendiendo lo sucedido, le abracé, y nos congratulamos los dos, y le felicité por aquel hijo pródigo que tanto había esperado reencontrar algún día. Fue, -según me contó-, en la noche de Reyes; cuando su hija llamó a casa y les dijo que tenía una noticia muy importante que contarles; le preguntó Pelicar si era que estaba de nuevo embarazada, a lo que su hija le dijo de forma cortante: «NO, Papá, no es eso»; insistió a sus padres en que se sentaran, y que abrieran el WhatsApp familiar, y que vieran el contenido de las fotos que había enviado, pero tenían que hacerlo los dos a la vez. Y eso hicieron. Cuando aparecieron las fotos, su mujer y mi amigo, lanzaron una exclamación de felicidad, angustia, sorpresa, nervios e incredulidad al gritar al unísono su nombre: ¡Sacha! ¡Por Dios, era él! Su querido hijo del que no sabían nada desde hacía, al menos, diez largos, eternos, penosos y angustiosos años.

Se besaron, se abrazaron, chillaron, se rieron y lloraron como niños al verlo allí, hecho un hombre: rubio, guapo como su hermano Pablo, con esos ojos que te atraviesan el alma y pide ser querido; un ángel, que creían haber perdido para siempre; aunque nunca les faltó la esperanza del reencuentro. Todo comenzó -siguió Pelicar contándome-, cuando se apuntaron como padres tutelados en una Asociación de Acogida de niños bielorrusos; más concretamente de los nacidos cerca de Chernóvil, y que, en cierta medida, estaban afectados por el desastre de la fuga de su central nuclear. La suerte quiso poner en su camino a Sacha; tenía apenas 7 años y era el ser más indefenso y bueno del mundo.

Nosotros - me contaba con los ojos enrojecidos-, sus padres de acogida y mis hijos, que ya eran como hermanos, lo atendimos y le dimos lo que teníamos: un hogar, compañía, cariño por supuesto, cosas materiales como medicinas, ropa, juguetes?; pero él nos dio lo más importante: amor y agradecimiento en estado puro. Un amor pleno, sano y desinteresado. No sabía hablar español, pero poco importaba; era muy inteligente y en poco tiempo aprendió sus primeras palabras. Vino con nosotros los tres meses de verano y las fiestas de Navidad hasta que cumplió los 14 años. Ya era casi un hombre: ya sabía hablar y escribir perfectamente el español; se había integrado en la familia como un miembro más; y cuando se fue aquel año, pasado Reyes, se fue llorando porque no quería irse. Nuestro desconsuelo fue total, pero esperanzador, porque sabíamos que lo veríamos en el próximo verano.

Pero a partir de aquella despedida -siguió contándome Pelicar-, nunca volvimos a saber nada de él. Fue un golpe trágico y desesperanzador en toda regla. Removimos Roma con Santiago. Lo intentamos todo; ya lo creo que lo intentamos: a través del teléfono, por medio de la Organización de Acogida, del consulado?; no hubo forma; fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Desesperados y angustiados pasamos aquel año, y el siguiente, y el siguiente y así hasta la noche más mágica del año de este 2019, en que los Reyes Magos nos ha devuelto a nuestro Sacha y, con ello, la ilusión y la tranquilidad de saber que está sano, y salvo. Incluso que está casado y es padre de una preciosa niña; con lo cual, vuelvo a ser abuelo por tercera vez.

Y, por lo que me cuenta mi amigo, ha sido Sacha, quien los buscó por las redes sociales - cosa que, la verdad, a ninguno de ellos se les había ocurrido-, y, así vemos a Pelicar, que de eso de las nuevas tecnologías y de las aplicaciones en los móviles no sabe ni entiende ni quiere entender, absolutamente nada, como, de pronto, ya las maneja casi todas. Porque se ha reencontrado con su hijo e incluso puede hablar con él, porque todavía no ha olvidado del todo el español, y hasta verlo a través del Messenger.

Ya habrá tiempo para las preguntas y para rellenar un vacío de diez años; pero ahora, él y su familia están tan felices que han vuelto a creer, incluso, en los milagros de la Navidad.

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