Miguel Ángel Silvestre pasa de ídolo mediático de la juventud a guía interior de la adolescente Sara en "Verbo", de Eduardo Chapero-Jackson, reverso reflexivo y vulnerable de su imagen pública a propósito del cual desnuda sus inseguridades y asegura a Efe: "Cada día lucho por respetarme más a mí mismo".

Miguel Ángel Silvestre vive en una esfera acusada de frivolidad, pero no es menos frívolo pensar que alguien con dinero y belleza vive ajeno a la desazón. "Todo el mundo en su vida tiene momentos de éxito y fracaso personal", explica este actor cuyo fulgurante estrellato no le hace olvidar el valor de lo terrenal.

"Es verdad que salir en el cine y en la tele te coloca en una especie de escenario que a lo mejor hace que alguien te vea de una forma. Pero, ¿qué es lo que ve uno cuando se mira al espejo? Ve sus miedos, sus ilusiones, sus complejos... Yo cada día lucho por escucharme y respetarme a mí mismo un poco más. Tengo 29 años y soy un chaval con mucho que aprender, porque esto es eterno", asegura.

En este aprendizaje, "Verbo", que hoy se estrena, es para Miguel Ángel Silvestre "un regalo" de parte de su compañero y amigo, el exitoso cortometrajista Eduardo Chapero-Jackson, quien en su debut en el largo le ha reservado el papel de Líriko, versión "underground" del ángel de "¡Qué bello es vivir!" que potencia las habilidades de Sara, al borde del suicidio en un mundo en el que no encaja.

"Verbo" le habla a él también de seguir su camino sin las distracciones de la burbuja de celebridad. "He echado de menos en mi enseñanza esta cosa de ''piénsalo por ti, no te dejes llevar, que no te pueda la inercia''. Eduardo dice: pisa, dale al mundo el color que tú quieras, que va a ser hermoso con lo bueno y con lo malo. Vuela sin motor", asegura.

Él se aplica el cuento. "Hay una parte de esta profesión que hay gente que la lleva mejor y otra que la lleva peor", dice refiriéndose a la exposición mediática, pero él opta por "refugiarse, estar con los amigos que ven más allá. Amigos que me dicen: Miguel, yo te veo".

A ritmo de hip hop y emergiendo en forma de grafiti en los desoladores barrios nacidos de la especulación inmobiliaria, Miguel Ángel Silvestre apuesta por lo bello aunque sea diferente, por valores antiguos desgastados por el uso, pero que reciclados por el personal universo de Chapero-Jackson "son bonitos, auténticos y valientes, no cursis".

Encaramado a la fama gracias a (o por culpa de) su papel de Duque en "Sin tetas no hay paraíso", Silvestre ha sentido la necesidad de recuperar, como ya hizo en la cinta "La distancia", el placer de lo viejo conocido, de la gente que sigue viendo en él a un adolescente cualquiera al que un día se le quebraron las ilusiones.

Procedente de Castellón, Silvestre también vivió un momento de ruptura como el de Sara en la película. "Con trece años me fui a una residencia de tenis en Barcelona. Mi adolescencia estuvo marcada por la ilusión de querer ser tenista, un sueño que nunca conseguí. Tuve una lesión jugando un torneo en Hungría y allí se quedó ese sueño. Tuve un año muy carente de esa gran ilusión", rememora.

Fue en ese momento cuando, al ver una representación dirigida por su tía Ana, decidió seguir el camino que hoy le ha hecho estrella, aunque desde entonces ha entendido que la caída y el dolor son compañeros de viaje del éxito.

"No hay que mirar para otro lado, sino ver el dolor, reconocerlo y aceptarlo. Se le puede sacar mucho provecho. Mi personaje es Líriko, pero yo me siento más cercano a Sara, así que todo lo que dice él me lo podría decir a mí mismo", asevera.

"Mi Sara, como creo que la de todos, es ese lado vulnerable en el que uno en momentos de su vida no tiene tanta autoestima. Tiene que tener gente cerca o Lírikos dentro que la ayuden a confiar, seguir adelante, saltar al vacío", explica.

Y, para resumir ese espíritu de vacío que hay que llenar, se despide citando al rapero Nach, con el que han filmado "Verbo": "En este mismo instante un chico rico se mete un pico para sentirse a salvo y un chico pobre se mete en un equipo para ser como Cristiano Ronaldo".