El Concierto de Navidad de Puertos de Tenerife tuvo anoche marcado acento isleño, quizá el más pronunciado en las dieciocho ediciones celebradas hasta la fecha.

Fiel a su cita acudió, como todos los años, la Orquesta Sinfónica de Tenerife, que respaldó sobre el escenario de la Dársena de Los Llanos a dos de las voces canarias con mayor proyección internacional, el tenor lagunero Jorge de León, quien muy pronto debutará en La Scala de Milán con "Aída", y la soprano santacrucera Raquel Lojendio, que volvía a actuar ante los suyos bajo la batuta de uno de sus principales valedores, el director honorario de la OST, Víctor Pablo Pérez.

Éste propuso un programa para todos los gustos y todos los públicos, pero muy serio en cuanto a planteamiento, como si fuese una extensión al aire libre de los conciertos sinfónicos "de temporada".

El maestro burgalés concitó a Jorge de León y Raquel Lojendio en torno al género español, en el que tanto uno como otra despuntaron hace años dentro del firmamento musical, ya sea interpretando "La bruja" de Chapí, en el caso del lagunero, como llevando al disco "La tempranica" de Gerónimo Giménez, una de las varias colaboraciones de Raquel Lojendio con Víctor Pablo y la OST.

No fueron los únicos "recuerdos" de la velada. Víctor Pablo también quiso evocar su paso por la Sinfónica con uno de los músicos que más satisfacciones y tormentos le dio sobre el podio de la OST: Richard Wagner, homenajeado mediante una vibrante, casi marcial lectura de la obertura de "Rienzi".

Director y cantante solista volvieron a reunirse al calor de otro feliz acontecimiento, el sonado debut de este último en el teatro Real con "Andrea Chénier", de Giordano, que fue recordado con el aria "Come un bel di".

El gracejo demostrado por Raquel Lojendio en la sección de zarzuela dio paso a una delicada exhibición: la interpretación en checo de la "Canción a la luna", la pieza más famosa de la producción vocal de Antonin Dvorak, engastada en ese fabuloso cuento de hadas llamado "Rusalka".

Quienes no pudieron escuchar la memorable interpretación que Jorge de León hizo del pintor Mario Cavaradossi en la "Tosca" representada el pasado otoño en el Festival de Ópera, pudieron disfrutarla parcialmente anoche con "E lucevan le stelle", doliente aria que esta vez el tenor acometió de pie y frente a "su" público (el pasado octubre lo hizo tumbado sobre la sala sinfónica del Auditorio de Tenerife, por exigencias del guión escénico de Giancarlo del Monaco).

El tributo a Puccini se prolongó unos minutos más con el aria de Mimí del acto I de "La Bohème", tal vez el momento más inspirado de Raquel Lojendio a lo largo de la noche, y el no menos famoso dúo "O soave fanciulla", representado con sentimiento y musicalidad por ambos cantantes, que recibieron el merecido aplauso de los 20.000 asistentes al evento.

Éste entró en su tercera fase -la dedica a la producción de Hispanoamérica- con una introducción sinfónica, "Óyeme" (1943), de Antoni Parera, seguida por la interpretación de "Alfonsina y el mar", que Raquel Lojendio convirtió en una sentida remembranza personal.

La ancha y generosa voz de Jorge de León volvió a brillar en la "Granada" de Agustín Lara, que la OST enlazó con una muy castiza ejecución del pasodoble de Tárridas "Islas Canarias". Peter Hope también dispuso el arreglo sinfónico de "Tenerife", nostálgico canto de amor del grancanario Braulio a la isla hermana, que constituyó la primicia de la velada.

Jorge de León, que puso voz a esta obra de Antonio García Bautista, recogió los vítores del público junto a Raquel Lojendio, Víctor Pablo y los profesores de la OST, que tras una hora y media de música regalaron al público los esperados "bombones"

El primero fue "Navidades blancas", el clásico de Irving Berlin, cantado por Raquel Lojendio, a la que a continuación se unió Jorge de León para llevar al público el ya tradicional villancico de Benito Cabrera "Una sobre el mismo mar", que los protagonistas de la velada trasladaron al público como una llamada a la unión de los canarios en tiempos difíciles.

Un mensaje que el público entendió, puesto en pie y ovacionando a los músicos, que aún brindaron una propina vienesa: la célebre Marcha Radetzky, evocadora del viejo imperio habsbúrgico, que sonó mientras los fuegos artificiales ascendían al cielo de Santa Cruz, testigo de uno de uno de los mejores conciertos navideños de los últimos años.