Un turista clava su mirada sobre él para confirmar que es la misma persona cuyo retrato cuelga en el acceso a la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna. El pintor viste una chaqueta de color negro que no caza con el calor que castiga a los transeúntes de la calle San Agustín, pero el aire acondicionado es traicionero y Cristino de Vera prefiere protegerse el pecho anudando sus cinco botones. Durante la sesión de fotos no se quita el sombrero, pero el bastón con el que apuntala sus pasos lo custodia su esposa. "La vida es muy fugaz", recalca mientras nos desplazamos al lugar en el que nace una entrevista en la que siempre acaba apareciendo un instante clave de su existencia: el día en el que decidió emprender un viaje que ya dura más de seis décadas y media. Cinco años después de su última visita a Aguere, el artista pisa otra vez su museo. El creador que tantas veces jugó con la muerte -a través de la representación de la calavera- mete en su boca media pastilla, bebe agua y da luz verde a una sabrosa conversación.

¿Cuáles son sus sensaciones al regresar a este edificio?

Siempre fui un espíritu nómada. A los 18 años me marché a Italia y quedé impactado con un cuadro que vi en la Galería Uffizi. En "Las tres Gracias" existía una belleza que era inimaginable para mí. Aquella visión fue algo grandiosa. Mi gran referente siempre ha sido El Greco. También Paul Cézanne, que era discípulo de mi gran maestro: Vázquez Díaz. No directo, pero sí indirecto. Hay maestros con los que se aprende en vida y otros que son invisibles. Yo aprendí mucho de Fray Angelico. La idea de abrir este espacio no me tentaba. Eso es algo que hay que hacer cuando uno ya está en el más allá, pero prometí a mi padre que le dejaría una obra. Él era una gran persona; sin todo lo que hizo por mí no habría conseguido casi nada... Estoy escribiendo un libro, pero no tengo prisa en acabarlo. Cuando vea la luz ya no estaré en este mundo.

¿Se marchó de Tenerife a los 18 años sediento de conocimiento? Sí, pero mi idea no era dedicarme a la pintura. Yo siempre he estado buscando cosas y en esa búsqueda permanente encontré la India. Allí aprendí muchos de los misterios que envuelven la vida. Uno cree que la vocación se elige y no es así. Hay algo muy extraño, el azar o el tiempo, que es el que elige por ti... El tiempo te transforma. Es el paréntesis que se abre al nacer que te lleva a la muerte, que es la señal para cerrar la vida con otro paréntesis. Esto es muy fugaz. Creemos que somos una especie superior y al lado del cosmos tenemos un tamaño inferior al de una hormiga. Leyendo a Stefan Zweig aprendí a luchar contra el demonio. El arte de la contemplación siempre deja a nuestro interior. Vázquez Díaz me repetía: "Tienes que aprender a dibujar porque la cosa creativa ya la tienes dentro; Cristino, tienes que dibujar".

¿Cristino de Vera es un artista místico?

Eso han dicho de mí durante muchos años. Mi pintura busca lo espiritual porque creo en el espíritu, pero eso es algo que ya se aprecia en la Cueva de Altamira. En nosotros existe una parte corporal que creemos controlar y otra que escapa a ese control.

Eso significa que en su obra hay un importante componente religioso, ¿no?

Es que la belleza, en general, no modestamente la que yo hago, está ligada al espíritu en todas las manifestaciones humanas y artísticas. Religión y espíritu no son una sola cosa. El maestro Eckhart, el místico más grande que ha existido, defendía que "Dios es la pura nada". Hay artes que además de la estética tienen ética porque están provistas de un poder curativo. ¿A usted le gusta la música? (aguarda un gesto para proseguir con su respuesta). Mozart es curativo, ¿no? Cuando pintaba se me iban las tardes escuchando su obra...

¿Qué piensa de los que atacan al arte "protegidos" por una religiosidad extrema?

Eso ya no es religión sino fanatismo; gente igual de pirada como las que en el pasado fomentaron guerras en el nombre de Dios. Eso es la antirreligión. El gran amigo o enemigo del ser humano es el tiempo. San Agustín, por ejemplo, decía: "Yo sé perfectamente lo que es el tiempo, pero cuando me preguntan no sé qué decir".

