Ayer se presentó el libro de un referente del periodismo de Canarias, Ángel Tristán Pimienta, que bajo el título "El 68 y la Larga Transición" le da un repaso a la muerte de la dictadura y al nacimiento de aquella joven democracia de la que hemos disfrutado hasta hoy. A Tristán le conocí cuando era un joven político socialista que acudía a las reuniones de la Junta preautonómica, que celebraba sus sesiones plenarias en una modestísima sala del edificio Hamilton de nuestra capital. Nada que ver con los fastos de esta oronda administración plagada de sedes y suntuosos escenarios. Allí se discutía, con un entusiasmo ilusionado, del futuro de Canarias y se ejercían de forma real unas libertades que todo el mundo estaba ensayando.

En el prólogo del libro, que escribe un viejo comunista y economista, Antonio González Viéitez, que también arrastró su maletín por aquella Junta de Canarias, yacen unas palabras lapidarias. Unas en las que se reflexiona sobre la capacidad de entendimiento de tanta gente diferente, con ideas extremadamente contrapuestas: "(...) la sensación profunda que uno tiene es que compartíamos casi todas las cosas importantes. Y no solo no hay que tener ningún reparo en reconocerlo, sino que este reconocimiento del ''otro'' es un valor que, estando en sus horas más bajas hoy en nuestro país, es fundamental reivindicar y devolverlo a la práctica más noble y también cotidiana de la Política con mayúsculas".

Con el libro de Tristán, que es una sólida crónica periodística, resurgen las certezas de que, efectivamente, las personas que vivieron aquellos años e hicieron posible la transición política y construyeron la difícil autonomía canaria no podían ser más distintas ni distantes. Estaba la gente que venía desde posiciones de las distintas izquierdas, arrastrando los recuerdos de una represión feroz y la memoria de las heridas familiares de la Guerra Civil, los democristianos que coexistieron con la dictadura marcando una discreta distancia del franquismo casposo, los ''camisas viejas'' del régimen a los que la muerte de Franco dejó huérfanos de apoyatura... Santos Juliá, en su relato de las dos Españas, los definía como los hijos de los vencedores y los vencidos que, en un momento dado, coincidieron en cambiar el relato del pasado, de la "cruzada contra los rojos" y la "salvación de España" para construir una nueva historia.

Algunos afirman que el cemento para unir a tantas personas de diferente ideología fue el miedo al regreso de la dictadura, que dio sus coletazos hasta el 23 de febrero de 1981, con el intento de golpe de Estado. Yo no lo creo. Durante décadas los demócratas soportaron el ruido de sables, los atentados terroristas y las amenazas a las libertades, más con la esperanza de construir un futuro que con el miedo a repetir el pasado. Leyendo a Ángel Tristán y los muchos nombres que recuerda el prolijo relato su libro, el éxito de esta democracia fue contar con una clase política que tal vez no fuera mejor que la de hoy, pero que era infinitamente más tolerante.