Una sociedad sin libros, sin lectores, sin foros críticos ni debate resulta fácilmente manejable. Ya desde la aparición de la imprenta, el poder ha intentado silenciar y controlar la transmisión de ideas, pensamientos y conocimientos, aplicando la censura, con la prohibición de lecturas y autores, el secuestro de publicaciones o hasta la quema pública de libros.

No hace tantos años, el librero representaba para la comunidad una especie de sabio cercano, auténtico guardián de ese legado del pensamiento humano que, además de orientar y educar en la lectura, también era capaz de descubrir textos escondidos y disponer su trastienda como foro de tertulias.

La presidenta de la Asociación de Libreros de Tenerife, Remedios Sosa, subraya cómo las "grandes empresas editoriales han absorbido a las pequeñas; el gerente no busca la calidad, sino rentabilidad económica".

Ahora bien, también destaca que, afortunadamente, en este escenario han surgido "pequeños sellos", proyectos alternativos, que mantienen viva la voz de aquellos autores que no encajan en la línea de los circuitos oficiales.

Remedios Sosa tira de estadísticas y descubre el descenso en la venta de libros que se ha registrado en Tenerife durante el año 2014, cifrado en un 40%, consecuencia de la disminución evidente de público lector, del efecto de una crisis que repercute en el producto cultural, ahora prescindible, la falta de apoyo institucional, la ausencia de proyectos y un hastío generalizado que provoca un ambiente de "desamparo".

Aunque una primera impresión puede llevar a a creer que el mercado acoge una gran cantidad de publicaciones -y ciertamente existe saturación de títulos- la tozuda realidad descubre que, de una parte, la calidad de las ediciones ha disminuido notablemente, para de esta forma abaratar costes, y las tiradas se han acomodado a un público casi familiar, circunstancia que se suma a la deserción de nuevos lectores.

Un paradigma de esas librerías que han logrado sobrevivir al tiempo y sus avatares lo representa El Águila, ubicada en la lagunera calle de La Carrera.

Este local, con vocación de papelería, escribió su primer capítulo en el año 1934, y salvo un paréntesis durante el periodo de la Guerra Civi española, con el paso de los años se fue convirtiendo, gracias al esfuerzo y el empeño de Agustín Santana Perera, en un referente para la ciudad.

Ahora son sus dos nietos quienes han recogido la herencia de tan singular negocio familiar y se afanan en mantener el espíritu que transmitió su abuelo.

Beatriz Santana recuerda cómo los vecinos se acercaban a la librería "en busca de unas revistas que se decía no estaban bien vistas por la sociedad de la época".

Desde la década de los 80 del pasado siglo, El Águila se ha orientado fundamentalmente hacia la distribución de "material escolar y productos de papelería", refiere Beatriz, y más aún a medida que los soportes digitales han ido sustituyendo los clásicos textos en papel.

Con todo, el objetivo de este negocio nunca ha sido el de convertirse en "una librería especializada ni técnica", de las que ya existen en el entorno de los campus universitarios, y aunque Beatriz Santana señala que lógicamente han sentido los efectos de la crisis, por el contrario subraya que "contamos con una clientela fiel, que mantiene el hábito de la lectura" y, además, la creciente llegada de turistas a la ciudad les está abriendo un nicho de mercado con expectativas ilusionantes.