Niños, niños con rostros morenos

piel curtida por el sol veraniego

entran despacio, cansados

por la clase, al colegio han llegado.

Se sientan en sus mesas, lastímeros,

ya que a examinarse han venido

con el bolígrafo en ristre, constreñidos,

empiezan a escribir ¡Oh, Santo Cielo!

¡Ay, Dios mío! No me acuerdo,

profesora... ¡Por Dios! Me requiebra

esta pregunta, no está clara, no la entiendo.

"Pues, muchacho, no te acuerdas que la dimos

y tú mientras mirabas para el techo".

ahora contempla con tristeza que el maná

no caerá nunca del cielo,

pues hay que labrar aquí en la tierra.

El que hacia delante no mira

se encuentra luego en el último puesto.

Magdalena Castilla Mesa