Existe, o eso dicen los expertos, un lugar en alguna parte de nuestro cerebro, al que llaman hemisferio, donde se localizan las sensaciones más placenteras del ser humano.

Entre ellas figuran el consumo moderado de vino y la música, que al encontrarse "potencian" sus cualidades, como así sostiene José Nicolás Boada Juárez (Ingenio, Gran Canaria), profesor emérito de la Universidad de La Laguna, donde ejerció como catedrático de Farmacología hasta 2010, investigador y presidente de la Real Academia de Medicina de Tenerife, institución en la que ingresó con un discurso titulado "El alcohol, algo más que una droga".

Este humanista es el autor del libro de ensayo y divulgación "El vino y la música. Divagación ligera", editado por el Cabildo de Tenerife y que contiene en sus 112 páginas las reflexiones de este melómano y amante del vino, sobre la armonización de ambos elementos, que se acompaña de sus propios dibujos.

"La idea de publicar este libro surgió como consecuencia de las conferencias que impartía sobre este tema en distintos foros. El resultado fue que por el ánimo de los amigos y conocidos me sentí empujado a reunir estas ideas en una publicación".

Desde entonces se dedicó a recopilar material, ordenarlo y estudiarlo hasta darle un carácter divulgativo a su trabajo.

Boada revisó más de 300 libretos de ópera y documentos referidos a cantares populares para constatar esta relación.

Las primeras referencias se remontan a la Grecia clásica, donde este experto ya descubre que uno de los padres de la medicina, Asclepíades, "mejoraba a los enfermos mentales con la administración de dosis de vino".

Precisamente, la vid nace y se desarrolla en aquellas regiones que asoman a la cuenca mediterránea, a excepción del Egipto islámico y las áreas magrebíes, hasta el punto de que "su influencia se pone de manifiesto en el folclore", dice.

Con todo, la manifestación más importante de esta simbiosis surge cuando el mundo heleno eleva a la condición de deidad a Dioniso, dios de la vendimia y el vino, de la locura ritual y el éxtasis, "que se representa sosteniendo un arpa en su cadera". De ahí, la traslación posterior al mundo romano con el nombre de Baco, divinidad también de la música y el vino.

Este estudioso llega a afirmar que "el nacimiento de la ópera no hubiera sido posible sin la existencia del vino", y fundamenta esta aseveración en el hecho de que este género se generó por influencia del clasicismo, "cuando se mira a Grecia, a la tragedia", es decir, la música del Renacimiento se apoyó en los elementos de esa época para construir su teoría. Un filósofo como Nietzsche estableció que la música era "dionisíaca".

A juicio de este especialista, la relación entre ambos no se reduce a las óperas europeas, sino que también "viaja" y se instala en la otra orilla del Atlántico. Así, el autor pone como ejemplo al compositor Aaron Copland, "quien en algunas de sus óperas utiliza esta combinación".

El catedrático recordó, incidentalmente, que el origen del himno de EEUU es un brindis londinense al que el poeta norteamericano Francis Scott Key modificó la letra y fue tal su éxito que el Congreso norteamericano decidió asumirlo como himno de la nación.

En la música vocal esta vinculación resulta evidente, dijo Boada, quien citó a músicos como Mozart, Bizet, Rossini, Verdi, Wagner, Berlioz o Donizetti, "quienes en sus obras vinculan el vino y la música", al igual que lo hicieron también Carlos Gardel, José Alfredo Jiménez y otros compositores de música popular latinoamericanos.

José Nicolás Boada Juárez creció en el seno de una familia y un ambiente muy marcados por la medicina y la literatura. Ha publicado algunos artículos, colaborado en revistas y participó de manera reiterada en recitales.

Pertenece a la Cofradía del Vino de Tenerife y es un habitual de las manifestaciones musicales, además de un dibujante.