érase una vez un castillo... Aunque parezca un principio de cuento, la Ruta de los castillos es un proyecto impulsado desde el Museo de Historia y Antropología de Tenerife que se celebra el primer sábado de cada mes (si cae festivo se traslada su fecha) y que da la posibilidad de visitar durante algo más de dos horas el Castillo de San Juan, la Casa de La Pólvora, el Castillo de San Cristóbal, el Castillo de Paso Alto y Castillo de San Andrés.

El Auditorio de Tenerife es el punto de encuentro de una ruta que tiene su primera parada en el Castillo de San Juan, también conocido como el Castillo Negro. Aída Martín Angulo, la guía que ayer se encargó de explicar las claves de una iniciativa impulsada desde el Cabildo Insular de Tenerife, espera la llegada de los últimos inscritos antes de subirse a un muro y dar las primeras nociones de la fortificación que tiene a su espalda.

Algunos de los asistentes desconocían que el Castillo de San Juan se erige en una zona conocida como caleta de negro. Y es que aunque no exista una certeza absoluta hay leyendas que apuntan a que este lugar fue una zona de descanso que se habilitó en el pasado para los esclavos procedentes de África. A pesar de que esta teoría se sostiene sobre un terreno inestable, lo que sí parece tener algo más de fuerza es el hecho de la negritud de la piedra con la que está construido el edificio localizado en el entorno del Parque Marítimo.

Las distintas reconstrucciones han salvado al Castillo de San Juan de una muerte segura, pero aún son visibles en sus muros la existencia de la argamasa original -es una mezcla de agua, arena y paja con la que se unen las piedras- del espacio mejor conservado. "Es el que más llama la atención", dice Martín Angulo antes de que una señora realizada un comentario a media voz. "Es una pena que este sitio no esté abierto nunca. Aquí te vienes con un libro y pasas la tarde", confiesa al ver una de las estancias acondicionadas por los creadores del tour "Nelson''s Challenger".

Pero la ubicación del Castillo de San Juan no es casual. Este punto de la fortificación que se extendía por todo el litoral santacrucero -la capital aún estaba ubicada en San Cristóbal de La Laguna- permitía el fuego cruzado desde dos puntos tan distantes como podían ser los castillos de Paso Alto y San Juan. Felipe II encargó al ingeniero italiano Leonardo Torriani -llegó a la Isla el 2 de diciembre de 1587- que diseñara un entramado defensivo que protegiera el flanco más vulnerable desde el que se podía acceder a La Laguna.

Pedro es un apasionado de la historia de Tenerife que se resistía a perder la oportunidad de conocer "in situ" las interioridades de unas fortalezas sobre las que deja caer una queja generalizada. "Es una pena que este tipo de espacios no estén abiertos de forma permanente al público, pero este tipo de rutas son bastante útiles y didácticas", admite antes de que el grupo se encamina a la Casa de La Pólvora.

Debajo de su gran bóveda huele a humedad. No hace ni frío ni calor, solo se percibe el típico tufo que desprenden las salas que permanecen cerradas durante largos periodos de tiempo. Fuera no queda ni rastro del gran espadón que en el pasado servía para camuflar la presencia del polvorín: el objetivo de esta barrera era evitar por todos los medios que las embarcaciones distinguieran su presencia y dirigieran sus cañones contra ella. De camino al Castillo de San Cristóbal se hacen visibles los cimientos de la batería de San Francisco. Los usuarios de la "ruta del colesterol", esa vía interminable que une la base del Palmetum con la antigua estación del "Jetfoil", se cruzan con ellos en cuanto superan el semáforo que da acceso al puerto y al Auditorio de Tenerife.

El "Tigre" espera a unos visitantes que observan con curiosidad cómo un turista se remanga los pantalones antes de caminar hasta el centro de la inmensa fuente de la Plaza de España. El retratado, de nacionalidad italiana, no es consciente del significado de las gruesas líneas negras sobre las que ha plantado sus pies. ¿Quizás, crea que son algún tipo de remiendo para evitar las filtraciones? No. Ese dibujo oscuro representa el perímetro de uno de los cuatro baluartes que tenía el Castillo de San Cristóbal, la joya de la corona del sistema defensivo proyectado en primera línea de Santa Cruz.

