El fenómeno sociopolítico más importante que está viviendo nuestro país en estos últimos tiempos no es el feminismo, la irrupción de Vox o el debate sobre el tratamiento que debe dar la prensa a los romances de los políticos. Todo eso palidece si lo comparamos con la relevancia social que están tomando los integrantes de Los Lobos -el grupo de concursantes de Boom- entre el gran público. El pasado jueves tuvo lugar la proclamación oficial de este fenómeno cuando Pablo Motos les invitó a El hormiguero. Por primera vez en años, los invitados del magacine no iban a promocionar un disco, a relanzar una carrera en declive o a hablar sobre su vida privada. El cuarteto de cinco que son Los Lobos sólo estaban ahí por saberlo casi todo sobre casi todo y el resultado fue el programa más visto en la televisión nacional de ese día.

Aunque los millenials no se lo crean, Erundino, Manu, Valentín, Alberto ¡y Jose! son en este momento influencers más potentes que Dulceida, Soy Una Pringada o C. Tangana. Philip Cushman, historiador y psicoterapeuta, defiende que el triunfo de la televisión conllevó el fin del carácter y el comienzo del encanto personal. Desde que el mercado se mete dentro de las casas a través de la publicidad, el carácter -esa imprecisa bonhomía hecha a base de frugalidad, esfuerzo, estudio y humildad- retrocede ante el encanto personal -esa chirriante inmadurez mezcla de excesos, vagancia, ignorancia y arrogancia-. Por eso, El hormiguero del jueves tuvo categoría de fenómeno académico y algún día se estudiará esta anomalía por la que, en pleno siglo XXI, unos individuos cargados de carácter y vacíos de encanto se convirtieron en líderes sociales.

Son los únicos relatores que aceptaríamos para el problema catalán. Son los únicos capaces de hacer una ley de educación que dure más de una legislatura. A su lado las tres derechas, las dos izquierdas y los indepes unidos sólo parecen un puñado de mamarrachos. Quizá, si ganan pronto el bote de Boom, estén a tiempo de presentarse a las próximas elecciones.