Después de que saliera publicado en la edición digital de El Día el relato "La misma historia de amor" (15/marzo/2012), de la escritora Marisa Ruiz (Ciudad Real, junio 1961), se presenta en esta sección otro de los cuentos integrados en una colección de escritos cortos en los que la autora maneja muy diversos registros con una solvencia inusitada tanto en técnica narrativa como en la singularidad de las historias que desarrolla. Prueba de ello es este "Refugio en la nieve", que presenta otros recursos literarios y expresivos tan particulares y que van cambiando en pequeñas obras excelentes como "De la vida de Gregorio", "De una gitana y un árbol", "De una batalla", "De una temeridad", "De un gato terco" y "De un resacón".

lo de perder una lentilla, nos pasa a todos, lo sé, es tan simple como la vida, tarde o temprano, los que usamos lentillas acabamos perdiendo alguna.

Pero a mí no me había pasado, hasta hoy, claro, hasta este preciso instante en que el sol brilla como nunca, en este lugar preciso donde la nieve es tan cristalina como una lentilla.

Apuesto a que si pruebo la nieve me sabrá a helado de nata, de nata de eso son los auténticos helados.

Basta de refunfuñar y de pensar idioteces, debo concentrarme en buscar.

Me disperso una barbaridad y esto ocurre desde que la bruja de mi mujer intentó asesinarme.
Matarratas en la comida, que poco original y que poco efectivo, no consiguió quedarse viuda pero sin duda dañó la maquinaria de mi cerebro, no he vuelto a ser el mismo.

Elegiré la comida mientras busco y así evoco pensar en tonterías.
Casi no siento las manos de tanto remover la nieve y las rodillas chillan de dolor artrítico, pero aun no quiero abandonar.

Salmón en un menú de sierra, menudo hortera el jefe de cocina, con salsa de no sé qué ocho cuartos, odio las salsas, las odio desde que la bruja diluyera en ellas el matarratas, antes mojaba pan y todo eso, ahora no quiero ni verlas, como le cambia la vida a uno con el paso del tiempo.

Y de postre compota de papaya, tiene delito, compota y de papaya lo que digo un hortera y retorcido porque hay que ser retorcido, como una que yo conocía y es que son más de los que creemos.

En fin, a lo mío, a la lentilla, que pasa un piojo volando y me distraigo.

De dónde sacaría yo la idea de que los piojos volaban, en el colegio me aterrorizaba que pudieran alcanzar mi cabeza desde la de alguno de mis compañeros desplazándose por el aire.

Aquello sí que supuso para mí un trauma infantil de los buenos, siempre al acecho del piojo invasor que no llegue a interceptar.

En cualquier caso nunca vi volar ninguno de manera que es absolutamente imposible que tal suceso me distrajera en alguna ocasión y además yo jamás tuve piojos solo miedo a tenerlos y punto, en cambio a la bruja no la temía y mira.

Se acabó la divagación sobre piojos a buscar la lentilla, estoy en un hotel maravilloso en la sierra, a salvo de la bruja y de los piojos.

Por cierto ¿quién rayo será ese tipo que vive prácticamente en el sofá del pasillo al lado de la 123? Aun dormido parece que lleva escrito en la cara “soy peligroso, haz como que no me ves”.

Estoy fantaseando como hacía con los piojos voladores y la bruja ya no está y no puede hacerme daño ni mandar que otro me lo haga.
No voy a encontrar mi lentilla, es absurdo perder más tiempo con esto, estará pisada y enterrada hace más o menos una hora que es lo que llevo dando vueltas en este mismo metro cuadrado.

Como cuando enterramos a Yupi, aquel espantoso caniche al que mi tía adoraba hasta la demencia. Porque es de dementes pelar gambitas y dárselas a “Yupi cariñín” de la boca de uno, bueno de una, que era mi tía la de las extravagancias y además, vete a saber si en una de esas no envenenó también al pobre Yupi, que de las cariñosas compulsivas no hay que fiarse ni un pelo, que le pregunten a la bruja si no.

Abandono, cinco minutos más y abandono, propósito en firme, y menudo soy yo cuando me propongo algo, para no pasarme pondré la alarma del reloj.

Nada mejor que saber administrar el tiempo que debes dedicarle a las estupideces, el que tú quieras sí, pero ni un minuto más ni uno menos, programado, todo lo que se programa adecuadamente sale buen.

A mí me salió bien porque lo programé con exactitud a la bruja no porque se quedó corta, tan corta que no fue ni a la cárcel donde habría estado a salvo.

Cinco minutos y empieza la cuenta atrás ya. Lo contaré en mi grupo de terapia, lo de la lentilla, de lo otro ni palabra.

Para que se entere el vicioso del ala delta que yo también puedo ser original y disciplinado en mis planteamientos, se cree más listo que yo solo porque diseña programas para ordenadores. Si hubiera tenido que defender su vida, día a día, de los intentos de asesinato de la bruja ya veríamos hasta donde llegaban sus altos vuelos, pues hasta donde llegaron los de ella del quinto al patio.

De niño no veía los piojos porque eran invisibles, como mi lentilla, que ha engullido la nieve y que dentro de mil años seguirá donde esta ahora.

Acabo de depositar una pieza de museo para generaciones venideras y me produce cierta satisfacción pensar en ello después de escuchar la alarma del reloj y abandonar por fin la búsqueda.
En el próximo milenio un joven científico de dos metros y medio de estatura, bicentenario por lo menos, con su chip ocular de rayos X encontrará una lente posthistórica.

Divagando otra vez, tocado y bien tocado me dejó el matarratas, es hora de volver al comedor, de enfrentarme al salmón y a la compota de papaya, si la pruebo igual hasta me gusta.

Saludaré al ocupa del sofá y pasaré de su amenaza, a mi vuelta tendré varias cosas de las que sentirme orgulloso en el grupo de terapia, verás cuando les cuente que he dejado una prueba de nuestra civilización enterradas en la nieve superando de esta manera tan positiva la irreparable pérdida de mi lentilla.

Voy a probar la salsa del salmón, ya puestos, hay que ser abiertos, cuanto más mejor y librarnos de los prejuicios de la horterada de la nueva cocina, retiro lo de horterada.

Llegaré más lejos, invitaré al ocupa a comer, puede que simplemente esté aburrido del mundo y se niegue a ir más allá del pasillo porque piense que no merece la pena, le explicaré que hay maneras de librarse de lo que nos asusta. Probaremos todo el menú, incluida la sopa caliente de melón de la que no he querido ni acordarme.

Tolerancia es lo que le falta al mundo y amplitud de miras para encajar que cada cual hace lo que hace porque tiene motivos de sobra para hacerlo.

Haría falta más gente como yo peleando duro por superar los traumas, gente de claros planteamientos, con perspectiva de futuro no solo a unos meses como hice con la bruja sino a mil años vista, cuando los piojos estén extinguidos y la nueva cocina se denomine cocina ancestral. Para entonces solo seremos aquellos canijos que tenían que usar el sonido de su voz para comunicarse.

Tengo que quitarme la otra lentilla, me resulta francamente raro caminar con visión en un solo ojo, claro que si pierdo la visión de los dos me estrellaré como se estrelló la bruja.

Tendría gracia que equivocara el camino y cayera desde el quinto por pura torpeza, y es que esas cosas pasan, según la policía mucho más a menudo de los que nos creemos. Que yo la empujé es verdad, pero que podría haber caído ella solita por lo visto también.

Marisa Ruiz