La escritora Elena Poniatowska, conocida como la "Princesa Roja" por su descendencia de la realeza polaca y por su compromiso, se convirtió ayer en la "reina de las letras" después de recibir el Premio Cervantes, con un discurso que estuvo lleno de emoción, realidad y altura y con el que dio voz a los pobres y olvidados.

Un discurso muy aplaudido por un claustro lleno en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), en el que la escritora "más mexicana que el mole" - "una sancho panza femenina" como ella misma dijo-, desplegó la empatía que la caracteriza, mucha ternura y amor, nombre del segundo apellido de la nacida como princesa Hèlène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor.

Vestida con su traje indígena rojo y amarillo, realizado por las mujeres de Juchitán (Oaxaca), la escritora y periodista unió literatura y periodismo, en una intervención con los pies muy pegados al suelo, aunque lo hiciera hecho desde un púlpito, y que comenzó con el recuerdo a Gabriel García Márquez, quien "dio alas a América Latina" e hizo que "nos crecieran flores en cabeza".

Después, con voz pausada y con ese sentido musical con el que tiñe su obra, Poniatowska, con casi 82 años y con cuenta propia en Twitter, dijo que no podía hablar de molinos "porque ya no los hay", pero sí lo ha hecho de "los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan".

José Emilio Pachecho, Octavio Paz, las tres mujeres que la preceden en el Cervantes: María Zambrano, Dulce María Loynaz y Ana María Matute y las mujeres comunes y corrientes, las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez o las de Chiapas fueron protagonistas del discurso de Poniatowska, muy reivindicativo y bastante crítico con el poder.

"Me siento muy solidaria con las mujeres de México, sin ellas el país se caería en mil pedazos porque son un elemento aglutinador, son resistentes y generosas", comentó la galardonada.