No me había recuperado del último seísmo en la opinión irritada y doliente de las masas cuando comenzaba la vibración amenazante del siguiente. Lo bueno de los seísmos es que no se encadenan y retroalimentan, sino que desaparecen por ensalmo. La minería de la memoria histórica (psicológica y científicamente: tolete; no hay duelo pendiente sin pérdida vivida y real), tras convulsa agitación desapreció de un día para otro. La rabiosa urgencia mutó en estado zen. El nacionalismo español simétrico del catalán -disertaban- se extinguió cuando apareció el verdadero y definitorio (como debería saberse): el identitario/Vox. La desgarradora experiencia de la corrupción se fue definitivamente con Rajoy. Corrupción superada, como la invivible aflicción desatada. El fin del mundo se aplazó. Para que el personal no se alongara en su vida personal, el último choque tectónico, proclamando luz y justicia eterna con toda su trompetería milenarista, ha llegado de la mano implacable del feminismo último. No hay descanso: más dramaturgia y teatralidad (vodevil: vil, más bien). De desencantamiento del mundo, Max Weber, nada: sino re-encantamiento, vívido animismo y ofuscada sugestión, ángeles y demonios, libretillo y emotividad.

Todos estos fenómenos tan desquiciados emocionalmente y cortantes como espadas no irrumpen de la nada o advienen novedosos, sino que todos estaban ya. Todo, absolutamente todo existía desde décadas o de siempre, todo era viejo y conocido. Pero nadie había creado ese gran efecto escénico, de gran montaje, coros, decorados, de gestualidad agonística y declamación trágica. La llantina como derecho humano primordial.

Con los estados emocionales más paroxísticos, el ansia totalitaria cada vez se hace más afanosa, imponiendo en primer lugar una neolengua, tabús, censuras, pensamientos raquíticos oscuros, absolutamente ideológicos, pautas de comportamiento, impidiendo cualquier discrepancia con la disuasión del insulto, la estigmatización y persecución. Controlan la calle, medios, televisiones, instituciones, legislación. Es tal la furia totalitaria que su triunfo ha de ser cada vez mayor -un craso error cometen: véase el separatismo insaciable-, y el español que así se proclame es fascista, el indolente ante la corrupción (de parte), infame, y el mero varón, machista y violador. Es la ideología de género una subideología de baratillo y exasperación, oscurantista y anticientífica que, de mezquina, proscribe el derecho de discutir. No confundir mensajes salvíficos, cultura manoseada, falsa representación ostentada, que son superestructuras, con la infraestructura, ojo, que son los chiringuitos, canales de ideologización mostrenca y palancas para la subvención manirrota de oficios varios en cometidos litúrgicos (y compadreo). Un feminismo alentado por solo algunas mujeres intensamente motivadas (activistas, políticos y animistas genéricos).