Incertidumbre. Y es que, aunque haya sondeos de opinión y encuestas, la seguridad del voto no existe y solo queda esperar. Incertidumbre, pero en el caso de las elecciones europeas de mayo de 2019 se suma otra palabra: inquietud. Inquietud e incertidumbre porque desde el año 2014 la extrema derecha no ha parado de crecer y afianzar su corrosivo discurso en una sociedad exasperada y, a su vez, inquieta, al igual que aquellos que observamos el avance de estos partidos políticos y de sus ideas. Ahora bien, ¿qué preocupa más? ¿Su progreso, la espiral del silencio que hace que avancen o la actitud de aquellos que aceptan respuestas simplonas a los problemas que enfrenta la Comunidad Europea?

El miedo al otro es la lengua de este discurso, miedo a la globalización, a la llegada de inmigrantes, y no se hace autocrítica. Si damos la espalda a la raíz de los problemas estos no van a desaparecer. Es decir, si un refugiado toca en la puerta de España, que el país la cierre no va a suponer que en su lugar de origen pare la guerra, el hambre o la desigualdad. El asunto migratorio es uno de los puntos más delicados. Se ha presentado como una amenaza y no lo es. En 2015 hubo un flujo importante de personas que huyeron. Fue un desastre humanitario sin precedentes. El porcentaje de desplazados ha sido menor en comparación con los que se han quedado en los países vecinos y, de estos conflictos, los huidos han sido despreciados por Europa porque la Unión Europea no ha sido capaz de reglar. La gente acepta respuestas crédulas a problemas muy complejos. La ultraderecha no da soluciones, sino que siembra el odio entre todos. Intenta aglutinar a su electorado dentro de una clave intransigente pero que, sorprendentemente, cala porque desde el Parlamento Europeo no se está dando la talla. La ciudadanía anhela una Europa eficaz, que mejore la vida de la gente y que establezca un modo de convivencia que asegure la paz y cumpla con el derecho internacional humanitario. Valores desgastados a los que países como Hungría o Polonia dan una cachetada con el intolerable deterioro de sus sistemas democráticos.

En Europa conviven muchos frentes abiertos. Según la última encuesta publicada en la página oficial del Parlamento Europeo, realizada en octubre de 2018 a más de 27.000 personas de 28 Estados miembros, las prioridades de los ciudadanos han ido evolucionando en los últimos seis meses. La lucha contra el terrorismo pasó del primer al cuarto lugar (44%), mientras que ahora el primer puesto es ocupado por la inmigración (50%), seguida de la economía (47%) y el desempleo juvenil (47%).

Poner una solución, con la profundidad y el arduo trabajo que eso significa, a la lista de cuestiones que preocupan a los europeos tiene una fecha. Entre los días 23 y 26 de mayo de 2019 se celebrarán las elecciones europeas, momento en el que las palabras "incertidumbre" e "inquietud" deben tomar un rumbo. Por un lado, ser conscientes de que en el caso de Canarias se colocarán cinco urnas: la europea, la municipal, la del Cabildo y dos para el Parlamento Canario, ya que habrá una lista regional y otra insular tras entrar en vigor el nuevo Estatuto de Autonomía. Por otro, ser conocedores de que, a pesar de enfrentarse a una realidad difícil, Europa siempre ha sabido reinventarse porque aquellos que la conforman y son su rostro y su corazón saben que los extremos traen consecuencias devastadoras, que la espiral del silencio solo favorece a los injustos y que en tiempos de incertidumbre los argumentos simples no valen. Respetar la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos, saber cuál es el idioma de la solidaridad y hablarlo cuando la guerra azota a las naciones vecinas, es el cemento del Estado de Bienestar. Un cemento que la ultraderecha pretende romper con sus piolets mientras escala Europa. Lo veremos en mayo.

*Estudiante de 4º de Periodismo en la ULL