Nos ha dejado nuestro querido maestro, Javier Muguerza, el intelectual español más influyente de la segunda mitad del siglo XX responsable de la modernización de la filosofía española.

En el 2017 Unidos Podemos presentó en el Congreso de los Diputados una proposición de ley que regulara la eutanasia activa, la cual no fue apoyada. Ahora, con la muerte inducida por Ángel Hernández a su mujer, María José Carrasco, que llevaba 30 años padeciendo el sufrimiento de una esclerosis múltiple, esta espinosa cuestión recupera actualidad, aunque algunos partidos políticos nadan en la ambigüedad en sus proclamas electoralistas, sin definir concretamente que legislar al respecto donde cada cual va por su lado.

Por eutanasia activa se entiende la decisión libre de que le quiten la vida a uno si se dan las siguientes condiciones: intenso dolor o sufrimiento, irreversible enfermedad cercana a la muerte y carencia de alternativa alguna.

Sobre esta cuestión intervienen diferentes factores, tanto culturales como religiosos, donde la ciencia tiene que decir mucho al respecto, teniendo en cuenta que la muerte dispone de mil puertas distintas para que cada persona encuentre su salida, entendiéndose que la existencia no es un don o un regalo sino un fruto de la evolución humana. Se ha llegado al Homo sapiens desde las bacterias, las arqueas y los eucariotas. Esto a veces lo olvidamos e insistimos que provenimos de lo alto, o que crecemos desde abajo, diseñados de modo inteligente.

A este respecto nos hacemos eco de las sabias manifestaciones de Javier Sábada, catedrático de Ética, que entiende que la existencia no es como un segmento con inicio y fin, ni un segmento que no tiene fin como en las religiones que incluyen la inmortalidad, ni un círculo como en la rueda de las reencarnaciones de la sabiduría hindú.

La existencia es un semicírculo que alcanza el punto máximo hasta bajar y desaparecer por lo que la ciencia no puede entrar en confrontación con la ética porque la ética nos podrá situar en la ambigüedad y en el plano personal donde la cultura y la influencia religiosa impedirá, en la toma de decisiones en lo que respecta a la vida, la muerte o el buen morir.

Por eso, la cuestión estriba en reservar para la persona lo más preciado que tiene como valor máximo que es la libertad; sin libertad el ser humano está disminuido, apocado, sujeto a normas que ponen en peligro decisiones que deberían tomarse y no se hacen porque cada uno funciona de acuerdo a pautas de conducta, unas heredadas y otras asumidas por la conciencia personal del que tiene en un momento determinado tomar una decisión de alta responsabilidad.

Pues bien, desde este espacio de la libertad se sabe que hay códigos y leyes que penalizan y que intentan destituir la libertad pero habrá que considerar algún día que por encima de leyes y normas está la libertad. Y ahí, en ese campo, es donde tendrá que moverse el debate y donde se extraigan las relaciones necesarias para que la ética y la ciencia se ensamblen en un lazo común que se admita la eutanasia activa y que sea la libertad de la persona la que decida qué hacer.

El debate, pues, está abierto para que los que disfruten la vida lo sigan haciendo y vivan con felicidad, pero ante un derrumbe biológico que soporta el simulacro de una muerte anunciada es inmediato una nueva legislación sobre el derecho a la eutanasia activa para no mantener un suplicio innecesario, cruel y nada reparador.