Es un cocinero con estrella y conserva una buena línea, sin apenas un michelín. Hasta ayer se encontraba en Tenerife, donde integró el jurado de la semifinal del concurso Cocinero del Año que se celebró en el hotel Escuela Santa Cruz. En un desayuno informal, Jordi Cruz departe con evidente desparpajo junto a periodistas y colegas del gremio. Prácticamente en crudo. Sin papas en la boca.

Lo cierto es que a pocos días para que los responsables de la influyente guía pongan nombres al nuevo firmamento culinario, el chef del restaurante Abac y L''Angle (acaso más reconocible por su participación en el "talent show" televisivo MasterChef) asegura que "mantener una estrella es rentable y vale la pena", desmintiendo así a quienes consideran que estos grandes restaurantes son poco rentables y que la única forma de supervivencia se orienta a desarrollar modelos de negocio múltiples.

La receta resulta bastante simple de "cocinar". A juicio de Jordi Cruz "no te dan una estrella para que te pongas idiota, sino para hacerlo bien. Si eres buen gestor ganarás dinero, con o sin estrella". No obstante, reconoce que cuando no le concedieron la tercera se pilló "un soberano cabreo": "El año pasado me calenté la cabeza", dijo.

Cuando se establece la relación calidad-precio y se afirma que algo es caro, Jordi Cruz no puede evitar la comparación. "Hay gente que se gasta 120 euros o más en asistir a un partido de fútbol; yo prefiero ir, al menos una vez al año, a un restaurante donde me cobren 200 euros el cubierto y salir enormemente satisfecho y con ganas de volver".

La clave para cocinar resulta sencilla de enunciar, pero a veces difícil de asimilar, y además vale para cualquier tarea o desempeño profesional. "Hay que poner mucha pasión y disfrutar del oficio".

Quizá por eso, Jordi Cruz siente admiración por los pequeños y al referirse a los concursantes de MasterChef Junior valora que "cuando les das la posibilidad de ser ellos mismos, caes en la cuenta de que los mayores somos unos auténticos imbéciles; ellos sí disfrutan".

Y su perfil crítico no tiene aspecto de trampantojo, al contrario, es un plato reconocible. A Jordi Cruz le "duele" que la última imagen gastronómica con la que se queda un turista que abandona nuestro país sea la de "un mal bocata". Tampoco dudó en cuestionar la educación en general y en cuanto al nivel de los estudios de cocina señaló que deberían "modernizarse" porque siguen unos patrones bastante "arcaicos".