Llega la marea de las elecciones y el charco se revoluciona como si alguien hubiera metido un palo en el agua. Los caboces y los pejeverdes van de aquí para allá como si se hubieran vuelto locos. Y pasa lo que pasa. Los grandes líderes se van de visita por todos los entrañables rincones de esta España nuestra, incluida naturalmente macarronesia guanche, y se crecen, se vienen arriba y empiezan a soltar por esa boca.

El líder de los populares, Pablo Casado, por ejemplo, no ha seguido el discreto ejemplo de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno se vino a Lanzarote pero es como si no hubiera estado. Un mudito. Y es que no le vio nadie, excepto los guardias civiles que le estuvieron protegiendo, poniendo dinero de su bolsillo para pagarse las comidas, porque no les pusieron ni un triste Piolín en el despliegue estratégico. Tan solo nos dejó la fina estampa de su apolínea figura bajando en chanclas a darse un bañito en una cala privada de la costa pública de Lanzarote.

Casado, en cambio, llegó y decidió que nuestra vida tiene que ser mucho más emocionante. Y para subir la adrenalina no hay como colocar en las islas una base estratégica del ejército de los Estados Unidos. Eso es justo lo que propuso, mientras a Asier Antona se le desfondillaban las orejas del pitido. Pero una cosa es que Rambo haya estado por Tenerife, porque era el escenario perfecto para representar un deprimido escenario mejicano, y otra que nos pintemos una diana en mitad del trasero. Será más excitante, pero produce mucho estrés.

De todas maneras, a las ocurrencias que se sueltan en los prolegómenos de las campañas electorales hay que hacerles el caso que se merecen. O sea, escaso. No será la última que oigamos. Ahora empezarán a moverse por la geografía ministros, ministras y ministres y personajes varios, a la caza y captura de esos votos que se están escurriendo por las rendijas del hastío. Nos prometerán el oro y el moro y una reedición de la "agenda canaria" chapada en purpurina. Uno ya se ha comido trolas que hubieran atragantado a un tiburón blanco.

Lo que pasa es que esta vez además de las elecciones de mayo tenemos los presupuestos generales del Estado para 2019, que están a punto de salir del horno. Y ahí vamos a saber cómo sale Canarias en la foto. Así que dejemos a un lado las bases militares y los pajaritos preñados. España tiene una deuda estratosférica y gasta más de lo que ingresa. El Gobierno ha subido las pensiones y el sueldo de los funcionarios y los costos de las administraciones públicas. Todo eso hay que sacarlo de algún sitio. Y estas islas y sus dos millones y pico de subvencionados ciudadanos felices pueden salir muy trasquilados. Con lo que el silencio de Pedro Sánchez empieza a tener sentido. Habrá pensado el hombre: ¿para qué les voy a adelantar un disgusto?