No se anda con rodeos cuando confiesa que el fútbol siempre ha sido un "alimento de primera necesidad" en su vida. El fútbol en blanco y negro en el que Juan "Azulgrana" empezó a trazar las líneas de una carrera periodística repleta de satisfacciones y alguna que otra decepción. Premio Nacional de Cultura 2012, Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948) maneja con un exquisito equilibrio los hilos de una profesión que descubrió hace más de cinco décadas. "Para mí la literatura siempre formó parte de un sueño posible; todo lo que estaba en un libro me parecía verdad", relata el autor de una veintena de libros.

¿Cómo se le ocurrió entrar en el mundo del periodismo?

Por la radio y por la curiosidad de un niño que sentía una atracción muy grande hacia los medios de comunicación. Para mí "El Capitán Trueno" no era un cómic; era un periódico que mi hermano me traía a casa todas las semanas. Gracias a la radio y a esas lecturas adquirí una sintaxis razonable. Recuerdo una página del periódico EL DÍA de 1956 que informaba de unas graves inundaciones en la isla de La Palma y en la que aparecía un hombre muerto en una fotografía. No sé por qué, pero mi madre tenía ese recorte en casa y todos los días leía conmigo aquel suceso. Ahí fue cuando me hice periodista.

Thomas Fuller argumentaba que el oficio se aprende sin maestros. ¿Fue ese su caso?

Yo tuve unos cuantos maestros enseguida. Mis primeros conocimientos periodísticos los adquirí en la plaza del Charco del Puerto de la Cruz a través de don Luis Castañeda, él fue quien me introdujo en los nombres propios de la cultura: Machado, Hernández, María Zambrano... Había otro hombre que se llamaba Olegario, que debía ser republicano, que me enseñó algunos aspectos civiles de la vida. Él fue la primera persona que vi que no se arrodillaba cuando tocaban el himno nacional en el paso de la Semana Santa. Yo era un niño algo atrevido y no me costaba un gran esfuerzo hacer contactos. Uno de ellos fue don Julio Fernández, que era el director del Aire Libre y quien me publicó mi primera crónica. A partir de ahí tuve la oportunidad de conocer a don Domingo Pérez Minik y a don Ernesto Salcedo, pero también hubo una persona extremadamente generosa que pasaba por mi casa a recoger mis escritos cuando yo no podía llevarlos a la redacción. Ese señor era Salvador Pérez "Paladín".

¿Cómo se tomó su familia esa temprana actividad periodística?

Me apoyó desde el principio, es más, recuerdo una anécdota que se dio antes de hacer mi primera entrevista. Me encargaron hablar con Julio Caro Baroja y aquello a mi madre le pareció algo extraordinario. De hecho se preocupó de que yo fuera bien vestido a la entrevista: me compró una chaqueta, una corbata, una camisa...

¿Mantiene frescas las vivencias de su primer artículo?

Lo hice a mano y se lo envié por correo a don Julio Fernández. Yo no lo conocía, pero él escribió una entradilla en la que se refería a la sintaxis, que es algo que yo le debo a mis horas de radio. La sintaxis no es un mérito ni se aprende, es un ritmo que procede de la capacidad que pueda tener una persona para aceptar que la escritura es música. Si eso entra en tu cuerpo puedes llegar a aprende a escribir. Su reflexión me hizo gracia porque yo no sabía lo que era la sintaxis. Me pasaba algo parecido a aquel famoso personaje de Molière que escribía en prosa sin saber que hablaba en prosa...

¿Fue difícil "abandonar" por primera vez el Puerto de la Cruz?

No, porque esa partida era algo imprescindible. Entonces si querías estudiar en La Laguna tenías que irte de casa. Sobre todo, por el hecho de que la gran mayoría de las familias no podían costear los gastos del transporte y era preferible residir en La Laguna. Además, yo empecé a trabajar en La Tarde y en Jornada Deportiva a los 15 años. Ahí fue cuando Salcedo me pidió que me fuera a EL DÍA. Por aquel entonces era mucho más traumático cambiar de periódico que cambiar el lugar en el que ibas a residir. Mi madre decía que yo era un chico desinquieto y no me costó crear un vínculo muy especial con el Aire Libre. Ella nunca puso pegas a mi desprendimiento del Puerto de la Cruz porque entendía que era lo que yo debía hacer. Lo que sí le preocupaba a mi madre eran mis ataques de asma.

