La escritora y periodista tinerfeña Raquel Martín Caraballo (Santa Cruz de Tenerife, 1972) es la ganadora de la última edición del prestigioso premio de poesía Pedro García Cabrera, convocado por la Fundación CajaCanarias, con el poemario titulado "Un árbol en Rodmell". Es licenciada en filología hispánica por la Universidad de La Laguna, posee un máster de periodismo promovido por El País, es autora de varios libros y ha sido seleccionada para la "Antología de Poesía Española Contemporánea: del Uno al Otro Confín".

¿Qué la mueve a presentarse a concursos, quizás es la única forma de darse a conocer?

Los concursos son una magnífica plataforma de lanzamiento para entrar en circuitos editoriales y culturales más elevados que, de otra manera, serían mucho más inaccesibles. Hoy en día, los canales de edición se han abierto y flexibilizado bastante, y existen fórmulas nuevas como la autoedición o la edición digital que están multiplicando las oportunidades a los autores noveles de darse a conocer. Sin embargo, sigo pensando que los concursos son una de las vías más recomendables, porque detrás de ellos subyace siempre el filtro de un jurado especialista cuyo criterio crítico siempre garantiza cierta calidad en las obras premiadas, algo que no siempre sucede con fórmulas menos exigentes como la autoedición.

¿Cómo definiría "Un árbol en Rodmell"? ¿De qué habla en ella?

Un árbol en Rodmell es un emocionado homenaje a tres de las más grandes voces femeninas de la literatura universal: las escritoras Virginia Woolf, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik. Tres mujeres merecedoras de recuerdo, no especialmente por sus trastornos mentales o por haber elegido el suicidio como fórmula final de sus vidas, sino, sobre todo, por la energía creadora que fueron capaces de transmitir a partir de sus complejas sensibilidades.

El proceso creativo de la obra partió de una experiencia onírica. Me encontraba releyendo los diarios de la escritora británica cuando una noche se me dibujó en sueños un árbol y una especie de playa donde paseaban y conversaban tres mujeres sin rostro. Un tiempo después yo misma descifré el enigma y supe, con una certeza inexplicable, que las tres figuras eran ellas (o sus espectros). A partir de ese momento, me senté y traduje. La obra se escribió sola, escupiendo imágenes de poderosa intertextualidad, casi al dictado automático de sus susurros en mi oído.

Se trata de un poemario a tres voces, elaborado desde el diálogo íntimo y personal que yo misma establezco con las tres creadoras. Un libro desgarrado y de derrumbe que nos habla de los límites entre eso que llamamos cordura y locura, de las fronteras como formas de vivir, que reflexiona sobre la condición femenina de las "outsiders" y sobre lo que significa habitar en el extrarradio.

¿Cuáles son las claves de su poesía y de su narrativa?

No tengo racionalizada una poética ni un discurso reflexivo sobre lo que escribo, lo cual no significa que no existan claves. Pero no suelo pararme a pensar racionalmente en ellas. Creo que un elemento constante en mí es el material onírico. Trabajo mucho sobre lo que sueño: eso hace que siempre tenga una libretita a mano para anotar sensaciones, claves y mensajes que muchas veces proceden del submundo del inconsciente. Soy muy lúdica. Me gusta explorar mi tradición literaria, pero desde una mirada casi cortazariana del mundo, siempre subida sobre una Rayuela y dibujando, mezclando y recreando mundos de aquí y de allá, incluso poniendo a dialogar varias artes a la vez. Hay ciertos temas que me obsesionan: el tiempo y sus señales es uno de ellos. También la locura, la infancia, las vidas pasadas, el Padre, los espejos, los jardines y los bosques, los gatos, los relojes... Me interesa todo lo que venga del azar, de las asociaciones ocultas entre las cosas, todo lo que sea contar el mundo desde el otro lado, indagar en el tema del doble, de los espectros, de las realidades paralelas que no vemos, narrar desde el presagio o la premonición...

¿Es usted autobiográfica en sus poemas, o son experiencias ajenas?

Ambas cosas y ninguna; es decir, seguramente una mezcla de las dos. No suelo escribir directamente sobre mí, de forma racional o consciente, pero cuando releo mucho de lo que escribo es cierto que alguien muy parecido a mí o a mis vivencias se dejan sentir. Creo que, sin quererlo, me reinvento o me reelaboro a través de las experiencias de otros. Está claro que la mirada que una arroja sobre la realidad cuando escribe está enfocada desde la lente de la propia vivencia.

¿Sigue las normas de la poesía clásica, con rima y otros condicionantes, o se inclina por el verso totalmente libre?

Amo la poesía clásica, pero también considero clásicos a muchos grandes poetas que jamás han rimado versos. Yo particularmente no escribo bajo condicionantes métricos. Pero sí escucho la música interior del verso, respeto su respiración. Le doy mucha importancia al ritmo, a la cadencia. La poesía es música. Escribo y leo como cuando oigo una buena canción.

¿Qué papel juega la poesía en la sociedad actual?

En un momento en el que la poesía flaquea y se convierte en pose y artificio, en que se vacía de su principal función transgresora, creo que es necesario volver a perder el equilibrio, caer y enfangarse en territorios incómodos y estigmatizados; en palabras de Rimbaud, hay ocasiones en que "lo mejor es dormir bien borracho sobre la arena".

Hay quienes hacen poesía delante del espejo. Se visten, se engominan, se acicalan, se contemplan complacientes y nos relatan lo que ya vemos. Otros, en cambio, (a veces llamados locos o bipolares), traspasan el espejo para contarnos el mundo desde el otro lado. Virginia, Sylvia y Alejandra, las tres escritores sobre las que escribo en esta obra, atravesaron la línea y colocaron sus ojos del revés para mirar desde detrás de sus párpados. Un territorio tan valiente y bello como un insulto, donde no cabe ningún tipo de impostura.

Para mí la poesía debe ser subversiva, en estos tiempos como en cualquier otro. Debe ser un revulsivo. Debe crear belleza y golpearnos para formar conciencias críticas ante el mundo. Los poetas deben llegar a aquellas zonas donde otros no llegan, decir aquello que los demás quisieran decir y no pueden. Por eso han sido siempre seres socialmente estigmatizados pero, al mismo tiempo, reverenciados y admirados como magos o chamanes.