¿Alguna vez entendió la luz como un enemigo?

Ni la luz, ni la oscuridad. Tampoco veo a la muerte como un enemigo... En la vida hay momentos buenos y difíciles. La naturaleza es algo maravilloso, pero también cruel. A través de ella aparecen las epidemias y guerras que destrozan muchas vidas. Aunque puedan parecen dos cosas muy distintas, el fascismo y el comunismo se parecen... Al final todos los dictadores terminan siendo iguales. Hitler se presentó en Múnich a un examen de ingreso a un centro en el que se estudiaba Bellas Artes, pero lo suspendieron... Algunos alemanes se siguen preguntando: ¡Coño, si lo hubieran aprobado nos habríamos ahorrado todos estos disgustos! Pues igual ese hombre se hubiera entretenido en el taller y no habrían ocurrido tantas calamidades. El profesor Jung, que era uno de los grandes seguidores de Freud, cuestionaba cómo era posible que la idea demoniaca de un hombre hubiera sido capaz de cargarse casi a una raza. Esto es política histórica, el resto no me interesa.

¿Se ha convertido en un ser apolítico?

Ya hace mucho tiempo que no hablo de política; creí un poco en ella cuando era joven, pero nada más... He visto barbaridades que me obligan a poner distancia con la política. Ese es otro misterio del que yo no hablo. Por favor, no me ponga nada de política...

¿Tratar la muerte con tanta naturalidad, en su obra y fuera de ella, le ha hecho perder el miedo?

Yo tuve unas vivencias cuando era pequeño cerca de unos tíos que eran un poco nerviosos, un tipo de locura que afectó a varios hermanos de mi padre. A él no. Mi padre no tenía esos problemas. El otro ramalazo me vino con la posguerra: la tuberculosis y el hambre. Aquí solo se comían plátanos y tomates... Cada vez que miraba la cara del chico que me enseñó a jugar al ajedrez llegaba a sentirme culpable de la fragilidad humana. ¿Pero qué culpa podía tener yo? Solo era un niño asustado; yo no inventé la guerra. Crecer en una época tan dura marca una vida. Estoy escribiendo un libro que trata de la relación del sufrimiento con la belleza. Aún no sé si tendré tiempo de acabarlo, pero esas dos cuestiones están muy ligadas entre sí.

¿Para encontrar la belleza hace falta sufrir?

Eso no se lo puedo decir... Lo que sí sé es que en el I Ching se explican muy bien los antagonismos entre el día y la noche, el placer y el dolor, la luz y la sombra o el blanco y el negro. En todo eso sí que creo... Por mi experiencia, y por otras de las que he sido testigo, si se pasa una época de sufrimiento después viene un ciclo de felicidad. La vida tiene algo de infernal. Esa es la percepción que tuvo Heidegger cuando planteó que esto era una cárcel que nos mantiene presos permanentemente porque el que no contrae una enfermedad, sufre la guerra o conoce la pobreza. El otro día en una charla encontré al hombre feliz. Es de su edad, más o menos, y en su cara había felicidad. Estoy cansado de ver tristeza en las caras de las personas. Cuando llegué a Madrid y bajé al metro, que era una experiencia que no había experimentado jamás, encontré a personas que estaban tocadas por otra luz que no era natural... Transmitían un rictus de amargura que no llegaba a entender a pesar de que yo me siento un modesto buscador.

Y si no hubiera sido pintor, con esas dudas iniciales que tuvo, ¿a qué se habría dedicado?

No tengo ni idea; yo no elegí ser pintor. Aquí nadie elige nada. Uno cree que elige, pero no elige. ¿Una persona puede elegir que mañana se levante con un calambre, que lo tengan que llevar a un hospital y que le corten una de sus piernas porque tiene un cáncer? El 15 de diciembre cumplo 84 años y la verdad es que pocas cosas me quedan por elegir. Lo único que tuve claro cuando me marché de la Isla es que tenía 18 años y ya había visto demasiada amargura. La vida en una isla tiene sus problemas.

