El Centro de Documentación de Canarias y América, Cedocam, del Cabildo de Tenerife, ha rescatado esta semana, a través de su sección ‘Intemporales’, un fragmento del discurso de Pablo Neruda que pronunció con motivo de la donación de su biblioteca y su colección de caracoles a la Universidad de Chile.
Esta donación se hizo efectiva ante notario el 29 de noviembre de 1953, aunque la entrega simbólica del material se produjo el 20 de junio de 1954.
Reproducción de un fragmento del discurso de Neruda:
“Yo fui recogiendo estos libros de cultura universal, estas caracolas de todos los océanos, y esta espuma de los siete mares la entrego a la Universidad por deber de conciencia y para pagar, en parte mínima, lo que he recibido de mi pueblo…
Recogí estos libros en todas partes. Han viajado tanto como yo, pero muchos tienen cuatro o cinco siglos más que mis actuales cincuenta años. Algunos me los regalaron en China, otros los compré en México. En París encontré centenares. De la Unión Soviética traigo algunos de los más valiosos. Todos ellos forman parte de mi vida, de mi geografía personal. Tuve larga paciencia para buscarlos, placeres indescriptibles al descubrirlos, y me sirvieron con su sabiduría y su belleza. Desde ahora servirán más extensamente, continuando con la generosa vida de los libros.
¡Tantos libros! ¡Tantas cosas! El tiempo aquí seguirá vivo. Recuerdo cuando en París vivimos junto al Sena con Rafael Alberti. Sosteníamos con Rafael que nuestra época es la del realismo, la de los poetas gordos. “¡Basta de flacos! –me decía Rafael, con su alegre voz de Cádiz-. ¡Ya bastante flacos tuvieron para el romanticismo!” Queríamos ser gordos como Balzac y no flacos como Bécquer. (…)
También se preguntarán alguna vez por qué hay tantos libros sobre animales y plantas. La contestación está en mi poesía. Pero, además, estos libros zoológicos y botánicos me apasionaron siempre. Continuaban mi infancia. Me traían el mundo infinito, el laberinto inacabable de la naturaleza. Estos libros de exploración terrestre han sido mis favoritos y rara vez me duermo sin mirar las efigies de pájaros adorables de las islas o insectos deslumbrantes y complicados como relojes. (…)
Yo no soy un pensador, y estos libros reunidos son más reverenciales que investigadores. Aquí está reunida la belleza que me deslumbró y el trabajo subterráneo de la conciencia que me condujo a la razón, pero también he amado estos libros como objetos preciosos, espuma sagrada del tiempo en su camino, frutos esenciales del hombre.
Pertenecen desde ahora a innumerables ojos nuevos. Así cumplen su destino de dar y recibir la luz.”