"Frente a la angustia de los jóvenes, los herederos de Chávez solo saben reprimir". Esta es la introducción con la que el escritor y editor Antonio López Ortega encabeza una columna de opinión titulada "Venezuela huérfana" publicada en el diario El País. El autor de "La sombra inmóvil", elegido libro del año por el periódico El Nacional, hablará hoy, a las 19:00 horas, en la Mutua de Accidentes de Canarias (Calle Robayna Nº. 2. / Santa Cruz de Tenerife) de la realidad contemporánea que se vive en la denominada Octava Isla desde distintas perspectivas. "Lo cultural no se puede desligar de lo económico, lo social o lo político. Allí todo funciona a partir de una regla bastante sencilla: O estás conmigo o estás contra mí", simplifica al máximo un periodista de raíces palmeras que acaba de presentar en Ginebra, París y en la Feria del Libro de Madrid las claves literarias de la publicación que promociona en la MAC.

¿Cómo está el pulso de Venezuela?

En historia jamás se puede llegar a pensar si las cosas son necesarias o no, sino que ocurren por una serie de razones. A partir de esa posición yo tengo la sensación de que Venezuela se merece o necesita pasar a otra cosa. El ciclo actual, que ya dura como 15 años, se está cerrando y el país tiene que avanzar hacia otro momento. En la mirada de los jóvenes se ve claramente que el cambio ya no puede esperar.

¿Y ese cambio está próximo?

La situación política no es fácil, pero yo tengo el convencimiento de que hemos entramos en esa transición. El asunto es cómo será el cambio. Puede ser una ruptura muy arriesgada o más segura de lo que la gran mayoría piensa. El Gobierno técnicamente está quebrado y no sabe darle continuidad política al escenario actual.

Pero la sombra de Hugo Chávez continúa siendo muy larga, ¿no?

Ese es el paso que debemos dar; hay que ir a buscar un sentimiento más compartido que debilite aún más los factores de gobierno. El juego está trancado porque el margen de reacción de los que toman decisiones es mínimo. Venezuela es un país perseguido por los acreedores que no ha sabido administrar todos sus recursos.

¿A nivel cultural, al igual que ocurre en otros aspectos cotidianos, solo se percibe oficialismo o crítica?

Ese es el discurso oficial: O estás conmigo o estás contra mí. Esa es una postura poco democrática que alimenta una grave polarización. Entre los años 1958 y 1998 se vivieron cuatro décadas de estabilidad democrática y de aprendizaje... Es intolerable y absurdo reducir una actividad cultural a la idea de que si eres bueno con el poder te damos un premio y si te comportas con independencia habrá un castigo.

¿Se puede llegar a ser crítico desde Venezuela?

Lo dice por las personas que practican la censura, ¿no? Ellos saben quiénes son los críticos y tratan de silenciarlos o desacreditarlos a través de los medios de comunicación afines. Yo, por ejemplo, publico una columna de opinión en El Nacional que tiene muchos enemigos. En Venezuela se puede vivir siendo crítico, pero corriendo muchos riesgos.

¿Criticar desde una posición cultural es menos arriesgado?

La columna de un diario siempre es el espacio ideal para ejercer la crítica, pero mis opiniones son culturales; trato de distanciarme de la rabia que existe en todos los medios. El grado de discusión política se ha empobrecido mucho para crear un fanatismo que a mí no me interesa. No sé si lo consigo o no, pero yo busco el porqué de las cosas que nos suceden desde un punto de vista histórico y cultural. Un fenómeno como Chávez, por ejemplo, no es nuevo... No es la primera vez que la historia de Venezuela está ligada a un hombre duro. El siglo XIX está lleno de gobernantes con ese perfil.

¿Convivir con la censura no es una situación cómoda?

Yo no me autocensuro... Si hay gente que lo hace por mí es un signo de debilidad democrática que ha encontrado un rechazo frontal por parte de la intelectualidad venezolana. El mundo opinático está denunciando lo que está ocurriendo allí desde hace muchos años.

Usted ha incluido esa violencia social en sus relatos, ¿lo hizo porque la ficción siempre es una válvula de escape para la realidad?

Dentro de las leyes de la ficción un escritor necesita recurrir a un asesinato o una trama de corrupción. No puedo negar que esa realidad me contamina y se acaba filtrando a mis cuentos. Una de las virtudes de la nueva narrativa es preservar la voluntad de hacer ficción. Esta es otra forma de tratar los temas que interesan al público sin tener que recurrir a las reglas del documental o el reportaje.

¿Cuáles son las claves de su obra?

Es una obra narrativa que desarrollo desde 1978 y que se mueve fundamentalmente entre el cuento y la novela. Un amigo escribió en la contraportada de "La sombra inmóvil" algo así como que "la obra de Antonio López Ortega representa el último capítulo de felicidad en Venezuela". Eso es una manera un poco dramática de ver mi creación literaria, pero tengo la impresión de que lo que quería decir es que en algunos de mis relatos se refleja una realidad venezolana que ya no existe, o que están tratando de desdibujar.

¿Conectar su obra con las Islas es algo inevitable?

Una gran porción de mi cuentística tiene influencias canarias. En "Lunar", por ejemplo, describo el viaje de dos parejas al Teide. La memoria insular de mi literatura es algo heredado de mi madre, que era natural de La Palma. Esa agitación cultural forma parte del escritor que llevo dentro.

¿Qué sensaciones percibió en las últimas ferias del libro en las que participó?

Acabo de venir de Madrid y las sensaciones que se perciben en el sector del libro son difíciles, pero ilusionantes porque se está comprobando que el libro digital no es tan voraz como se presumía... Hace cinco años existían unas cifras de proyección en Estados Unidos, Japón, Alemania o Francia que no se están cumpliendo. Al papel le queda aún una vida muy larga.