Confiesa que ceñirse a los 2.400 caracteres de su columna de opinión ha contribuido a convertirte en una especie de jardinero zen que se pasa los días recortando sus textos. De hecho. asegura que "La canción de Roldán", el libro que hoy publicita en la XVII Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife (estará de 11:00 a 12:00 horas en la Carpa Arturo Maccanti) podía haber tenido doscientas páginas más. "Eso es fruto de la economía del lenguaje; algo que aún no había hecho en mi vida... Le puedo asegurar que eso duele bastante", dice el madrileño Fernando Sánchez Dragó (1936) respecto a esa poda literaria.

Editar un libro en España se ha convertido en algo relativamente sencillo, ¿no?

A finales de los años 70 y principios de los 80, que fue cuando publiqué "Una Historia Mágica de España", era más fácil... Editar un libro como aquel, con la firma de un autor desconocido, con cuatro volúmenes y que giraba en torno a una temática tan insólita sí que fue relativamente sencillo. Hoy, en cambio, es infinitamente más difícil publicar en un sello que tenga cierta distribución. Autoeditarse o entrar en el juego de una de esas editoriales que ponen un libro en el mercado si el autor paga, y que por lo tanto es una gran estafa, sí se consigue con cierta normalidad.

¿No tiene la sensación de que, con o sin esa estafa literaria, el mercado del libro está saturado?

Media humanidad sueña con publicar un libro; es curioso el prestigio que tiene aparecer en un libro. No sé puede imaginar usted la cantidad de personas que se han dirigido a mí en los últimos 30 años para contarme que sus vidas son de novela, pero que no la pueden escribir porque no son escritores. Esa gente paga para que yo cuente esas historias por ellos... Yo, por supuesto, muchas veces contesté que sí, aunque siempre he intentado explicarles que un escritor de verdad solo escribe sobre lo que lleva en su corazón y no de lo que hay en un corazón ajeno. Todo esto alimenta un fraude literario que está manipulando el sector del libro: Estados Unidos tendrá en el año 2.017 más escritores que lectores.

¿Entonces, es un problema de intrusismo o de protagonismo?

Hoy en día para tener éxito en este sector no es necesario saber escribir; cualquier persona con faltas de ortografías puede jalear una historia tanto en el formato tradicional como a través de internet... En este país hay un buen número de analfabetos a los que no les importa leer libros con faltas de ortografías.

¿Y usted, que cuida mucho el "esqueleto" de sus novelas, qué piensa ante esas atrocidades?

Internet, los SMS y los "chats" telefónicos son un regreso al gruñido del chimpancé. Lo que tarda una persona en hacer "click" en internet son 19 segundos, es decir, en cuanto ese tiempo se agota hace "click" y pasa a otro texto... Eso supone que a alguien que se proponga leer hoy en día "El Quijote", que por otro lado es algo bastante extraño en los tiempos que corren, le pasaría algo parecido a esto: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor... "Click". Eso es la muerte de la literatura y, por supuesto, la muerte de la lectura.

En varias entrevistas se refiere a su última experiencia literaria como una auténtica batalla moral contra los elementos; ¿realmente fue tan duro escribir "La canción de Roldán"?

Ha sido el proyecto más difícil de mi vida, pero ya no solo como escritor sino como ser vivo... Esa obra me provocó una crisis existenciaL de envergadura; un drama que me situó al borde del suicidio. Esto es una novela, es decir, literatura. Yo todo lo que escribo es literatura, pero nunca he recurrido tanto a ella como en este libro, que, sin embargo, es de difícil encaje porque confunde al lector. Muchos creen que este es un texto de revelaciones periodísticas fruto de una investigación o de una confesión sobre un asunto que a mí no me interesa lo más mínimo.

¿Por qué aceptó este encargo?

Los delitos que haya cometido Roldán me traen sin cuidado; lo que yo propongo en "La canción de Roldán" (Planeta), que por cierto no fue un encargo porque cuando me propusieron escribirlo dije que no, es hincarle el diente en un cebo literario; carnaza que podía morder a gusto... Roldán se convirtió en un personaje novelesco no por lo que robó en su día, que eso es algo que han hecho muchos y que por cierto es un acto bastante vulgar que ya ha dejado de ser noticia, sino porque fue secuestrado por Francisco Paesa. Estuvo un año en París en una situación análoga a la que se da con el prisionero de If. Roldán parecía un personaje de Dumas al que incomunicaron del resto de la sociedad y que se vio en medio de una guerra de poder entre un biministro de Justicia e Interior y un vicepresidente del Gobierno, que fueron los impulsores de aquella gran farsa de Laos, donde nunca estuvo, porque en realidad nunca llegó a salir de la zona de tránsito del aeropuerto de Bangkok. Una vez en España lo convirtieron en un delincuente, que ya lo era, en una cabeza de turco y chivo expiatorio que se chupó el mayor periodo de aislamiento penitenciario que se ha dado en este país. El Roldán de hoy es un jubilado que ha pagado con creces sus crímenes. Eso es lo que me interesa de Roldán: cómo se desplomó su mundo, su ideología, su patriotismo, su drama personal...

