Hoy comienza a impartir en la Sala de Cámara del teatro Leal de La Laguna un taller coreográfico y del movimiento que se alargará hasta el próximo miércoles. "El punto de partida es identificar la voz del cuerpo", avanza la bailarina y coreógrafa grancanaria Mónica Valenciano, Premio Nacional de Danza 2012, antes de facilitar algunos detalles sobre la iniciativa desarrollada por el LEAL.LAV. "Tiene que ver con la percepción del tiempo; con la posibilidad de bailar utilizando el presente continuo. Hay una base muy poética, pero la clave está en entender el movimiento como algo sonoro y para ello vamos a trabajar mucho los sentidos con el reto de encontrar una conexión entre el bailarín y el movimiento orgánico", resume.

Este tipo de talleres es la prueba de que en el mundo de la danza, aunque aún con cierta lentitud, las cosas están cambiando, ¿no?

Cuando sentí que la danza me llamaba las cosas por aquí estaban bastante complicadas y, por lo tanto, el camino que debías recorrer era árido y solitario. Por fortuna eso ya no es así.

¿El hecho de que el teatro Victoria reciba un reconocimiento -le acaban de conceder el Réplica de Honor- también ayuda a visibilizar esos trabajos que antes quedaban en el olvido?

No tenía conocimiento de esto, pero es una gran noticia. Roberto Torres ha estado muchos años manteniendo vivo ese hilito que conectaba la realidad con el mundo de la danza y eso implica tener que realizar muchísimos esfuerzos.

¿Le sorprende lo que ha logrado construir Javier Cuevas en torno al LEAL.LAV?

El hecho de que Javier Cuevas esté al frente de ese proyecto, con todas las experiencias acumuladas programando en otros espacios y lo bien que conoce este mundo, es un acontecimiento. Que haya caído por Tenerife es una suerte inmersa que indica que existe un interés por hacer las cosas bien.

¿Cómo percibe la crisis un género artístico que siempre está en crisis?

Claro que se nota. Sobre todo, porque cada vez que vienen más duras lo primero que se llevan por delante son las actividades vinculadas con el mundo de la cultura, es decir, que se barre el espíritu de las personas que tratan de crear otros lenguajes. Si en un ciclo tan materialista y consumista no dejan que la creatividad fluya de forma natural existe un riesgo muy elevado de empobrecernos como personas.

¿Ganar el Premio Nacional de Danza ha cambiado su vida, le exige mucho más a la hora de enfrentarse al público?

No lo sé... A mí desde luego no me ha cambiado mi vida. Sigo trabajando igual que antes, ni más ni menos, y en ese sentido no me dejo impresionar. Mi compromiso y libertad no la cambia un premio, entre otras cosas, porque soy poco dada a darle más importancia de lo que tienen ese tipo de cosas. Acepto lo que conlleva que un grupo de personas hayan creído que lo merecía porque ahí me he dejado muchos años de trabajo y de transmisión de unos conocimientos. Obviamente no puedo ocultar que sí me reconforta que la resonancia de tantos esfuerzos no ha pasado desapercibida.

¿Cómo están sus reservas de ilusión después de tantos años dedicados al mundo de la danza?

La ilusión es lo que mueve la vida, y el movimiento es una parte clave de mi trabajo, es decir, que obligatoriamente tengo que seguir ilusionada con todo lo que hago. Lo que sí cambia es que ahora mi obra no es tan personalizada, sino que tiene una mayor conciencia social. No sé si tiene que ver con la edad, pero ahora tengo otra percepción de las cosas y valoro lo que hago más allá de mí. En ese sentido, sí me he dado cuenta de en estos instantes soy menos egoísta.

Antes tocó el asunto de las redes sociales como elemento dinamizador para la difusión de nuevos lenguajes, ¿pero hasta qué punto las nuevas tecnologías y el ciclo de cambio social que se percibe en la calle condicionan el diseño de una de sus obras?

Todo lo que está vivo influye y, por lo tanto, hay que oír a la sociedad para identificar sus problemas. Si uno sabe manejar la información que tiene a su alcance y no se deja aturdir, la capacidad de tener una opinión propia más o menos global es alta. Todos los cambios implica asumir unos riesgos. En este caso, entumecerse o sobrepasarse por un gran caudal de información nos puede conducir a un aislamiento o transformarnos en seres más impetuosos. En los sitios pequeños como las Islas recuerdo que cada vez que llegaba algo que sonaba un poquito distinto me quedabas con una sensación extraña; un sentimiento de asombro que siempre generaba la misma pregunta: ¿Pero esto existe? ¡No estoy loca, existe de verdad!

¿Han valido la pena cada uno de los esfuerzos que empezó a acumular cuando decidió dejar Canarias para formarse como profesional de la danza?

Tampoco tenía otra alternativa. Eso es como la sensación de hambre o sed, es decir, cuando se tiene uno busca por todos los medios a su alcance algo que comer o que beber. En mi caso no fue sencillo tener que hacer tantos desprendimientos y desgarros -en la familia y en el grupo de amigos- para lanzarme a ciegas a una aventura que con el paso de los años ha acabado bien.