EN 1958, un joven Alfredo Kraus, que ya había cosechado sus primeros éxitos internacionales, encarnaba ante las cámaras a uno de sus predecesores en el arte del canto, el tenor navarro Julián Gayarre, que ha pasado a la historia como una de las primeras grandes voces de la historia de la interpretación en España.

Nacido el 9 de enero de 1844 en el valle del Roncal, Gayarre habría de tener una de esas biografías azarosas que hoy parecen destinadas al guión de una serie televisiva. Hijo de padres humildes, abandonó la escuela y, como el catalán Francisco Viñas, se ganó la vida como pastor. Su padre lo envió a Pamplona, donde trabajó como dependiente. Fue por poco tiempo, ya que una banda de música pasó por delante de la tienda y el joven abandonó su labor para seguirla, lo que le costó el despido y la vuelta al Roncal. No acaban ahí sus peripecias, ya que antes de cumplir los 20 años, y por motivos alimenticios, aún tendría que bregar en las forjas y herrerías de su tierra.

Gayarre acostumbraba a cantar mientras trabajaba, por lo que un compañero le ofreció apuntarse al recién creado Orfeón Pamplonés que dirigía Joaquín Maya, Éste lo admitió como primer tenor y el recordado maestro Hilarión Eslava le ayudaría a marchar becado al Conservatorio de Madrid. Otro maestro, Joaquín Gaztambide, le rechazó en cambio, lo que le obligó a regresar a Pamplona. Gayarre no se desanima y, de nuevo con una beca de la Diputación Foral de Navarra, intenta relanzar su carrera. Lo consigue fuera de España, en Milán, donde llegó a la cima en apenas tres meses. Posteriormente extendería su triunfó a Bolonia, Roma, Moscú, Viena, San Petersburgo y, nuevamente, Milán, donde consigue -el 2 de enero de 1876, en La Scala- un éxito clamoroso con la que habría de convertirse en su obra predilecta, "La favorita". A partir de ese momento, el "sin rival", como fue denominado por sus admiradores, pasearía su arte por los santuarios de la lírica, desde el Real de Madrid y el Liceo de Barcelona a la Ópera de París y el teatro Colón de Buenos Aires. "Los pescadores de perlas" marcaría otro hito en su carrera, pero negativo, ya que subió al escenario enfermo para interpretar la bella ópera francesa de Bizet en 1899. Sobre las tablas madrileñas, atacó una nota aguda, perdió la voz y se desmayó. El cáncer de laringe que se le detecta le sume en una profunda depresión y, así, de nuevo abatida por la fortuna, la muerte le llega el 2 de enero de 1890 a los 46 años de edad.