San Cristóbal contaba en 1788 con ocho cañones de 24 libras, cuatro de 14 libras y dos de 12 libras. Además, contaba para su defensa con un equipo humano formado por un oficial, un sargento y 17 soldados. Este enclave no pudo ser tumbado por Robert Blake (1657), John Jennings (1706) o el renombrado Horatio Nelson (1797). A San Cristóbal se lo llevó por delante una ampliación del puerto de Santa Cruz de Tenerife ejecutada en los primeros decenios del siglo XX.

Pero mucho antes de que Nelson, Jennings y Blake fracasaran en la bahía capitalina hubo otros ataques que no llegaron a buen puerto: Antoine Alfonse (1552), Durant de Villagaignon (1555), Paris Legendre (1556), John Hawkins (1564), William Winter (1571) o Wooder Rogers (1708) no pudieron batir a las defensas ubicadas entre el Castillo de San Juan (batería de San Francisco (Regla), batería de San Telmo, batería del Rosario, batería de San Pedro, batería de los melones -en el Museo Militar Regional de Santa Cruz- y los reductos de Candelaria y de San Miguel) y el Castillo de Paso Alto.

Debajo de una Plaza de España que respira una amplia modernidad "duerme" El "Tigre" y una sinopsis de los sucesos acaecidos en Santa Cruz de Tenerife entre los días 20 y 25 de julio de 1797. La gran derrota de Nelson se explica a través de cuatro pasos titulados "El órdago", "El ataque", "La tregua" y "La estrategia".

La penúltima parada de la Ruta de los castillos es en Paso Alto. Su apariencia no tiene nada que ver con lo que en su día fue una baza estratégica para la defensa de Santa Cruz (durante el Régimen desempeñó funciones de presidio). Allí se libró la madre de todas las batallas que salpicaron este litoral. Esa que acabó con la firma de unas capitulaciones y el intercambio de cerveza, vino y pan entre las milicias locales y las tropas británicas.

San Andrés es el final de un tour muy útil para entender la defensa escalonada de una vertiente de la Isla de Tenerife que nunca pudo ser tomada tras la conquista castellana. El entorno de Las Teresitas era un enclave de observación y de aviso hacia otras fortificaciones que estaban más próximas al lugar en el que hoy se encuentra el edificio del Cabildo de Tenerife (los avisos de ataque se daban con humo durante el día y con fuego en cuanto anochecía). El torreón de San Andrés y un punto avanzado localizado cerca del mirador de Igueste de San Andrés eran lugares de observación para controlar los barcos que se aproximaban por Anaga.

El estado de destrucción en el que se encuentra el Castillo de San Andrés no es fruto de las embestidas enemigas, su derrumbe se aceleró con tres corrimientos de tierra que se dieron en el cauce del barranco que ocupa. Los otros signos de abandono son las huellas que han dejado algunas (pintadas y basura acumulada) personas que ignoran su pasado glorioso.

Fecha de construcción.- 1756

Especificaciones técnicas.- Era el principal almacén de munición de todo el frente amurallado santacrucero -podía albergar más de 3.000 quintales de material explosivo- y su cubierta abovedada estaba sostenida por cinco grandes arcos de medio punto cuyo peso descansaba sobre diez contrafuertes. La nave no podía ser ni demasiado cálida ni húmeda, para conservar la pólvora en buen estado. Entre los años 1770 y 1780 se levantó un gran espadón (ya desaparecido) para disimular su presencia desde alta mar.

Fecha de construcción.- 1643

Especificaciones técnicas.- Fuerte circular que fue proyectado en dos alturas, con un doble foso y un paso elevado. En sus orígenes contaba con una empalizada defensiva y dos garitas laterales. Tambien es conocido como el Castillo Negro.

Año de fabricación.- 1768 (Sevilla / En la Fundición Solano).

Especificaciones técnicas.- Fundido en tres cuerpos, El "Tigre" tiene una envergadura de 2,70 metros y utilizaba una munición de unos 7 kilos. Durante mucho tiempo estuvo expuesto junto a otras piezas en una terraza superior del Castillo de Paso Alto hasta que debido a los constantes ataques vándalicos se decidió su traslado a Almeida. Actualmente se puede visitar en el Castillo de San Cristóbal.