Los pueblos, como los peces, no tienen memoria. Y por eso, porque usted es un desmemoriado, no se acuerda de que el último presupuesto donde descorchamos las botellas de champán y viva la fiesta fue el de José Luis Rodríguez Zapatero, que se gastó los sesenta mil millones que tenía en la caja pública en farolas y aceras. Después nos despertamos con la resaca y resulta que tuvimos que empeñar hasta los calzoncillos para pagar los gastos del tenderete.

Más allá de las quejas territoriales -ayer ordeñamos nosotros, hoy ordeñan otros- los palos que le van a llover a las cuentas de España para este año es que se vuelcan en Cataluña. Eso es lo que va a estar en la licuadora política en los próximos días y lo que reconcome a los socialistas que las defienden a pie de calle. Meter pasta en uno de los territorios más ricos del Estado -y con el mayor pufo de deuda pública- es una desvergüenza importante cuando lo que estás buscando es el comprensible beneficio político de mantenerte en el machito. ¿Por qué? Porque es una comunidad que ha chantajeado al Estado y pretende su liquidación. Porque tiene abierto un conflicto que ha perjudicado el crecimiento de todo el país. Y porque la obsesión por la república catalana tiene cabreados al resto de los conciudadanos del Estado.

A mí, sin embargo, lo que me pone los pelos como escarpias es que estos son unos presupuestos expansivos justo en la frontera de todas las incertidumbres. Sánchez aumenta los gastos sociales, sube las pensiones, el sueldo de los funcionarios y las inversiones en las comunidades de sus posibles aliados. Para cuadrar tanto gasto lo que ha hecho es inflar los ingresos. Piensa recaudar 22.000 millones de euros más, hasta llegar a los 227.000 millones. Un récord de recaudación que se basa en nuevos impuestos, cuya capacidad recaudadora se desconoce. Y que ignora que este año se puede producir una bajada en el PIB a consecuencia de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y que, además, el agujero pavoroso de la deuda pública de los países está llegando a un límite increíble que puede desembocar en el aumento de los intereses a pagar.

Uno, normalmente, siempre termina gastando mucho más de lo que había pensado e ingresa mucho menos de lo que esperaba. Si se cumple ese viejo axioma en este país, mucho me temo que cualquier futuro Gobierno -o incluso éste mismo- va a tener que recurrir a la única solución de urgencia que queda cuando estás metido en la trampa: subir los impuestos a mansalva a las clases medias para poder llenar la caja. Tenemos una dolorosa experiencia reciente de la que aún no nos hemos recuperado. Pero como la jodienda no tiene enmienda, una década después de habernos tirado la ventosidad más grande que el orificio de salida, estamos otra vez en las mismas. De donde se deduce que no tenemos remedio.