Ahora que en la trinchera que hasta hace poco ocupaban los empresarios culturales hay más deserciones que francotiradores, que montar un concierto ya no genera sabrosas recompensas, que el riesgo se ha minimizado hasta unos límites casi liliputienses, es el momento de estar con los que siguen construyendo un tejido cultural que transmite una fragilidad preocupante... Lo de Búho Producciones empieza a ser serio. Sin caer en un pelotismo innecesario y gratuito, lo que está haciendo Javier Aguilar por la canción de autor se merece un guiño. Vale. Puede que el sonido del concierto del pasado sábado no fuera el más nítido que se haya escuchado jamás por estas coordenadas atlánticas (anoten esa incidencia en el listado de los puntos a mejorar), pero sin perder de vista una referencia tan importante, lo que queda es que ahí fuera hay gente que en medio de una crisis que sigue empeñada en no revelar su perímetro exacto está realizando apuestas arriesgadas.

En un mundo que parece estar dominado por los equilibristas (los que no paran de hacer piruetas para llegar a final de mes y los que buscan una oportunidad a través de un leitmotiv circense que siempre genera curiosidad, es decir, el típico más difícil todavía), lo mínimo que se puede hacer cuando aparecen casos como este es agradecer que la cultura no se escape por un desagüe hasta convertir una agenda de ocio en un desierto... Que Milanés haya vuelto a Tenerife es un regalo, pero no menos valioso es contar en vivo con la música de Andrés Suárez, un telonero a la altura del maestro: juventud y veteranía combinados en una noche de "Renacimiento" que dejó en cueros a un país con una tradición cultural apabullante, una nación que desconfía del cambio.

La Cuba de Pablo Milanés es pausada, pero reivindicativa; es música y poesía en una proporción perfecta. La Cuba de Pablo Milanés no olvida unas heridas del pasado que la mantienen convaleciente en un momento histórico. La Cuba de Pablo Milanés es fusión en estado puro. ¡Pablo está viejito! No de edad, sino de carrocería. Solo hay que ver su historial médico y el mimo con el que lo trata el séquito que lo acompaña para darse cuenta de que el artista ya no está para muchos trotes... Esa falta de energía hizo que la primera parte del concierto que dio en La Laguna fuera más mecánica que emotiva: se metió en su habitáculo y "disparó" los temas que promociona en su último disco como el niño de primaria que recita la tabla del siete. Eso sí, entonadito -la falló la voz en alguna fase- y con unas letras que son capaces de trasladar al espectador a unos escenarios de La Habana más señera. No ha cambiado el discurso, aunque se le ve menos peleón que hace dos décadas.

Al Milanés artista no se le puede juzgar por sus posicionamientos políticos, pero leyendo entre líneas el caudal de sus frases uno no se resiste a pensar que el músico ya está cansado. Pablo cantó a la vida, pero también "coqueteó" con la muerte en una fase del espectáculo en la que a más de uno se le hizo un nudo en la garganta. Ahí rompió el guion. Blindado por una banda típicamente cubana (no me llamen aún lumbreras por una afirmación que premia la tradición y no el sonido chatarra que se cuela de vez en cuando por internet), el cantante elevó el tono para citarse con "Yolanda" y otros clásicos que fueron recibidos con reverencia. ¡Ya está viejito, pero sigue vivo!

Y el público acabó rendido a sus pies...

Los últimos minutos de concierto reinó el desorden. Los que estaban más cerca del escenario acabaron a los pies de Milanés: bailando y a la caza de un selfie.