Sus orígenes están en la crónica deportiva, más concretamente, en esos campos de fútbol de dios... ¿sigue en deuda con aquellos inicios futboleros?

Al fútbol le debo una enorme gratitud y admiración. Sobre todo, esas crónicas de elaboración rápida que estaban llenas de metáforas y de un enorme poderío sintáctico. Yo tuve un maestro en la figura de Martín Girard. Yo me había hecho ya del Barça y compraba cada semana el Dicen y el Lean... La radio que se escuchaba en mi barrio era de Barcelona -era Radio Nacional de España- y me resultó imposible no hacerme del Barça. De hecho, mis redacciones en la Escuela de Segunda Enseñanza de doña María Teresa del Puerto de la Cruz las firmaba Juan "Azulgrana".

Eduardo Galeano dice que "el fútbol es la única religión que no tiene ateos". ¿En eso no se equivoca mucho?

En eso no, y en otras cosas tampoco... Para mí el fútbol ha sido siempre un alimento de primera necesidad.

¿Una necesidad como la que sintió en el instante de participar en la fundación de El País?

En Tenerife fui señalado como un loco por mucha gente que me decía para qué me metía en una aventura que no tenía futuro. No nos costó mucho irnos, hablo en plural porque me fui con mi hija y con su madre, porque nosotros ya habíamos vivido un tiempo en Inglaterra y eso le llamó la atención a Juan Luis Cebrián. Salcedo no quería que me fuera de EL DÍA. Tal era su empeño que llamó a mi madre para convencerla de eso no era bueno para mí. Esto no lo he contado nunca, pero él estaba convencido de que aquello duraría dos días y que acabaría volviendo...

Insisto con otra embestida futbolera: Kubala, Eusebio, Di Stéfano... ¿Los futbolistas de hoy parecen mucho más terrenales; tanto como el periodismo de 2014?

Antes cuando un jugador abandonaba su equipo para ir a jugar con el eterno rival se producía un pequeño terremoto. Hoy en día eso se ve como una normalidad. Evaristo se fue del Barcelona al Real Madrid después de marcarle un gol histórico a los blancos o el lío del contrato de Di Stéfano. Son otros tiempos. Uno de los nicks que utilizo para perderme en una de las muchas sociales que existen ahí fuera es Kubala y para mí Luis Suárez era un mito; yo escuchaba jugar a Luis Suárez porque antes de oía el fútbol... Hoy en día el fútbol es demasiado arrogante y público; es un juego que ha dejado de ser interesante para ser interesado.

¿Y el periodismo?

Yo creo que tiene unas posibilidades enormes que hemos desgastado demasiado pronto... A la rapidez, por ejemplo, le sucede la falta de rigor y a la capacidad que tienen las noticias para circular le hemos añadido el rumor. Eso es un gran problema, no solo del periodismo sino de la sociedad. Ahora mismo da la impresión de que se puede decir lo que nos da la gana de las personas y de las instituciones por el simple hecho de que es algo que hemos escuchado. Opinar no es libre; es libre una vez lo has hecho, pero antes de hacerlo tienes que saber. El oficio de un periodista no es opinar; es informar y analizar... De la salud puede opinar un médico, de la capacidad de aguante de un edificio un arquitecto o un ingeniero y de un libro alguien que lea mucho, pero nos hemos acostumbrado a la idea de que opinar solo es estar al alcance de todos diciendo cualquier cosa sobre cualquier cosa.

María Zambrano, a la que usted citó al inicio de esta entrevista, decía que "solamente en soledad se puede llegar a la verdad". ¿El periodismo tiene muchos instantes de soledad y menos de verdad?

Eso es muy propio de las redes sociales. Yo lo he podido comprobar en las entrevistas semanales que publico con personas completamente distintas. Cuando uno de mis entrevistados dice algo que no gusta hay gente que decide que eso no solo lo ha dicho el protagonista de la entrevista sino el que la firma. Entonces recurren a esa frase tan típica. "Es que lo ha dicho (o pone) el periódico". La capacidad que se tiene ahora para despreciar la opinión ajena y la posición del otro es inmensa. Eso acaba empobreciendo cualquier atisbo de conversación. Si solo queremos oír lo que nos gusta oír, acabaremos sordos.

