Convivió con el París de los exiliados, con un artista que conoció casi todos los secretos del Louvre, con el fotógrafo sobre el que gira una de las exposiciones que se pueden visitar en el TEA, Tenerife Espacio de las Artes. Nadie mejor que Patricia Newcomer, viuda de Alécio de Andrade, puede explicar las sensibilidades del creador brasileño. "Cuando volvía a casa le miraba a la cara y sabía que traía una buena fotografía", recuerda la que fuera compañera sentimental del autor de las imágenes que se recogen en la colección "El Louvre y sus visitantes", una propuesta en blanco y negro que se exhibe hasta el 2 de marzo.

¿Qué criterios siguió para seleccionar estas fotos?

Elegir entre más de 12.000 imágenes es un ejercicio complejo. Yo escogí las fotografías sobre un material que ya había sido seleccionado por él. Solo me he fiado de su espíritu y de su buen criterio.

¿Cómo es la convivencia con un artista de los llamados grandes?

Una se olvida de que es persona... Enseguida percibes que el artista está en otra dimensión y casi no se puede cohabitar él, aunque Alécio era un ser muy sensible y cercano; era una especie de reflexión de la sensibilidad.

¿Era un ser contradictorio?

Yo no lo llamaría así. Los artistas tienen una capacidad innata para estar en alerta y detectar el peligro. Son seres tan puros como un bebé que nunca pierden ese sentimiento de pureza... Ellos mueren con esa ingenuidad dentro porque forma parte de sus texturas artísticas.

¿Hasta qué punto la personalidad de Julio Cortázar se convirtió en una influencia para Alécio de Andrade?

Era uno de sus mejores amigos, pero también se llevaba bien con Alfred Brendel o Cartier-Bresson. Julio Córtazar amaba a su manera el mismo París de Alécio. Uno lo hacía a través de la escritura y el otro por medio de la fotografía, pero esa fascinación era recíproca.

Esa ingenuidad de la que habla, ¿cómo la proyectaba al exterior?

Tenía muchas formas de expresar sus alegrías o decepciones, pero recuerdo que el día que volvió a casa con la foto de las tres monjas me contó que le había caído del cielo. Era evidente que aquella maravillosa composición la había captado él con su cámara, pero Alécio prefería entregar ese premio a una divinidad que no era de este mundo.

¿Cree que estaba obsesionado por la fotografía? ¿Buscaba la perfección?

Un pianista sabe cuándo lo ha hecho bien, un pintor es consciente del grado de perfección que hay en un cuadro y Alécio tenía claro el valor de una buena fotografía, aunque no lo dijera con palabras. En su mirada estaba la recompensa del trabajo bien hecho.

¿La obra de su esposo es libre?

Cuando uno trabaja a gusto no siente el peso de las cadenas. ¿Al hablar de libre se refiere al concepto de artista independiente?

Sí, ¿era Alécio de Andrade un artista independiente?

Era independiente porque solo estaban él y su objetivo, es decir, Alécio mostraba lo que consideraba que era digno de enseñar. Hoy en día todo el mundo se cree un fotógrafo y se ha roto el mito que existía alrededor de la fotografía.

Era un creador en blanco y negro, ¿no?

Él sabía que el dinero estaba en el color y en escenarios que no eran los propios de un artista, pero su universo era en blanco y negro. Disfrutaba experimentando con los grises y con la luz.

¿Y nunca experimentó con la era digital?

No, lo único moderno que tenía era su contestador telefónico. Le dolió el cambio de la era analógica a la digital. Le pasó algo parecido a Stanley Kubrick: lo moderno no estaba hecho para él.

Alécio de Andrade visitó el Louvre casi a diario entre los años 1965 y 2002. "Cuando volvía a casa le miraba a la cara y sabía que traía una buena fotografía", comenta Newcomer sobre un trabajo rutinario que está plasmado en la exposición que se exhibe en la actualidad en el TEA, Tenerife Espacio de las Artes.

El fotógrafo escondía los rollos sin revelar en un piano y esperaba a ver si llegaba un golpe de suerte. "No podía sacar el material en papel por una cuestión económica y cuando murió aparecieron muchísimos rollos. Mis conocidos me dijeron que los revelara, pero yo sabía que si Alécio no lo había hecho era porque el material no era bueno", explica su viuda antes de contar un secreto. "Un día cogí un par de rollos y me fui a una tienda de fotografía... Cuando me dieron las copias lloré. No sé si por su ausencia o por la belleza de las imágenes que tenía entre mis manos".