Alberto Romero Tomás (Cardona, Barcelona, 1974) saltó a la fama por su participación en las parodias del programa televisivo dirigido por Andreu Buenafuente en La Sexta. Liberado por el momento del peso de la fama de la "caja tonta", Berto, como se le conoce en el mundo del espectáculo, llega hoy al Auditorio de Tenerife para ofrecer, a partir de las 21:00 horas, el monólogo humorístico "La apoteosis necia". Ayer hizo una parada en el Alfredo Kraus de Las Palmas con el mismo montaje, que le permite mostrar la faceta artística en la que se siente más cómodo: la de monologuista. Romero se califica a sí mismo como "cómico, no hay mucho más", e insiste en que sus actuaciones se basan en "un ochenta por ciento" en el guion, aunque siempre incluye "alguna improvisación guionizada". Promete risas y diversión al público isleño desde su óptica de gafas sin cristales porque en realidad no tiene falta de vista.

¿Qué características tiene "La apoteosis necia"?

Se trata de un monólogo humorístico con música en directo, la de la guitarra de Iván Rodríguez, el lagarto. Mejor que toque él que yo, que también sé, igual que cantar, que no se me da muy mal, pero no me atrevo a este nivel. Es un trabajo que desarrollé hace más de una década, mucho antes de trabajar en televisión, con el colectivo teatral El Cansancio. Durante una hora y media cuento parte de mi trayectoria vital, mitad verdad, mitad mentira, con unos toques surrealistas. Me apoyo en imágenes proyectadas en una pantalla y espero que en el Auditorio se pueda reproducir el clima cálido de los cafés teatro en los que se ha representado.

Actor, humorista, monologuista, cómico... Defínase usted mismo.

No hay mucho más allá de la palabra cómico, la que mejor define lo que yo intento hacer. Actor soy en la medida que puedo y lo de monologuista va incluido ahí, como el humor en la comicidad. Ponga cómico, sin duda.

¿Cómo lleva lo de ser famoso?

Más o menos bien. Lo veo como una anomalía, igual que lo de quien es daltónico y se termina por acostumbrar. Yo he cumplido con lo que le prometí a mi madre, que la fama no me iba a cambiar, pero ya lo han hecho los demás por mí. Se acercan de forma diferente, a veces nerviosos, otras con temor y algunas con derecho a casi todo, según ellos. Es raro por los demás, no por ti. No es fácil tener normalidad cuando se comportan de manera extraña contigo.

¿Improvisa mucho o, por el contrario, todo está en el guion?

Aunque pueda parecer lo contrario, el ochenta por ciento de lo que ocurre sobre el escenario ya está en el guion. Siempre digo que hago una improvisación muy guionizada porque casi siempre suelo "textear" sobre la marcha y guardo alguna sorpresa para la función de ese día. También en Canarias.

¿Era simpático desde niño o aprendió de mayor?

(Risas). Simpático no he sido nunca, pero antipático tampoco, más bien sociable. Si se refiere a si era el gracioso de la clase, le digo que no. Era más de actuar que de hablar. Lo que pasaba y sigue pasando es que cuando empiezo a hablar, ya no paro.

¿Cuándo decidió incorporar las imitaciones al programa de Buenafuente? Suele elegir personajes complicados, ¿por qué?

Es algo curioso, pero yo nunca había imitado antes del programa de Buenafuente, para mí fue una experiencia totalmente nueva. Mi estilo de monólogos no va por ahí y de repente me vi haciéndolo. Al principio, me fue muy mal, pero la escuela Buenafuente tiene una enorme capacidad para obtener buen material humorístico partiendo de un error. Eso ocurrió con las imitaciones. Y respecto a los personajes, era cuestión de echarle morro porque, por ejemplo, de Edgard Allan Poe, apenas hay un par de imágenes y de su voz nada se sabe. Me lancé a dotar de cuerpo a su personalidad y parece que salió bien, tanto en este como en otros personajes similares.

¿Cómo ha sido su relación de muchos años con Andreu Buenafuente?

Normal, no hay nada especial que contar en el sentido de que lo que se ve es lo que hay. Hace mucho tiempo que tenemos una relación cordial y de gran complicidad. Ha sido un maestro y con él he encontrado auténtica capacidad para el trabajo en equipo y mucha sintonía. He aprendido de él y él dice, con cariño, que también ha aprendido algo de mí. Es un halago fantástico viniendo de quien viene.

Es un tópico irresistible a la hora de preguntarlo, pero ¿es más difícil hacer reír que llorar?

Todo es complicado sobre un escenario y hay que respetar a aquel que se sube las tablas y logra producir emociones. Ahora, con la crisis, hacer reír parece una tarea más sencilla porque la gente en teoría acude al espectáculo porque quiere olvidar los problemas, pero como te salga mal te puedes llevar un buen palo.

¿Le ha ocurrido no poder conectar con el público en directo?

Sí, sobre todo al principio. Cada vez me pasa menos, por suerte. Tal vez me haya hecho más listo con el tiempo y, cuando surge un problema, la salvación pasa por utilizar los recursos que antes desconocía por completo. Eso serán tablas, digo yo.

¿Seguirá en televisión y en concreto en La Sexta?

De momento no sé nada. Andreu despidió su programa con el formato conocido y hay contactos para hacer otras cosas, pero no a corto plazo. En mi caso no sé ni cuándo ni dónde, pero me imagino que volveré algún día a la televisión. Ahora no me lo planteo.

¿Le gusta buscarle las cosquillas a la prensa desde su famosa "caza del gazapo" en el show de Buenafuente?

Si me meto mucho con los periodistas es porque respeto al máximo su trabajo, su oficio. Aunque no ejerciera nunca yo estudié periodismo y tal vez sea por eso. Los gazapos del programa eran lógicos en base al trabajo diario en prensa y, además, nunca quisimos hacer sangre. Debo decir que, por desgracia, cada vez lo hacen peor. Mi ideal de periodista es alguien ocurrente, que contraste la información y que no se limite al típico copia y pega. Por otra parte, algo tan básico como rectificar cuando uno se equivoca ni se plantea ni se lleva. Es una profesión muy bonita desprestigiada hoy en día. Hay que reivindicar el buen periodismo que en mi opinión ya no se hace.