EL CÍRCULO de Amistad XII de Enero acogió recientemente una exposición pictórica de la lanzaroteña Pilar Arias, una veintena de óleos que cantan y expanden las bellezas de nuestra tierra, justo cuando se aproxima el Día de Canarias.

Hay tres artes que pueden ir siempre de la mano para realzar y admirar el contorno que nos rodea y nos transportan hasta el lugar soñado y deseado: la música, la pintura y la poesía. Pilar da buena cuenta de ello en sus variadísimos lienzos. Lo mismo que los versos nos descubren al poeta en el contenido y en la forma, y en la música el compás las pausas y los silencios, así la pintura nos muestra el alma del artista por el color, la textura, la fuerza y la armonía con que realiza su trabajo.

La pincelada de Pilar agudiza toda la gama de colores con que viste el paisaje; el naranja, los sepias y los verdes se visten de fiesta en el escenario de sus cuadros, para dejarnos ante ellos ensimismados en su policromía y en lo hermoso de sus trazos y líneas. Pilar dialoga -conversación de amores- con sus playas de Lanzarote, entorno que la artista conoce en toda su profundidad, para dejar apresados sus recuerdos entre azules y blancos no con una "chispa de sal", como titula la exposición, sino con una torrentera de espléndidas olas que al chocar con las rocas se difuminan en penachos de espuma formando caprichosos dibujos en el aire.

Pilar Arias ha recorrido las variopintas riberas del Archipiélago canario para ofrecernos, "con la injusta manía de los olvidos, mantener la justa de los recuerdos" -como bien diría A. Elizmendi-, llevando vivas tanto las inmensas playas de cada una de las Islas como las deliciosas caletas, donde las olas besan plácidamente los redondotes callaos, al mismo tiempo que desmelenan las algas de las rocas.

El mar. Constantemente el mar, que tan apegado está en el arte de todo artista canario, para hacerlo llegar hasta lo impensable, porque el mar y sus orillas tienen distinta cadencia y distinto color en cada ribera, en cada puerto.

Es por ello que Pilar airea su arte en muchísimas exposiciones del Archipiélago (Fuerteventura, Las Palmas, Lanzarote, Tenerife y Ceuta), desplegando bambalinas que nos hablan del privilegio de nuestra identidad.

Pero Pilar no olvida el calor de tierra adentro: su caballete sostiene ahora cientos de colores que dibujan y avalan la huerta y el pintoresco caserío de los pueblos más pequeños, que aún nos hablan de tiempos pretéritos. Esos rincones que dan sabor y colorido al paisaje isleño; el rojo escarlatina de las amapolas compete con los tejados y las manzanas. La ocasión es más que propicia para, mentalmente, adentrarnos junto a la autora por esas veredas de helechos, relinchones, brezos y zarzales, para igualmente respirar el aire sano y limpio del trazado de verdes que se tiende ante nuestros ojos.

Gracias, Pilar, por establecerte aquí, en Tenerife, desde hace bastante tiempo, por ser conejera-chicharrera y por dejarnos en la palestra la luz de los cientos de colores que alimentan nuestra retina.