¿Se le quedó pequeño este universo insular?

Aquí yo no conocía las estaciones. Veía películas con unos inviernos durísimos, pero no tenía ni idea de lo que era nevar. Contemplaba cosas, buenas y malas, que estaban fuera de mi alcance. Yo estudié Náutica y hablé con mi padre para irme en cuanto fuera posible. Un barco mercante es algo bastante parecido a un monasterio: está el mar, el silencio y los elementos que hay que tener para encontrar la verdad. Yo hice la carrera de Astronomía, pero un día se me cruzó la pintura y de un hecho fortuito descubrí este oficio.

¿Entonces llegó a la pintura de forma accidental?

Yo tenía más facilidades para la escritura gracias a los hermanos de La Salle San Ildefonso. Nos fugábamos mucho, pero cuando nos pillaban el castigo era escribir una redacción. Aquel profesor era una persona buena, pero su método para enderezarnos eran las narraciones. Las mías le gustaban mucho. Un día escribí un relato de un tipo que estaba en un barco que se hunde. No hay solución. Aquel individuo trata de recordar, porque todos tiramos de la memoria en cuanto nos aprietan un poco, los momentos más felices de su vida mientras se acerca el final. No sé lo que vio en aquel texto, pero me dijo que había "pintado" realmente bien aquella desgracia.

¿Tiene alma de humanista?

Yo no me considero juez de mí mismo... En todas las profesiones hay momentos en los que unos tratan de enjuiciar lo que has hecho, pero no se fíe. Ni para bien, ni para mal porque el único juez que existe es el tiempo. El Greco, por citar a un grandísimo pintor, estuvo tres siglos olvidado. Mozart acabó en una fosa común porque las personas que lo protegían, los aristócratas que pagaban sus facturas, se cansaron de él y buscaron a otro genio. Yo creí que cuando llegara a esta edad iba a tener un poco más de claridad y no la tengo. Al revés, ahora todo es más complejo.

¿Pero ya está tirando de memoria?

La memoria está bien. El problema más serio lo tengo en la vista. Más atrás sufrí una parotiditis que me dio mucha lata, pero los médicos no encontraban la solución. Al final dieron con algo y me trataron con un antibiótico que me destruyó parte de este ojo -señala con uno de sus dedos el globo ocular izquierdo- y el otro está un poco tocado.

¿Teme quedar lisiado en vida, que uno de sus sentidos lo debilite como creador?

Sí, claro... A día de hoy le tengo más miedo a la ceguera que a la muerte. Hasta hace poco creía que la muerte era un drama, pero mi gran drama sería perder la vista.

¿Esa oscuridad sí que le impresiona?

Siempre he creído que la mayor crueldad de esta vida es que te quiten la visión después de haber disfrutado de ella. Cuando vives con la ceguera desde la niñez te acostumbras a esa oscuridad. Es igual de duro, pero aprendes a desarrollar otras sensibilidades que las personas que ven no tienen.

¿Qué percepción tiene de los nuevos creadores?

Los artistas de hoy persiguen el éxito fácil; algo que les encumbre a la fama muy rápido. Antes, todo parecía más espiritual y estaba asociado a lo religioso. ¡Menos mal que muchos de los grandes científicos modernos han decidido pasarse a la mística!

¿En una tierra en el que las vanguardias artísticas fueron determinantes, cabe esperar una revolución parecida en los próximos años?

Habrá que esperar un tiempo a ver qué pasa, porque hay pintores, escritores, pensadores que están haciendo cosas en estos momentos. No sé si volveremos a conectar con una corriente que contenga los elementos que impulsaron el surrealismo. Aquello no fue fácil. Sobre todo, porque únicamente había un par de páginas para contar lo que estaba ocurriendo. En ese sentido, hoy sería más sencillo transmitir unos ideales. Pérez Minik me contaba cosas que casi siempre estaban unidas al sufrimiento de unas personas que perseguían la belleza. Óscar Domínguez era un creador fantástico, pero la pintura lo hacia sufrir. Su final estuvo marcado de un gran dramatismo. Lo mismo le pasó a Van Gogh, pero detrás de esta muerte hay un hecho de santidad. Yo he leído mucho sobre él. Van Gogh conoció a una pobre prostituta. Por lo que he podido conocer a través de la lectura de su correspondencia, una mujer poco agraciada, fea y con los pechos caídos, pero él la conoció y se compadeció de ella. Todos los grandes hombres son compasivos; la gente cruel no viene del mismo lugar de la gente que va buscando la belleza y los buenos sentimientos. Van Gogh, que en vida solo vendió un cuadro, no dudó en ayudar a aquella mujer.

