Todos los ciudadanos tienen derecho a la huelga, a la protesta y a la defensa de sus intereses laborales. Pero como todo ejercicio de un derecho, debe realizarse en determinadas condiciones. No sé si los taxistas de Barcelona o Madrid ganarán su guerra contra la competencia, pero han perdido una batalla muy importante, tal vez definitiva, en el terreno de la opinión pública. Es decir, de sus clientes. El símbolo de uno de sus dirigentes presentando su dimisión y abandonando una asamblea habla por sí solo. Sus palabras -si no os gusta la violencia, dejad de romperlo todo- no se escucharon en mitad de los gritos de furia de una gente que parece haber perdido el sentido común.

Las imágenes que están dejando las manifestaciones de los taxistas son brutales. Cortes de tráfico salvajes, agresiones a coches particulares con la mala suerte de ser de color negro, pedradas, golpes y pinchazos de neumáticos a los VTC, rotura de mobiliario urbano... Cualquier razón que pudieran tener en sus demandas se ha perdido por ese camino de violencia injustificada e injustificable.

En estos días circula un chiste por las redes. Ese que dice que los carteros se van a ir a la huelga hasta que no se prohíban los emails. Representa, a través del humor, el choque de lo tradicional con las nuevas tecnologías. El servicio del taxi es una herencia del pasado condenada a medio plazo a la extinción en su actual fórmula. Otra cosa es que las miles de personas que trabajan en ese negocio puedan ser expulsadas de una patada en el culo, sin transición y sin compensaciones.

Cualquier ciudadano consideraría un disparate que un funcionario decidiera arbitrariamente cuántos bares o peluquerías o cines o tiendas de música se pueden abrir en una calle. Sin embargo hay mercados ''regulados''. Siempre en perjuicio de los ciudadanos. Cuantos más taxis haya, cuantas más farmacias, cuantos más comercios, mejor para los consumidores, porque tendrán más oferta disponible. Pero alguien decidió que en algunas actividades se debe poner un número máximo de negocios. Por ejemplo los taxis. De ahí que los taxistas hayan tenido que pagar miles de euros por un ''permiso'' municipal para coger sus propios coches y transportar a otras personas con una tarifa que también les viene impuesta por quien les vendió la licencia.

Internet ha llegado para revolucionarlo todo. También el transporte. Pero en vez de pactar una transición ordenada y paulatina, los políticos se han dedicado a pasarse el muerto de unos a otros. Hacen gala de una cobardía congénita para tomar medidas que afecten sus expectativas de votos. Empujados por la exasperación, los taxistas han perdido la cabeza y la razón. El daño que se está causando a la imagen de Madrid y de España es irreparable. En pocos años estaremos en un mundo de coches sin conductor. Los que hoy gritan que están dispuestos a morir para defenderse del futuro, ya están muertos, solo que no lo saben. Y no son los únicos.