Hacía quince años que no venía por Icod, salvo para un reciente concurso de monólogos del que salió, lógicamente, triunfal vencedor. Quince años desde que viniera a interpretarnos a aquel barquero, Caronte, que llevaba y traía las sombras errantes de los difuntos sobre el río Aqueronte, ¿se acuerdan? Entonces yo tenía quince años, también, y todo aquello me pareció un mundo extraordinario. Que Caronte se llamaba, en realidad, Juan Carlos Tacoronte lo supe luego, cuando tuve la suerte de trabajar con él.

Este pasado lunes, después de tantos años, volvió al pueblo. Vino acompañado de una jaula vacía a la cabeza y un rosario de historias por narrar. Nos trajo el aroma de su infancia, las caras y los recuerdos más exactos del sur de la isla, que lo vio nacer. Fue hilvanando sutilmente un tapiz de recuerdos polvorientos donde se mezclaba la nostalgia y la esperanza, la denuncia y la alegría. En ese paraíso privado de su memoria, Juan Carlos Tacoronte, el narrador, ha añadido todo lo mágico y lo fantástico de la literatura para hacer de sus cuentos, más allá de meras vivencias personales, un digno testimonio de la vida social de estas islas. Él les devuelve la dignidad y la ternura a los nadies, a los olvidados, porque, así lo afirma, «todas las vidas merecen ser contadas».

Agüita Guisada se llama su nuevo proyecto de narración y de teatro de la memoria. Nada en él es impertinente. Por su tono poético y su título bien podría recordarnos al Marcel Proust de la magdalena mojada en té, de cuyo sabor nació nada menos que En busca del tiempo perdido. Con el mismo aire de ensoñación y remembranza Tacoronte pareciera sustituir Cambray por Buzanada, y Odette de Crécy por su tía Antonia la Seca, ¿y por qué no? Quien lo haya escuchado alguna vez sabe que la comparación no es tan loca.

Y ocurre siempre igual con este hombre: uno no sabe si está delante de un bufón, de un comediante, de un maestro de ceremonias, de un monologuista, de un truhán, de un humorista o de todo eso a la vez. Definirlo es complejo, porque tampoco se diría que él busca categorías. Corta el relato cuando quiere, suspende la tensión y cambia de tema, añade datos all''improvviso, juega con el tiempo narrativo y cuando te das cuenta, te ha metido una sonora bofetada en el instante menos pensado.

Alguna vez un crítico dijo de la novela Dublineses que si la ciudad de Dublín desapareciera, podría reconstruirse exacta con esa obra de Joyce. De igual modo, las narraciones de Juan Carlos Tacoronte servirán para recordar que bajo el piche negro de nuestras nuevas ciudades hubo otra Canarias pobre y feliz, que no hace falta desenterrar, porque seguirá viva en sus cuentos y sus historias.

Lo digo en serio, si Juan Carlos Tacoronte no alcanza las glorias del teatro, arte efímero y humilde donde los haya, alcanzará con el tiempo los laureles de la poesía. De la popular. De la pobre. De la buena.