No se trata de una historia de ficción; tampoco de una novela de aventuras ni siquiera una entrega de literatura de viajes. Acaso el libro "Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín" -que ayer se presentó en el Real Casino de Tenerife- represente, además de una obra de indudable valor literario y documental, un gesto que salda parte de la deuda que la historiografía y la memoria colectiva han contraído con la figura de este tinerfeño universal.

Así lo sostiene su autor, Carlos Cólogan, quien considera que esta publicación -con prólogo de lujo a cargo de Eugenio Bregolat Obiols, diplomático y exembajador de España en China- "llega en el momento apropiado", cuando se perciben ciertos paralelismos entre la actual coyuntura y aquel junio de 1900, momento en el que en Pekín se desata un episodio bélico con el asedio a las legaciones diplomáticas extranjeras: la denominada rebelión de los "boxers".

Aquel conflicto que en 1963 se llevó a la gran pantalla con los rostros, entre otros, de Charlton Heston, Ava Gardner, David Niven y Alfredo Mayo, en el papel de Bernardo Cólogan, culminó con una represión "brutal y cruel" y la expoliación del Palacio de Invierno por parte de las potencias occidentales. Este hecho marcó las pautas de las futuras grandes alianzas y fue el germen de la conformación de "una fuerza multinacional", señala Carlos Cólogan.

Lo cierto es que los historiadores anglófonos se han ocupado de "orillar" la dimensión de la participación española en este capítulo concreto de la historia, si bien Eugenio Bregolat precisa cómo, afortunadamente, "España no disponía de tropas y sus soldados no protagonizaron actos de agresión", manteniendo una distancia que, unida a la condición de Bernardo Cólogan como decano del cuerpo diplomático, derivó en que llevara la voz cantante en las negociaciones posteriores al conflicto.

De hecho fue el primero en firmar el Tratado de Xinchou (1901), acto que se escenificó en la embajada española por la emperatriz y los representantes de las potencias extranjeras, según el cual China se reconocía culpable de la rebelión y sus consecuencias, admitiendo el pago de compensaciones y fijando nuevos acuerdos con las potencias internacionales.

Tras la rúbrica del tratado, después de largos y duros meses, el embajador español reconoció sentirse "agotado" y solicitó un merecido descanso.

Como era su costumbre, con ocasión del cambio de destino o en los periodos de vacaciones, Bernardo Cólogan se embarcaba en los correíllos rumbo a la Isla, rindiendo visita a su madre, que residía en La Orotava. Precisamente, como eco de los hechos de Pekín, el Ayuntamiento de la Villa decidió en 1902 rotular una calle con el nombre de los Cólogan.

Con todo, este diplomático trasciende como una figura que asumió el rol de protagonista de su época y notario de la historia, documentando a manera de diario la sucesión de los acontecimientos de aquel junio de 1900, con fotografías, ilustraciones con dibujos y redactar un diario que narra de una rigurosa cronología.

Su descendiente y autor de este trabajo, Carlos Cólogan, considera fantástico que el embajador entendiera el valor documental de la fotografía y, sobre todo, subraya lo que supone su relato en cuanto a "una visión sobre la diplomacia, centrado en sus compañeros de viaje, sus colegas europeos, y en los protagonistas de la parte china".