Eloy Díaz de la Barreda es un histórico del mundo de la escena en Canarias que recibió, con cierto retraso por cuestiones climatológicas, el último Premio Réplica de Honor por toda una vida dedicada al teatro, mundo en el que ha sido conferenciante, profesor, director de más de medio centenar de montajes, escenógrafo, crítico, asesor y primer director de las Escuelas Insulares de Teatro de Tenerife.

Este experto en el Arte de Talía explicó que el premio que le concedieron le llenó de satisfacción "por comprobar que una generación, la mía, que hizo teatro en tiempos difíciles, ha continuado y continuará con este hermoso arte que el hombre ha creado cuando descubrió que podía atrapar la risa y el llanto y que podía reflejar la realidad que veía".

Él ya comentó en el discurso que ofreció cuando le entregaron el Réplica de Honor que, pese a los altibajos que se presenten en la sociedad, "la gente del teatro siempre sabrá elegir la máscara adecuada para decir las cosas. El panorama actual en Canarias lo veo bastante bien, porque realmente hay un teatro profesional, hay un teatro vocacional. Yo diferencio estas dos situaciones de que el vocacional hace teatro con las mismas cualidades que el profesional, pero no vive de él. Y después está el aficionado, que le gusta el teatro y lo practica en sociedad, en clubes. Son muchos los grupos que hay, hay un ambiente generalizado y, además, la gente está descubriendo en el teatro lo que ya no le está gustando de la imagen del celuloide, en fin de los intermediarios de esta comunicación directa en carne viva del teatro".

Este escenógrafo considera que en el teatro canario "hay un olvido de los autores de teatro isleños, que son la esencia de ese triángulo de fuerza que es el autor, el actor y los espectadores. Cuando coinciden esos tres elementos es cuando surge el fenómeno teatral. Pero ha habido una rebelión de los actores, donde hay espectáculos creados por ellos mismos. En fin, veo que se está dando un movimiento teatral en Canarias".

Con respecto a la evolución del teatro en las Islas, desde que él lo practicó hasta la actualidad, aseguró que, "antes había mucho vocacional que luego derivó en un teatro profesional que fue a Madrid, el Broadway de los actores canarios. Era un sueño. Pero realmente hoy hay una mayor asistencia de la técnica. En mi época los decorados eran de papel, ahora no. No había transparencias. En fin, la técnica ha llegado al teatro ahora muchísimo más que en mi época, donde todo era más sencillo, con un protagonismo mayor de la palabra. La palabra es el gran lenguaje del teatro. Hoy quizás están introduciendo excesivamente técnicas visuales que son más propias del cine y la televisión, por ejemplo. Los efectos especiales son enormes, a veces oculta la palabra que es, realmente, el mensaje directo que siempre ha tenido el teatro, desde el más primitivo hasta hoy sigue siendo su lenguaje natural".

Él tiene muy claro que el teatro es "un arte directo. El teatro tiene un poco de sermón, de mitin. Es el espejo donde la sociedad se debe ver reflejada en sus fealdades y en sus bellezas, pero todo lo demás es pura mecánica, pura técnica que no se si se podría llamar teatro u otra cosa. El teatro no debería estar apoyado en elementos que distraigan esa comunicación directa desde donde la gente se vea reflejada como en un espejo, y que le diga si es fea o es bella".

Cuestionado sobre en qué faceta se ha sentido mejor, como actor o director, confesó que "como director, aunque mi última faceta ha sido como profesor de arte dramático en el Conservatorio. El director es un actor que se quiere multiplicar. Tiene que ser actor de los dos, diez o veinte personajes de un montaje, y el disfrute de un director es que es un pequeño diosecillo con una mayor capacidad creadora y pone en pie. Es el espectador especial de una puesta en escena. En cierta manera es un dramaturgo en cuanto coadyuva la creatividad del autor, que puede ser en detrimento del texto. El actor es el invitado y, a veces, incómodo. El actor no está viendo la compleja diversidad de un montaje, sino solo una parte. Es como una orquesta, cada violín no puede hacer lo que quiera, tiene que adaptarse a una partitura".

Eloy Díaz de la Barreda ha dirigido más de cincuenta montajes, muchos de ellos escritos por dramaturgos canarios a los que admira, como Ángel Camacho, Gilberto Alemán, José H. Chela. Luis Alemany o Alberto Omar.

"A mí me atraían las obras de denuncia, pero no panfletarias, que fueran teatro. En este sentido están Panorama en el puente, de Arthur Miller, o Todos eran mis hijos, de Arthur Miner. Yo monté una de Alfonso Sastre en la que Pedro González hizo el decorado".

En este sentido, reconoció que una obra que le hubiese gustado escenificar fue "El señor de Pigmalión", de Jacinto Grau. "Pero no siento desconsuelo por ello. La verdad es que me siento muy satisfecho. Me he preguntado por qué me dediqué al teatro. Esto de la vocación es un misterio, como el amor. Desde niño, mis juegos infantiles era jugar a la comedia. Subido a una mesa y hacer una gracia y aplaudieron los que estaban allí en la reunión familiar. Eso a lo mejor me inculcó la pasión por el teatro".

Este polifacético hombre de escena añora la época en la que había una escuela de arte dramático en el Ateneo de La Laguna, la Escuela de Arte Dramático de Santa Cruz, el Teatro Universitario Español, el teatro de Radio Juventud, o el de Radio Club. "Esta fue una época de mucha actividad teatral. Fue una época de censura con inspectores en los ensayos principales y no había casi ayudas. Fue un periodo muy importante. La prueba es que era portada de los periódicos. La atención al teatro era importante. La gran carencia actual del teatro en Canarias es que no hay crítica. En aquella época, Domingo Pérez Minik, Ángel Acosta en La Tarde, Álvaro Martín Díaz en El Día. Eran críticos teatrales. Estábamos pendientes al día siguiente de ver cómo nos ponía la crítica. Por eso quizás la importancia de los Premios Réplica, que a mi se me antoja como un Oscar. Vienen a suplir un poco la falta de las críticas, porque en estos momentos no hay crítica, no veo ninguna".

También es consciente, a pesar de haberse jubilado hace años, de que la gente está como descubriendo el teatro. "La gente tiene hambre de teatro, sobre todo cuando viene de fuera, porque la gente está un poco desencantada de lo que ve en la televisión o incluso en el cine, que está en crisis. Eso del séptimo arte, desde que desaparecieron los genios, es el cine de los efectos especiales, y la gente está viendo en el teatro esa realidad atrapada, pero la está viendo como más real. Son paradojas".

Una de las funciones primordiales del teatro en la sociedad es, como afirmó Díaz de la Barreda, para que la gente se "corrija o se enorgullezca. Es el espejo, va al teatro para verse reflejado. El teatro se produce cuando un hombre está frente al otro. El teatro es consustancial con la naturaleza humana. Es como el juego de una niña que está haciendo de mamá con una muñeca, está representando lo que está viendo. Esa es la función del teatro, es consustancial a la naturaleza humana".

Por último, comentó que al igual que existe una Orquesta Sinfónica en la Isla, le gustaría que hubiera "una especie de Compañía Insular de Teatro, como hubo en su momento. Una cosa de lo que siempre me he sentido orgulloso es de haber promovido las Escuelas Insulares de Teatro, de las que fui su primer director. Allí está el auge, que en cada pueblo haya una puerta donde un joven pueda tocar y entrar en este mundo fabuloso del teatro".