Algo desconocido del gran público, algo escondido tras la estrella de otro español, Cristóbal Balenciaga, el pasado sábado nos ha dejado uno de los grandes diseñadores de moda españoles: Manuel Pertegaz.

Su nombre ha sonado algo más en los últimos años por el fantástico vestido de novia que creó para la que entonces sería Princesa de Asturias, hoy reina, Doña Letizia. Una muy acertada elección y sin duda un reconocimiento de la Casa Real Española al trabajo de un gran profesional.

Su trayectoria se remonta a los principios de la alta costura en el país. A través de sus creaciones podríamos contar la historia política, social y cultural de la España contemporánea, como suele acontecer con los grandes maestros que han sabido captar la esencia de la época en que han vivido y traducirla en telas, hilos y patrones.

Nacido en Olba - Teruel, en 1918, con 9 años se traslada con su familia a Barcelona. Su carrera comienza con apenas 13 años, trabajando en una sastrería que abría una pequeña sección de moda femenina. Ahí aprende a coser. Descubierta su pasión, empieza a hacer, en privado, vestidos femeninos para amigas y familiares, que lo animan a seguir y abrir su propio taller.

En 1943, con 25 años, abre su primera casa de alta costura en Barcelona y en 1948 su primera tienda en Madrid. En 1954 se va a Estados Unidos, y junto a Valentino, Balmain y Pierre Cardin, presenta su colección en Nueva York, Boston, Atlanta y Filadelfia. Su trabajo tiene una excelente acogida y, además de recibir algunos premios en Norteamérica, pasa a ser el primer español que lleva sus vestidos a la famosa Quinta Avenida de Nueva York.

Se comenta que, poco después, con el fallecimiento de Christian Dior en 1957, Pertegaz fue invitado a dirigir la Maison Dior, en París. Como siempre quiso trabajar bajo su propio nombre y hacer las cosas a su manera, declinó la invitación. Aunque también se dice que Dior, antes de su fallecimiento por problemas cardíacos, ya había nombrado a uno de sus asistentes como su sucesor: un jovencísimo Yves Saint Laurent que, con 21 años, fue uno de los más jóvenes diseñadores en asumir la dirección de una Maison de alta costura. Jamás sabremos si la invitación fue real o más uno de los rumores tan comunes en el mundo de la moda. De lo que no hay duda es de que Pertegaz hubiera sido, como mínimo, un fuerte candidato para sustituir el genio francés.

Los años 40, 50 y 60 son décadas de oro para el diseñador que ha recibido varios premios nacionales e internacionales por su trabajo. Tan destacado es su éxito que, en 1969, entre los talleres de Madrid y Barcelona, llega a tener a más de 700 empleados trabajando para él.

Ha sabido adaptar su creatividad y su extremado perfeccionismo a los gustos cambiantes de la moda y ha podido utilizar toda su osadía y creatividad en el mercado norteamericano, mucho más receptivo a las novedades que el mercado español de la época, mucho más conservador. Como no ha salido del país, le ha tocado vivir in situ todo el período de la dictadura española. Naturalmente, como diseñador de alta costura, ha vestido a la élite y a la burguesía de esta época que, de alguna manera, estaban relacionadas con el régimen, lo que llevó su nombre a estar, aunque injustamente, también relacionado con él.

Con el cambio político en el país, todo el glamour que representaba la alta costura pasa a ser maldito y mal visto. A los desfiles ya no se acudía a mirar y a aplaudir a los vestidos, sino a tirar tomates y a abuchear lo que para muchos era la representación de una época que querían olvidar. Pertegaz quiebra. En 1978 cierra sus talleres en Barcelona y en Madrid.

La alta costura ya no era viable en España y con el avance del prêt-à-porter, el diseñador tiene que renovarse para seguir trabajando. Vuelve al pequeño taller donde había empezado, en Barcelona, y comienza a trabajar un prêt-à-porter de lujo, adaptado a la nueva realidad de la producción en serie, principal característica del prêt-à-porter, pero con un número reducido de reproducciones de cada pieza.

A diferencia de Balenciaga, que mantuvo siempre su genial mirada arquitectónica en la costura, Pertegaz veía a la mujer como mujer: un cuerpo con curvas que deberían ser respetadas, siempre con elegancia. Buscaba la perfección en cada detalle, no dudaba en poner pesos en los bajos de algunos vestidos para perfeccionar su caída o fajines escondidos por dentro de otros para ajustar al máximo la cintura, resaltando las curvas femeninas.

Le encantaba las mujeres delgadas y era extremadamente exigente con sus modelos a ese respecto. Diseñaba para esta mujer ideal, elegante y, como le gustaba a él mismo comparar, que se movía con la delicadeza y la gracia de un cisne. Trabajó hasta el final de su vida y con 96 años de edad, casi todos dedicados a la moda, se merece el respeto reservado a los grandes maestros.