Las carreras políticas en España, salvo muy honrosas excepciones, responden a la balística. Después de una trayectoria ascendente sigue un inexorable descenso a los infiernos del suelo. Y cuanto más elevado sea el ángulo de ascenso, más corto se torna el recorrido. Pedro Sánchez ha sido un meteoro político que parece haber llegado al punto más alto de la parábola de su vida pública. Las sucesivas torpezas que está cometiendo son de carácter estructural y no solo demuestran que lo que le preocupa mayormente es su propia supervivencia, sino que alumbran una falta de sentido común estratosférica.

El asunto de Cataluña no es ni nuevo ni fácil. Se ha conllevado, como decía Ortega, por décadas. Pero se está convirtiendo en un cáncer que amenaza con destrozar la estabilidad del Estado y llevar hasta el paroxismo el enfrentamiento de una sociedad proclive al guerracivilismo. Mariano Rajoy, con el Gobierno conservador, lo trató torpemente, bajo su tradicional premisa de que si ignoras un problema acaba por resolverse solo. Dijo que no habría referéndum y lo hubo. Y dejó una herencia envenenada. Pero Pedro Sánchez ha prolongado el error sumergiéndose en una ficción imposible y falsa: la creencia de que el diálogo y las concesiones van a calmar las ambiciones secesionistas.

Con un Gobierno mantenido en una aplastante minoría, Sánchez no tiene ni la fuerza moral ni el respaldo político para plantear estrategias unilaterales. No cuenta con el apoyo de una oposición -desleal y sin sentido de Estado, como son todas en este país- que aprovecha sus deslices para arrimar el ascua electoral a su sardina. Y tiene enfrente a un independentismo devorado por sus propios demonios interiores, sumergido en una guerra intestina donde todo el mundo juega a ser más extremista y radical en sus planteamientos.

La última torpeza de Gobierno español, aceptando una de las 21 exigencias de Cataluña, el famoso mediador en las conversaciones entre partidos políticos -semánticamente disfrazado de "relator"-, ha despertado las iras del bloque conservador. Pero lo más importante es que ha cabreado a muchos socialistas. Se supone que los partidos hablan en el Parlamento y para dar fe de algo basta una grabadora. Elsa Artadi, la portavoz de la Generalitat, ha soltado estos días una frase envenenada. Hace falta alguien que dé fe de lo que se dice, porque el Gobierno de Sánchez les dice a ellos unas cosas y dice otras al resto de España. O lo que es lo mismo, están engañando a todo el mundo.

La irresponsable oposición, que siempre es un bombero pirómano, está pidiendo elecciones. Tienen razón sin tenerla. El presidente tiene que convocar a las urnas porque quien quiera que sea que gobierne este país tiene que contar con el respaldo mayoritario de la sociedad. Y tiene que hacerlo cuanto antes. Por muy respetable que sea el deseo de supervivencia política del presidente, su situación de debilidad es insostenible. Ya que regresar a la moderación política es imposible en España, al menos retornemos a la fortaleza.