El bochornoso asunto de las inacabadas obras del nuevo aeropuerto de Schönefeld, conocido como el aeropuerto Berlín-Brandemburg (BER), que llevará por nombre Willy Brandt, tiene mucho más que ver con la ingeniería que con la arquitectura, que tampoco es que destaque especialmente, pero a los primeros que echaron fue a los arquitectos y entonces la obra se lió aún más. La inauguración del aeropuerto se ha aplazado ya en varias ocasiones por "graves problemas técnicos", por ejemplo: no consiguen apagar las luces. Esta vergonzosa incapacidad, en un lugar supuestamente dotado de la última tecnología en autogestión energética, tiene a los alemanes completamente colorados.

Otra cuestión de ingeniería, y el problema más gordo, es la protección contra incendios. La última fecha de inauguración real, cuando supuestamente todo estaba ya preparado, fue cancelada ya que, en el simulacro de rigor, los bomberos de Berlín no dieron el visto bueno porque no fue posible evacuar a tiempo.

La apertura del nuevo aeropuerto estuvo, en un principio, prevista para 2010, pero hubo de ser aplazada hasta junio y después hasta octubre de 2012. En 2013 sus responsables dijeron que entraría en funcionamiento en 2014 porque tenían que corregir graves deficiencias técnicas. Estamos en febrero de 2015 y aún no se ha abierto ni se abrirá probablemente hasta 2017. La construcción, que arrancó en 2005, se ha convertido en una pesadilla para los alemanes, tan orgullosos siempre de la perfección y eficiencia de su país. Fallos de diseño, problemas de seguridad, errores técnicos... y la lista va en aumento. El proyecto ya le ha costado al Gobierno 4.500 millones de euros, pese a los 2.800 previstos inicialmente.

Este nuevo aeropuerto está pensado para sustituir a los aeródromos que operan actualmente, el de Berlín-Tegel, en el interior de la ciudad y que asume actualmente la mayor parte del tráfico aéreo, y el de Berlín-Schönefeld, a las afueras, y que es utilizado fundamentalmente por compañías de bajo coste.

La serie de fiascos no muestra señales de terminar. Desde la puesta de la primera piedra en 2006 casi todo lo que podía salir mal en el proyecto de construcción del aeropuerto más grande de Europa ha ido mal. En las redes sociales, los alemanes están siendo ridiculizados por no ser capaces de terminar un simple aeropuerto.

Los críticos ven la causa principal del desastre BER en el hecho de que los inspectores y los responsables fracasaron colectivamente. El consejo de administración no fue dirigido por especialistas, sino por dos políticos: el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, y el primer ministro del Estado de Brandenburgo, Matthias Platzeck.

En medio de todo el lío -cómo no- surgieron las sospechas de corrupción. El ex director técnico del aeropuerto, Jochen Grossmann, se enfrenta a cargos de corrupción. Se le acusa de haber aceptado cerca de medio millón de euros en sobornos.

Aparte del sistema de protección contra incendios defectuoso, otros problemas importantes han sido descubiertos. No hay suficientes mostradores de facturación, ni cintas de recogida de equipaje. Las unidades de refrigeración son demasiado débiles, creando el peligro de sobrecalentamiento y de cortes de emergencia, lo que dejaría el nuevo aeropuerto de Berlín sin computadoras. Encima de todo eso, se calcularon incorrectamente las trayectorias de vuelo y las zonas de protección de ruidos.

Desde hace un tiempo, debido a todos estos problemas técnicos, sobrecostes, corrupción y mala gestión del proyecto, autobuses turísticos -y no aviones- son los únicos vehículos que se ven a toda velocidad por las pistas del aeropuerto.

Y es que, a pesar de la vergüenza que les da, hay un flujo constante de personas deseosas de pagar 10 euros para ir a la excursión "Experiencia BER", que se ofrece cuatro días a la semana, en alemán solamente. También es posible apuntarse a un tour en bicicleta de dos horas por los terrenos del aeropuerto que cuesta 15 euros e incluye un pícnic.

Lo que pueden ver estos "turistas aeroportuarios" es solo la terminal del aeropuerto sin abrir, las pasarelas sin usar, los aparcamientos vacíos y una variedad de instalaciones aéreas. El autobús turístico conduce lentamente hasta la estación de tren, donde los trenes vacíos corren cada día para asegurarse de que los sistemas siguen trabajando. La parte delantera del edificio de la terminal principal ofrece una visión de "La alfombra mágica", obra de arte de Pae White, encargada especialmente para el vestíbulo de facturación. En la parte trasera, podemos ver "Gadget", una obra de arte que se ve como un collar de cuentas pop gigantes y está diseñado para cambiar de colores. Su autor es Olaf Nicolai. Una experiencia surrealista.