El problema de intentar medir el riesgo es que no existe una unidad específica que precise con una exactitud incontestable si ese atrevimiento es alto, medio o bajo... s probable que muchas de las personas que hayan visto la versión de "La Cenerentola" que se programa en el Auditorio de Tenerife tengan hoy una sensación agridulce. La parte que le toca al maestro Matteo Plagiari, blindado magistralmente por los miembros de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, no es discutible. Y es que la mayoría de los comentarios que resonaron la noche de su estreno se concentraron en la labor desarrollada por Silvia Paoli, la escenógrafa que diseñó un voz a voz en unos urinarios mientras un desconocido decidía dónde mear. Perdón, en dónde depositaba ese líquido que tanto le incomodaba.

n cuanto se alzó el telón -tras una brillante introducción musical- muchos se dieron cuenta de que esta era una Cenicienta del siglo XXI, es decir, un prototipo operístico expuesto a la crítica que tanto abunda en los "reality show" en los que se ambienta una ópera canalla, bastante divertida y con unos toques de experimentación que forman parte del ensamblaje natural de lo que es una Ópera studio. Paoli hizo reír a más de uno sin que Rossini se resintiera, es decir, arriesgó sin dañar en exceso el envoltorio de una aventura que consiguió generar la polémica que se le exige a un "Gran Hermano". Y es que la combinación atrevimiento y estrategia oculta más de una trampa. Si seguimos las reglas de "GH", que sea el público el que tome la decisión. Que los espectadores determinen si tradición y vanguardia pueden entablar un combate visual (y rosa chillón) como el que se ha organizado en durante cuatro jornadas en la Sala Sinfónica. ¡Suerte!

@davilatoor