EN LOS ALBORES de la recién estrenada estación primaveral recibimos este libro acompañado de generosa y delicada dedicatoria de mi distinguida amiga, Olga Rosa Servando González, una canaria que nació en la isla de Tenerife y que, a mediados del siglo XX, partió con sus padres hacia Venezuela envuelta en la diáspora migratoria del momento.

Olga Rosa es licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela y doctora en Filología Hispánica por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED); reside actualmente en Caracas, la capital venezolana, donde escribió esta obra cargada de sensibilidad como sincero reconocimiento a la memoria de su padre, el extinto pintor canario Antonio Servando, que vivió durante cuarenta y dos años en Venezuela y falleció en Tenerife, el 22 de febrero de 1998.

"Lancero de dos orillas" es un trabajo minucioso, publicado por Ediciones Idea y Ediciones Aguere, en el que la autora aborda diferentes aspectos del acontecer diario del mencionado pintor, una entrañable y amena monografía que leemos con gran interés desde sus primeras páginas, ilustradas con varias instantáneas de la polifacética obra del artista canario. Su autora, ante todo amante hija, siente la obligación de dar a conocer no solo las experiencias personales del singular personaje, sino también el interesante legado de su obra, para que se conozca en el presente y se proyecte en el futuro o, como dice la propia autora, "para que a partir de ahora se conozca la calidad humana que hay detrás de la firma A.S.". A lo largo de los trece capítulos que la integran, Olga Rosa bucea en el recuerdo y narra con sencillez y precisión la vida y producción artística de Antonio Servando, recogiendo hasta el mínimo detalle de su entorno para hacernos partícipes, con la emoción de la palabra, de todo el universo cercano a este canario de dos orillas, su inquietud existencial, su pintura, su plástica, su creatividad y la sensibilidad de su alma, un cúmulo de aconteceres vivenciales manifestados con emotividad y expuestos por su hija a golpe de sentimiento. Un hombre de bien que partió para Venezuela en 1954 y llevó la preparación artística cursada en Tenerife en los talleres del escultor Enrique Cejas y los pintores Mariano Cossío y el maestro Antonio Torres.

Y es en esta tierra tinerfeña donde estableció amistad con los que fueron sus amigos del alma y fundaron la peculiar tertulia Los Cinco Lanceros, un grupo de jóvenes de la sociedad de entonces asiduos a los centros culturales como el Círculo de Bellas Artes, el Casino de Tenerife, el Círculo de Amistad XII de Enero y la tertulia El Águila, donde se reunían regularmente para compartir las ideas y tendencias culturales de la época. Como testimonio de aquella afable empatía del grupo, quedó para el recuerdo el par de gemelos de oro que ilustra la cubierta de esta obra, un regalo que recibió de sus compañeros contertulios antes de su partida a Venezuela como muestra imperecedera de una amistad que no se marchitó con el paso del tiempo, sino que, por el contrario, sobrevivió a la noria de los años y que conserva su nieta Nathalie con inmenso cariño.

Pero es menester citar que durante esta etapa de su existencia, y en una de sus frecuentes incursiones al teatro del Círculo de Bellas Artes, fue donde conoció al gran amor de su vida, su esposa, Olga González de Servando, musicóloga y poeta, con quien se casó años más tarde y que, además de ser un personaje insustituible en el acontecer de esta familia, es la autora de los delicados poemas que tan sutilmente armonizan los diferentes capítulos de la obra.

Pero Antonio Servando, además de su vocación de artista, también dio muestras de sus inquietudes literarias, y antes de su viaje a Venezuela participó como comentarista en las páginas literarias de los periódicos EL DÍA y La Tarde, brindando permanente colaboración en la revista "Mensaje", de la que fue fundador junto a los destacados Pedro Pinto de la Rosa, Juan Ismael González y Eduardo Westerdahl. Luego vendrá la etapa vivida en tierra venezolana, donde alternó la pintura con la escritura, donde sus pinturas, según avala la crítica, eran como libros abiertos que traducían su sentimiento al espectador, donde con afán renovador se adentró en el arte de la cerámica, y de igual manera, talla y hace relieves figurativos sobre madera y en metal cincelado, y donde el verdadero artista que nace y se hace se debate en la búsqueda permanente por nuevas técnicas y nuevas formas de expresión que definen su arte, su obra y la calidad de su espíritu creador.

Pero la trayectoria artística del autor y el compromiso con el arte se mantuvieron hasta el final de sus días, y es así como de nuevo, en tierra canaria, lo sorprendió la muerte entregado al proyecto de un cuadro en gran formato, pleno de colorido y desbordado de libertad, de esa libertad creadora, emotiva y vibrante a la que aludía continuamente y que imprimió en su obra personalidad, madurez y belleza.

Finalizamos este breve comentario y damos la enhorabuena a Olga Rosa Servando por este interesante libro que nos entrega cargado de arte, de sentimiento, con palabras que vuelan entre dos orillas que amamos y conocemos para mostrarnos con fidelidad y en primera persona la impronta de un artista disciplinado y con voz propia, su querido padre, Antonio Servando, que con su bello legado forma parte imperecedera de la historia del arte canario.