Cuando el maestro Aldo Sisillo dice que "Puccini es Puccini" no está dando ninguna primicia, pero Puccini es Puccini. Al menos ese fue el sentimiento generalizado con el que regresaron anoche a sus hogares los espectadores que asistieron a la representación de "La Bohème" en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife. Algunos lo llaman el equilibrio italiano, otros prefieren hablar del magnetismo de un clásico que enamoró a los asistentes en los albores del cortejo entre Mimi (Mariola antarero) y Rodolfo (Pancho orujo), que maduró con la aparición de una sorprendente Musetta (Leonor Bonilla), que comprimió unas cuantas almas con la interpretación de Marcello (Simone Alberchini) y que se recreó con las voces de un coro hilvanado por Juan Ramón Vinagre y armen ruz.

"La Bohème" gustó. Normal. Hay obras de arte que tienen un brillo propio e indiscutible. Además, si la escena acompaña -y el desarrollo escénico de Giovanni Scandella está muy bien resuelto- y las voces se fusionan con una música que transmite magia, la conexión es total. De ahí fluyó una gran química interpretativa entre antarero y orujo que fue premiada con un reguero de aplausos por parte de los asistentes. En resumen, si la historia es buena y las voces acompañan -que en el caso de este elenco se ajustan como uno de los guantes de seda rojos que lució Musetta en el desenlace del primer acto- la ópera en mayúsculas es capaz de crear emociones tan directas como las que se percibieron en el estreno de una obra que volverá a ser representada mañana. El enamoramiento pucciniano existe y estos días reside en el Auditorio de Tenerife.