¿Cómo deben recibir las personas que están detrás de esa cristalera -un grupo de turistas atraviesa un largo pasillo- el contenido de este museo?

Les podría facilitar algunas normas generales de la contemplación porque solo mirando se llega muy lejos. Tampoco viendo. La gente pasa por los museos; no trata de entenderlos. Presta un poco de caso al guía y solo se fija en obras que trae memorizadas de casa. Van al Louvre, por ejemplo, a ver "La Gioconda" y no prestan atención al mejor cuadro de Da Vinci.

¿Y cuál es el mejor cuadro de Da Vinci?

Uno que está a seis metros de "La Mona Lisa". Ese cuadro no lo mira nadie porque al lado cuelga una obra muy literaria. No es que sea una mala pintura, pero cualquier otro dibujo de Leonardo tiene más misterio.

¿Todavía pinta?

Cada vez menos porque con la vista como la tengo me da miedo, pero sí. Mi vida es cada vez más difusa. Incluso ya no me gusta la ciudad en la que vivo. Este Madrid es ruidoso. No es el que me enamoró, pero es la ciudad de mi despedida. Seguramente aquí tendría más tranquilidad, pero en la Isla ya solo me queda un hermano. Pocas cosas me atan a Tenerife.

Las reflexiones de Cristino de Vera se enredan con las invisibles notas de una música contemplativa que genera un ambiente de gran recogimiento en las distintas dependencias expositivas de la Fundación. Él, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor, agota las últimas respuestas de una entrevista en la que reaparece su niñez. "Antes de marcharme de Tenerife los más afortunados podíamos comer pescado. A veces, mucho pescado. Tanto que te llegabas a hartar de su existencia", rescata sin olvidar que "yo no supe de la existencia de un buen solomillo hasta que llegué a la Península. Tardé en comerlo, pero lo probé", declara antes de contar un pecado venial. "Un día le insistí mucho a mi madre para que me comprara un helado. Al rato ella pidió que le diera y no me quedaba. Su reacción fue decirme: "Algún día tendrás el conocimiento para saber que yo también fui niña y que me gustaban los helados".

Cristino de Vera (1931), Premio Canarias de Arte 2005, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes y Premio Nacional de Artes Plásticas 1998, revela durante una conversación que se alarga durante casi una hora y media en un despacho de la Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias de La Laguna que a los pies de su cama tiene un par de antiguos tocadiscos. "Le he dicho a mi mujer que cuando vea que me estoy yendo ponga música. No he decidido aún cuál de los dos porque en uno tengo La Pasión según San Mateo de Bach y en el otro El Mesías de Händel. Solo hay que darle a un botón", afirma con una naturalidad que acompaña con una fugaz referencia al director de orquesta austriaco Herbert von Karajan. "Leí en un periódico, creo que era el ABC, una entrevista que le hicieron a una de sus alumnas más aventajadas en la que se hablaba de cómo había muerto. Primero, Karajan mandó a grabar todos sus adagios pero al final cambió de opinión, por lo visto eligió la de Bach... Para mí la de Händel me parece más elevativa, pero las dos son una gran opción". De Vera hace un receso (durante unos segundos se hace el silencio) y regresa con un recuerdo. "Un amigo me llevó al Teatro Real a ver a Karajan, que venía con la Filarmónica de Berlín. Pagó él porque yo no tenía dinero para comprar aquella entrada. "Karajan ya trataba sus dolores de artrosis con morfina, pero a pesar del sufrimiento que transmitió en momentos puntuales del concierto -cuando necesitó apoyar su espalda-, fue una visión maravillosa", explica un artista que se marchó de Tenerife en 1951.