Debajo del periodista aparece el Juan Cruz escritor que también conoce el camino del éxito. El que domina el arte de la crónica tiene buena parte del camino recorrido a la hora de desembarcar en la literatura, ¿no?

El periodismo y la literatura es un camino continuo que no todos se atreven a recorrer, pero que está trazado. Yo cuando escribía para el Aire Libre, en La Tarde y en EL DÍA publicaba muchas cosas que no tenían nada que ver con la información ordinaria. Hacía relatos y dirigía la página Tagoror Literario. Hay muchos textos con mi firma que tienen un sentido literario porque al final un cajista -lo que hoy en día se conoce como un maquetador de redacción- descubría que faltaba texto en un artículo. Yo hice muchos de aquellos rellenos... El que le ha tocado alguna vez arreglar esos entuertos sabe que ahí hay que echarle algo de literatura.

Una curiosidad: ¿usted tiene más de "mirlo blanco" de redacción o de "piquito de oro" radiofónico?

A eso le voy a responder con una frase que Alfredo Bryce Echenique escribió en "La amigdalitis de Tarzán". Según él, éramos mejores por cartas. Uno se explica mejor escribiendo, sobre todo, en un ciclo en el que las palabras las estamos aventando y no usando. No sabemos el valor que tienen las palabras. Desconocemos su agresividad y por eso cuando las palabras no se emplean bien; cuando no se aquilatan y se pesan bien, caen de manera injusta sobre otros.

Escuchando su sección radiofónica "Leer y releer" se distingue a un lector apasionado. ¿Esa es otra de las claves de su vida?

Esa es la otra maestra de mi infancia. En el colegio tenía una profesora que era enormemente literaria, muy exigente para mi gusto, y en el instituto me encontré con otra que nos hacía leer a Miguel Hernández, Delibes, Baroja... A mí ya me había picado la curiosidad lectora y eso era una gran ventaja. En casa no había un mueble para libros, pero al lado sí que existía una carpintería. Un día me acerqué por allí y le dije al encargado que me hiciera un mueblito... Mi hermana me decía que eso no lo iba a llenar de libros en toda mi vida (sonríe)... Se quedó pequeño. Recuerdo que una mañana fui hasta el Instituto de Estudios Hispánico y pedí mis primeros libros: "Viaje al centro de la tierra", de Julio Verne, "Pequeñeces", del padre Coloma, y "Oliver Twist", de Dickens. Me llegué a memorizar un poema de Kipling que escribí en la puerta de mi casa y que mi madre me hizo borrar con la uña... Para mí la literatura siempre formó parte de un sueño posible; todo lo que estaba en un libro me parecía verdad.

¿Abruma ser Medalla de Oro de su municipio, Premio Canarias de Comunicación o Premio Nacional de Cultura?

Cuando eso ocurre te lo tienes que tomar con una cierta distancia y pensar que el protagonista no eres tú... Es como si me encargaran hacer la crónica de algo en el que el homenajeado es otra persona. Lo que sí me abruma de gratitud y de distintos sentimientos, pero todos buenos, es la iniciativa en la que se empeñaron unos profesores de La Vera de ponerle mi nombre al colegio.

¿Es un periodista de lápiz y papel o su mirada se automatizado hasta el punto de escribir al ojo?

No, no, no. Yo sigo con mi libreta. De hecho tengo un libro dedicado por Vargas Llosa en el que se lee: "A Juan Cruz Ruiz, siempre con su libreta y su lápiz". Ese es el mejor resumen de mi trayectoria periodística. De memoria no se puede escribir. Bueno. Don Luis Álvarez Cruz escribía de memoria y hacía unas entrevistas maravillosas.

¿En la prensa de hoy existe más mala leche que la que había en el momento en el que Juan Cruz niño decidió hacerse periodista?

El periodismo solo es un poder. Algunas personas lo usan bien y otras lo usan mal... Los que lo utilizan mal se acercan mucho a esa mala leche.