No hay nombre tan mágico como el de Venecia, ni hay lugar que evoque de manera más directa el ideal de la perfección consumada. Otras ciudades pueden ser más elegantes o más gloriosas, pero ninguna de ellas es tan milagrosa como Venecia.

Sueños, misterio y magia. De esa materia está hecha Venecia, de la misma que la mitología.

Pero para producir el icono Venecia, según la industria turística, el lugar debe ser reducido a características metonímicas simples, por ejemplo, la góndola o el Puente de Rialto, y tiene que estar siempre disponible, para que pueda ser puesta en escena una y otra vez, y reproducida una y otra vez, ya sea en souvenirs o fotografías.

En Venecia, el turismo utiliza la materia de la imaginación, del deseo y anticipación para volverlo un icono que todos queramos visitar. El turismo depende del embalaje y de cómo se cuenten los grandes relatos de la historia.

"Ah, Venecia", suspiró un vendedor de entradas, en la famosa novela "Muerte en Venecia" de Thomas Mann, al protagonista a su paso a través del Adriático. No sólo es el suspiro de soñadores y románticos, también es el suspiro del que se alimenta el turismo.

Sin embargo, a pesar de la magia, Venecia es también un lugar que, actualmente, escribe una historia no tan gloriosa pues exhibe muchas de las cuestiones que son indicativas de los problemas a los que se enfrenta el turismo contemporáneo: la degradación del medio ambiente; problemas de gestión del patrimonio histórico; e impactos negativos en la vida de la comunidad de acogida.

Muchos piensan que Venecia se encamina inexorable y lentamente hacia un día en que puede convertirse en la primera gran ciudad en el planeta que se transforma de una ciudad mercantil una vez vibrante, en un parque temático histórico.

Pero Venecia es mucho más que lo que el turismo ha hecho de ella. Lo que llamo la otra Venecia, que no es la de los souvenirs ni las riadas de turistas conquistando la Plaza de San Marcos, es la Venecia de la cultura, la Venecia de la Bienal, fundamentalmente, aunque también la Venecia de los exquisitos museos como el Palazzo Fortuny.

La Bienal, como concepto y forma de presentar lo último en arte al público, se convirtió en una fórmula cada vez más importante de exposición de arte internacional, especialmente durante los años 1990 y brotó en numerosas ciudades.

La Bienal de Venecia es algo así como la abuela de todas las bienales del mundo. Fundada en 1895, cuando las ferias del mundo eran la tendencia, el arte de diversas naciones se exhibió en los Giardini (el jardín), que es sede de varios pabellones nacionales, cada uno con su propia historia única de desarrollo arquitectónico. En aquel momento histórico Venecia se reinventó una vez más y se adelantó a todos de nuevo.

La enorme exposición se ha expandido en tamaño a lo largo de la ciudad de Venecia, con nuevos pabellones y recintos feriales que se añaden en cada ocasión.

La Bienal no se aferra a su viejo modelo al igual que lo hacen las viejas construcciones que sirven de pabellones, pues la realidad contemporánea del arte se contrapone a dicha sectorización nacional, y en un mundo globalizado donde el hacer de los artistas ya ha sobrepasado una dimensión territorial el Arsenale y el propio pabellón de Venecia cumplen ese papel de mezcla del arte a escala global. Y así Venecia se reinventa en cada bienal, ya sea de arte, o de arquitectura, de cine, o de teatro o de danza. Este año lo ha hecho de nuevo.