Siendo hijo de quien es, ¿lo normal es que acabara apareciendo un periodista?

En mí todo lo que no sea literatura es anecdótico; el periodismo también. Hay una parte de lo que acaba de comentar que es cierta, pero yo he sido periodista para llegar a ser escritor... El periodismo me permitió vivir en un momento dado de mi vida y, sobre todo, se convirtió en la forma más directa que tenía para acceder a la información que necesitaba, pero todo lo que hice al cien por cien en esta vida, desde los tres años, fue para ser escritor.

¿A los tres años ya sabía que quería ser escritor?

Eso fue lo que me preguntó un día una señora y eso lo que contesté. Yo quería ser escritor a los tres años. Mi literatura es egográfica porque mi vida está construida para ser un personaje de novela y el drama que viví con "La canción de Roldán" es que por primera vez me enfrentaba a una persona que no era yo, es decir, a una tercera persona. Eso me llevó a una situación límite porque ni tenía ganas de escribir ese libro, ni sabía cómo escribirlo. Tras aprender todas las armas de este oficio me volví a convertir en un aprendiz de escritor. Ese ejercicio a los 75 años -hoy tiene 78- fue una prueba existencial difícil de superar. En esta novela hay dos tramas: una la de Roldán y otra la de Dragó intentando contar la novela de Roldán.

Volviendo a su estilo; ¿su pasión por elegir las palabras casi de forma artesanal, esa búsqueda del léxico perfecto sigue siendo una constante en su obra?

Mi estilo es muy distinto ahora, pero es evidente que en todos mis libros se percibe una continuidad y coherencia, entre otras cosas, porque siempre es la misma mano la que maneja la misma pluma. En cualquier caso, yo percibo una evolución bastante notable desde el barroquismo acentuado a más no poder en la expresión, léxico y sintaxis de "Gárgoris y Habidis" a un estilo mucho más suave como el que se aprecia en "El camino del Corazón", que me parece una obra con un nivel más accesible a todo el mundo. Paco Umbral decía que el ordenador cambia el estilo. Yo era un escritor boscoso antes de cambiar la máquina de escribir por el ordenador, que fue una decisión que tomé no hace muchos años. Ese tránsito se ha notado en mi estilo porque usar el ordenador me ha convertido en una especie de jardinero zen que todo lo recortaba. Al final me he dado cuenta de que en literatura todo lo que sea cortar redunda en un beneficio.

¿Esa parte de periodista que no quiere "ejercer" es la que más lo expone en el escaparate de la crítica?

Ahí ha metido el dedo en la llaga. Para mí la felicidad es vivir oculto; algo que insensatamente rompí para transformarme en un personaje de éxito. Ese fue un cambio gradual que empezó a producirse a raíz de la publicación de "Gárgoris y Habidis", que se convirtió en el mayor bestsellers de su época. A partir de ahí me ubicaron en un escenario que detesto profundamente: la televisión es el medio más tóxico que conozco; yo la haría desaparecer del globo terráqueo. Antes las brujas se colaban en las casas por las chimeneas; hoy se cuelan a través de la televisión. Sin embargo, yo me pasé nada más y nada menos que 38 años presentando programas, siempre de libros, en televisión. Lo que no logro entender cómo es posible que un tipo cuyos programas se pasaban de madrugada y tenían tan poca audiencia puede acaparar estos niveles de popularidad. Igual es porque mis ideas son algo excéntricas y siempre me he sentido un niño raro que estaba convencido de que lo que yo pienso acerca de casi todo el mundo es lo contrario de lo que casi todo el mundo piensa de casi todo... Puede que no querer ser un clon al que le dan órdenes a través de un pinganillo y contar mi verdad sin censuras me convirtiera en un elemento polémico. Lo que no sé cuándo atravesé con exactitud esa línea de no retorno, porque mire que le doy vueltas al asunto de cómo desprenderme de esa popularidad, pero me he dado cuenta de que eso es imposible. Incluso, si me hubiera recluido como un vampiro en un castillo, lo único que hubiera logrado con esa medida es aumentar el mito. Yo antes viajaba para conocer lugares, ahora viajo para huir de España porque estoy harto de esta popularidad barata.