Soy de los que creen que los agasajos, galardones, homenajes y otros saraos hay que organizarlos con el protagonista vivito y coleando. La concesión del primer premio del Círculo de Bellas Artes de Tenerife a María Belén Morales, sea cual sea la arista que se quiera ver de esta gran mujer, está más que justificado. Artísticamente no hay ni un solo pero que oponer a la decisión que tomó la directiva que preside Dulce Xerach Pérez (sus méritos los enumeró uno a uno con precisión la historiadora Ana María Quesada). Humanamente tampoco hay señales que indiquen que la recompensa en cuestión está mal entregada. Más de seis décadas al servicio de la institución que anoche se rindió con dos cascadas de aplausos a la escultora es un equipaje a tener en cuenta por los que decidieron abrir esta nueva vía con una santacrucera que admite sin reparos su enamoramiento tacorontero.

María Belén Morales es modestia en estado puro. Antes de acariciar con sus manos la escultura (enorme responsabilidad la de un escultor ver una de sus obras en poder de una escultura que conoce todos los secretos del espacio, la geometría y el volumen) no era capaz de esconder una emoción que ella disimula con elegancia. "A todos nos gusta que reconozcan que alguna vez hicimos algo bien, pero ya tengo muchos premios... Igual hay que obsequiar a los jóvenes para estimular sus carreras", relataba en las vísperas de una velada en la que un gigantesco marasmo de recuerdos luchaba contra ese egocentrismo que conviven en todos nosotros, pero que algunas personas saben domesticar mejor que otras.

Y es que la profundidad de un artista se reconoce en instantes de felicidad desbordante. "Gracias", dijo la creadora tras recibir el premio. Breve, directa y sincera. No dijo mucho más. María Belén Morales en toda su esencia.