Juan Manuel de Prada Blanco (Barakaldo, Vizcaya, 1970) es uno de los escritores jóvenes con más éxito y repercusión mediática de España. El autor de "La tempestad", novela con la que ganó el premio Planeta en 1997, estuvo la semana pasada en la isla para participar en el XLIV ciclo de conferencias del Casino de Tenerife. Su fama de persona algo estirada y distante se disipó rápido porque De Prada gana mucho "en las distancias cortas". El viernes superó en capacidad de convocatoria al Mundial de Sudáfrica, ya que llenó el salón de actos de la sede de la señera entidad en la plaza de la Candelaria. Por eso era casi obligado empezar preguntándole por el fútbol y sus repercusiones.

¿Le gusta el fútbol?

No, me cansa y me aburre. No tengo nada contra el fútbol en sí mismo, sino contra lo que se está convirtiendo, un espectáculo para tener a la masa cloroformizada, una manera de manipular y controlar la conciencia de la gente.

Pero reconoce su afición por el Athletic de Bilbao.

Sí, es una tradición familiar que mantengo. Es un sentimiento un tanto anacrónico en estos tiempos, pero con una buena base, a pesar de que hace mucho tiempo que el club no gana nada en las competiciones. El Athletic mantiene para mí el sentido originario del deporte como la identificación con lo cercano, con el paisano. Hasta que se politizaron las cosas mantenía, además, un profundo sentimiento de rebeldía. No entiendo cómo alguien puede identificarse con quien no es cercano.

Ha venido a Tenerife a hablar sobre "El descubrimiento de la literatura". ¿Cuándo y cómo la descubrió usted?

Las preguntas sobre mi vocación de escritor me parecían antes banales, pero con el tiempo creo que la banalidad es la mía, por los tópicos en las respuestas. Me he obligado a hacer una introspección y a reconstruir la génesis de mi vocación literaria. Creo que desde la primerísima infancia se despertó en mí esta inquietud. A los dos años mi abuelo me había enseñado a leer y a escribir de corrido y cuando fui con tres a la escuela tenía una percepción de la realidad diferente a la de mis compañeros. Eso te aísla del mundo. Me convirtió, y así me he sentido, en el bicho raro que pienso que he sido toda mi vida. A veces en mayor medida y otras menos, pero siempre un bicho raro.

Últimamente aparece mucho en un medio tan especial como la televisión. ¿Cómo lo lleva?

Participo en un programa de debate cada quince días. Tiene mucho éxito y repercusión con opiniones encontradas entre los participantes. A mí lo que más me gusta es escribir libros y artículos en los periódicos; también he colaborado en la radio, este año todavía con mayor intensidad. Pero es evidente que la repercusión mediática resulta mucho menor. Aunque la televisión no deja poso, es inmediatez pura. El que lee tu artículo sabe lo que escribes, lo interioriza. Mientras, el que ve la televisión muchas veces no sabe ni lo que estás afirmando. Me paran por la calle y me dicen, qué bien lo hace usted, yo le sigo, pero luego no se saben ni mi nombre.

¿Intelectual o escritor?

Odio la palabra intelectual, no me gusta. Lo resumiría con la frase que dijo alguien al respecto. Un intelectual es aquel que cuando lo llama un ministro, o alguien relacionado con el poder, se le hace el culo golosina. Escritor es el que cuando lo llama un ministro le toca los cojones. El primero es un medrador que, en muchos casos sin saber lo que parece, pontifica a favor del poder. El segundo está siempre a la contra del poder, es alguien incómodo.

¿Había estado antes en Tenerife y en Canarias? ¿Cómo ve esta tierra desde la distancia?

Sí, ya había estado antes aquí. Me gusta mucho y tengo buenos amigos de Canarias. El temperamento de la gente me encanta, la geografía isleña da calidez y cercanía, además de una exquisita hospitalidad. Tampoco estoy de acuerdo en esa pereza o falta de voluntad con la que se etiqueta de manera falsa a los canarios. Al contrario, conozco ejemplos evidentes de laboriosidad, esfuerzo y trabajo entre las personas de aquí.

¿Cómo escribe? ¿Cree más en la inspiración o en el método de trabajo?

La inspiración, como decía Picasso, siempre me coge trabajando. Pero sí existe la inspiración, creo en ella y siempre pido que me visite, aunque no puedo depender de ella. No siempre escribo, pero cuando lo hago entro en una especie de trance, aunque no me gusta esa palabra. Me concentro mucho y me aíslo del resto del mundo porque así ahorro energías y las concentro en escribir. Hay hábitos que sólo llevo a cabo cuando escribo como levantarme a la misma hora o no desayunar.

¿Qué hay de autobiográfico en su obra?

Ya decía César González Ruano que todo lo que no es autobiográfico es plagio. La experiencia personal es la única fuente del escritor, lo único que le aporta singularidad para no es escribir lo ya escrito. Para que sea verdadero lo que se escribe tiene que tener una base diferente que sólo da la experiencia personal, aunque la novela esté ambientada en el siglo VI antes de Cristo.

¿Cómo ve la situación de crisis en España y en el mundo?

Este es el fin de una era, la del capitalismo financiero. Hasta ahora pensaban que el dinero podía ser ordeñado como una vaca. El poder (banqueros, gobernantes…) intenta mantener la idolatría, pero se derrumba. La gente está sangrada, sometida, pero no se rebela y es algo que no termino de entender. Ahora leo que Caja Madrid recibirá 4.500 millones de euros del Fondo Bancario con dinero público y no pasa nada. Es parte del dinero que se va a reducir del sueldo de los funcionarios. Hablan de sacrificios para dinamizar la economía, pero no es verdad. Ese dinero está destinado a los banqueros que siguen intentando mantener el capitalismo financiero a base de chuparle la sangre a la gente. Pese a todo, la idolatría se va a derrumbar y habrá que cambiar valores e ir a una especie de economía de vida "low cost", con menos gasto. Habrá menos hábitos de consumo, pero puede que no sea del todo negativo porque se fomentarán otros valores humanos, algunos positivos que están en desuso desde hace demasiado tiempo.

¿Y qué le queda al escritor?

Pues también cambiar de forma de vida. Habrá que volver a ofrecer el producto como hicieron en su momento los juglares. No creo que sea recorriendo kilómetros, pero sí se me ocurre que tal vez ofreciendo la literatura en una comunidad de vecinos a cambio de pago en especies: el desayuno o el alojamiento. Eso no lo veo muy lejano porque hay tres grandes factores negativos para el escritor que ya se están dando: las editoriales cada vez pagan menos; los "bolos", estas conferencias que hoy damos aquí, se han reducido a la mínima expresión, y comienza a desarrollarse el libro electrónico. No creo que desaparezca la literatura como tal, mientras haya necesidad de contar historias, algo consustancial al ser humano. Pero los editores deberán adaptar su negocio al hecho de que, como no podía ser de otra manera, los jóvenes, que son muy listos, prefieran descargarlo por internet a comprar el producto. Ya está a punto de caer el mercado del disco y el audiovisual sigue el mismo camino.