En su primera experiencia con la Orquesta Sinfónica de Tenerife le ha tocado montar la dirección musical de “La Cenerentola”, ópera de Rossini que envuelta en el formato de uno de esos concursos televisivos que tanto abundan estos días se representará en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife del 23 al 26 de octubre. “En esta versión no se ha traicionado el sentido de la historia”, dice el maestro italiano Matteo Plagiari sobre una propuesta escénica liderada por su compatriota Silvia Paoli.
¿El hecho de que esta sea una Cenicienta de “reality show” no condiciona en exceso el apartado musical?
La puesta en escena es moderna y transcurre en un estudio de televisión, por lo que ha sido necesario transformar un poco a los personajes. Alidoro, por ejemplo, en este “reality show” es el mánager de Cenerentola y sus hermanastras son dos de las muchas mujeres que quieren casarse con el príncipe. A pesar de ese toque vanguardista, lo más importante es que en esta versión no se ha traicionado el sentido general de la historia.
Por jugar un rato a los adivinos, ¿cómo cree que se tomaría Rossini esta puesta en escena?
Creo que la acogería con mucha diversión porque en este caso no se ha tocado nada que dé pie a una posible traición a la ópera. Debajo de una trama tan divertida como “La Cenerentola” hay una moral muy poderosa, es decir, Cenicienta sigue siendo la representación de la bondad y los otros personajes se transforman en lo que son: la arrogancia de Don Magnifico se aprecia con claridad en la versión diseñada por Silvia.
En el pasado mandaban los cantantes, luego los directores musicales impusieron sus criterios y ahora parece que el gran protagonismo lo acaparan los directores de escena. La ópera vive un ciclo de cambio, ¿no?
Este es un espectáculo escénico y obviamente todo lo que tiene que ver con su psicología –la escenografía y cómo se mueven los personajes en ella– es algo que debe estar controlado por el director de escena, pero eso no tiene nada que ver con quién manda más sobre quién. Más bien, él, en este caso ella, debe saber leer el espectáculo a partir de sus conocimientos de la misma forma que un director musical tiene que saber interpretar la música. Lo que pasa es que la libertad de Silvia Paoli es mayor que la mía porque ella tiene que trabajar con imágenes. Eso en ocasiones, que no es el caso de esta ópera, supone un gran problema cuando las ideas del director de escena y las del director musical son antagónicas. Eso lo único que puede provocar es un choque entre dos personalidades.
¿Y usted, como responsable del apartado musical, ha tenido que realizar modificaciones?
No. Todo es auténticamente fiel a la idea original. Sí que ha habido algún corte en los recitativos con el clavicémbalo por motivos escénicos, pero esto es algo normal... Además, debo decir que los recitativos no son de Rossini. A pesar de este corte –en el recitativo sexto–, todo lo demás mantiene su coherencia. Y es que la parte musical no solo no se ha tocado, sino que hemos integrado un coro al principio del segundo acto, que tampoco es de Rossini, pero que fue una decisión personal para darle un poco de protagonismo al coro de los trinitarios del príncipe, que se está riendo de la burla que se ha hecho a Don Magnifico y las dos hermanastras. Esta pieza solamente dura tres minutos y medio y es muy divertida. Además, eso justifica el recitativo que la sigue... Esto no puede ser tan dogmático y si es necesario cortar diez pasos de un recitativo para que la escena sea más rápida se hace para que la parte teatral no se resienta.
¿Cómo valora su primera experiencia al frente de la Orquesta Sinfónica de Tenerife?
Esta es una orquesta que tiene muchísimas potencialidades; una buena orquesta sinfónica que es capaz de hacer grandes resultados en el foso, ya que la calidad de su sonido mejora a una ópera lírica.
¿Este es un buen título para captar nuevos clientes para la ópera?
Es el adecuado para un público que no está acostumbrado a ir al teatro a ver este tipo de espectáculos, puesto que se puede dar cuenta de que este género aún tiene mucho que decir... La ópera de hoy no es algo con polvo y un público de pelo canoso; la ópera está viva. Pero, incluso, los que hayan visto cien funciones de “La Cenicienta” se encontrarán con una novedad.
No sé si atreverá a confesar sus preferencias musicales.
Yo soy muy curioso. A partir de ahí, mi repertorio va desde el clasicismo hasta el siglo XX, pero es obvio que hay autores que me interesan más que otros. Si lo que me pregunta es cuál es mi elección personal, la respuesta es el romanticismo alemán: de Beethoven a Brahms. El director que afirme que no tiene un autor favorito miente: todos tenemos un gran referente: el mío es Brahms. Aquel que no sea capaz de reconocer esa inclinación o miente, o no siente lo que hace. Uno no puede tener en su “Spotify” 500 composiciones y no sentir algo especial por alguna de esas canciones, ¿no?
¿Siente que falta algo de riesgo a la hora de programar a los nuevos compositores?
Ese discurso empieza a principio del siglo XX; en el momento en el que los autores dejaron de escribir para su público y se dedicaron a experimentar. Quizás, entonces olvidaron que el objetivo de escribir una ópera es llegar a un público, no experimentar con un nuevo lenguaje. Es necesario buscar nuevos compositores y programarlos.
¿A estos niveles se perciben los nervios de dirigir ante un público nuevo?
Eso nunca se supera del todo. Los nervios no son malos porque significa que tienes un alto compromiso con lo que estás haciendo. Hay días en los que siento que la tensión con el público se corta con un cuchillo y otros en los que sé que no pasará nada. Eso es algo que puedo captar en la pequeña distancia que recorro antes de ubicarme delante de la orquesta.