Se abre el telón y aparecen Simple Minds sobre el escenario de un teatro madrileño. Podría parecer un chiste, pero se trata del concierto único y exclusivo en España que han podido disfrutar esta noche un millar de privilegiados, con una de las bandas clave de los 80 al alcance de sus manos y en dos actos.

En ese formato íntimo, Jim Kerr y el resto de esta célebre formación escocesa han hecho acto de presencia en el Teatro Nuevo Apolo, uno de los coliseos más representativos de la dramaturgia en la capital, aunque el resultado, por colorido, cantarín y festivalero, más se pareciera a un musical que a una comedia de Lope de Vega.

La excusa era presentar "Big music" (2014), su primer álbum integrado por material inédito desde hacía seis años, cuando lanzaron "Graffiti soul", y el primero bien valorado por la crítica en un período aún más largo. "Su mejor disco en 30 años", escribía por ejemplo la revista británica Mojo en su reseña.

Y es que el terreno verdaderamente abonado para Simple Minds fueron los 80, década a la que proporcionaron uno de sus mejores sustentos, con guitarras chisporroteantes y sintetizador en ristre, fluyendo del post-punk al new wave, ya fuera como nuevos románticos o avezados amantes del rock progresivo y de la electrónica.

"Estamos muy contentos de estar en Madrid, vamos a tocar nuevas canciones, pero por supuesto los clásicos también", avanzaba al inicio y en español el bajista Ged Grimes, uno de los miembros más jóvenes del grupo.

De este modo, frente a su última gira por España, "5x5" en 2012, en la que recuperaban temas de sus primeros cinco discos, los más experimentales y por ende los más raros, el público ha podido disfrutar hoy de un repertorio trufado de grandes éxitos, como "Let there be love", "Alive and kicking" o la imprescindible "Don''t you forget about me", la de la BSO de "El club de los cinco".

Ha sido un espectáculo generoso en fondo y forma, con dos horas y media de duración y más de dos docenas de canciones que han arrancado de forma puntual a las 21 horas con una versión del tema de The Call "Let the day begin", incluida en su último disco.

La extensa duración del concierto ha permitido desentrañar ampliamente este trabajo, que es -en palabras de Kerr- "el resultado de un regreso al pasado, que a través de las viejas canciones se filtra en las nuevas", con cortes reseñables como "Honest town", dedicada a su madre fallecida hace unos pocos años.

El aire autorreferencial de muchas de esas composiciones inéditas ayuda a mantener la sensación de viaje en el tiempo, sostenida sobre clásicos celebrados por los asistentes, como "Waterfront" o "Someone somewhere in summertime", extraídas del grueso de su mejor producción, desde el alabado "New Gold Dream" (1982), su primer éxito comercial, hasta "Real life" (1991).

Kerr, que mantiene aparentemente intacta la voz, contribuye a este "deja-vu" ochentero con sus bailes, con las maniobras acrobáticas con el pie de micro y con sus casacas (tres en total, dos de ellas a cuadros, como corresponde a este buen escocés), incrementando ese espejismo en el que es fácil y plancentero residir hasta que el uso de móviles en la sala alerta de su anacronismo.

Los teléfonos se han encendido sobre todo para inmortalizar "Don''t you forget about me", entonado por todo el aforo con ánimo de fiesta colectiva justo antes de la pausa de quince minutos que separa en esta gira los dos actos de su actuación, con una corista específica para cada tramo, a destacar sobre todo la de la segunda parte, Sarah Brown.

Este parón, que imita el esquema del teatro, no le sienta bien a los conciertos y frena su progresión, aunque, como sugiera Kerr, "den de sí para tomarse tres whiskys".

Quién sabe, sea alcohol lo que requiera la versión bailable de "Riders on the storm" de The Doors que han interpretado en los bises para filtrarla correctamente.

Suerte que, en lugar de acabar así, como hicieron en el concierto previo de Lisboa, han echado mano de una desnuda interpretación de la folclórica "Belfast child" y de "Sanctify yourself" para marcharse de Madrid precisamente así, santificados en su reino, que no es de este mundo ni de esta década, pero que se disfruta como el primer día.