Es presidente de la Asociación de Coleccionistas de Arte Contemporáneo de España y, a su vez, el dueño de las fotografías que se pueden ver en la exposición "Los Bragales" hasta el próximo 12 de enero en el Instituto de Canarias Cabrera Pinto de La Laguna. El cántabro Jaime Sordo González tiene claro que "coleccionar obras de arte es una droga dura", pero también es consciente del valor real de unas emociones que empezó a reunir hace más de cuatro décadas. "El coleccionismo me mantiene en un endeudamiento perpetuo", dice un profesional que defiende la idea de que "todo esto es totalmente inútil si no existe un componente social".

¿Qué sensaciones genera tener una colección de su propiedad tan lejos de casa?

Eso forma parte de la filosofía del coleccionismo porque lo primero que hay que tener claro es que esas obras son una inutilidad en casa. Cuando una colección se gana un espacio, como ocurre en el caso de La Laguna, la sensación que te queda es la de haber cumplido con un objetivo.

¿Se llega a echarla de menos?

Sí... Y las emociones que se experimentan en esos reencuentros son inmensas. ¿Sabe lo que ocurre? Que por su tamaño uno no puede convivir en casa con esas piezas.

¿Esa "adicción" que tienen los coleccionistas se puede curar?

Es difícil (sonríe)... La compra de una pieza de colección tiene un alto grado de dependencia, pero eso es algo inevitable porque los que nos dedicamos a estos sabemos que hay que manejar tres claves que son fundamentales. La primera es la pasión por completar una colección, otra tiene que ver con el seguimiento que se hace de una inversión y de la evolución de un artista y, por último, el valor social que le puede dar a su catálogo. Coleccionar obras de arte es una droga dura. Lo es porque el coleccionista no es un ser independiente, sino dependiente. La sensación de experimentar una vibración cuando ve una pieza que le emociona es inexplicable.

¿Esto es mucho más que un talón al portador o unas ventajas fiscales a finales de año?

Yo y mis compañeros de la asociación tenemos claro que nunca nos mueve el hecho económico, sino que las pasiones van por otro lado, entre otras cosas porque no tiene ningún valor que una compra se haga a modo de inversión. Salvo en casos puntuales, en los que encuentras a un artista en auge, es realmente difícil que el importe de una de esas operaciones retorne a la persona que la realiza o que se pueda incrementar. No siempre uno puede acceder a lo que más le apetece, sino que está limitado por unas condiciones económicas. Eso sí, al margen del poder adquisitivo que pueda tener o no uno, el refinamiento a la hora de saber entender el arte debe ser vital para ir dando forma a un catálogo.

¿Cómo está viviendo el coleccionismo esta crisis?

Coleccionar no está en la parte más alta de las prioridades sociales y, por lo tanto, está sufriendo esta crisis como todos los sectores. El coleccionismo institucional no existe y el privado está en un punto en el que se controlan las inversiones. En las dos últimas ediciones de ARCO, por ejemplo, no ha habido ni una sola adquisión por parte de la Administración Pública.

¿Ha habido alguna obra que se le haya resistido?

Una no, varias... El coleccionismo me mantiene en un endeudamiento permanente; siempre he intentado tener objetos que no me podía permitir por mi posición económica en ese momento. A otra escala, es como acumular recibos cuando uno decide que se compra una casa. Al final siempre estás haciendo un pago a plazos, pero eso también es uno de los aspectos positivos que tiene la pasión por el coleccionismo. Eso sí, ha habido situaciones en las que me tiré atrás porque creía que no podía pagar esa cantidad y posteriormente me he estado arrepintiendo toda la vida. Hoy no se puede comprar una obra de arte con la firma de Picasso sin realizar una gran inversión. Lo que trato de explicar es que hay autores emergentes que necesitas conocer para evitar realizar un desembolso descomunal cuando ya han alcanzado unos precios prohibitivos.

La duda es el peor "enemigo" de los que se dedican a esto, ¿no?

Estoy de acuerdo con esa apreciación. Uno, por desgracia, siempre se acuerda de lo que no pudo comprar y no de lo que tiene en casa. Pero ese no es un mal que afecta solo a los coleccionistas. Pocas personas son capaces de valorar lo que tienen más cerca y, en cambio, buscan fuera sensaciones que son inferiores a las que conocen. A mí, por ejemplo, me pasó con creaciones de Juan Muñoz. En su momento no fui todo lo valiente que debía para apostar por una de sus obras y eso al final se acaba pagando.

¿La intuición, pues, es decisiva a la hora de ir completando una colección?

A veces tiene un valor más decisivo que un cheque. Es lo que le comentaba antes. Un Picasso se podía comprar hace muchos años realizando un esfuerzo considerable, pero hoy en día no hay demasiados Picasso esperando un comprador. El que realmente quiere uno o se gasta un dineral, o se despide de él. El oportunismo es una virtud del coleccionismo.