Cuando la literatura se deshoja de vanidades, cuando se desprende de su carácter ceremonioso, el resultado debe ser muy parecido a las historias que recorren las páginas de "Pepita Chiflalinda y la isla de Pitipititotó", un conjunto de relatos sin más pretensión literaria que despertar la imaginación y proponer un juego, animar a la lectura y, sobre todo, recaudar fondos para aquellas causas relacionadas con los derechos del niño,

Su autora, la periodista de Televisión Española (TVE) Paqui Hernández, presentaba ayer esta obra en la Librería Agapea de la capital tinerfeña, acompañada por el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, José Carlos Acha, y el ilustrador de las historias, Víctor Jaubert.

La escritora desveló que su intención al publicar este libro no era otra que "demostrar cómo la literatura también puede ayudar a cambiar la vida que vivimos y la que le ha tocado vivir a los niños más desfavorecidos".

De hecho, explicó que el objetivo inicial era el de recaudar 3.000 euros para el fondo que Naciones Unidas tiene para la infancia. Lo cierto es que esta cifra se cubrió el pasado sábado, por lo que todo lo que se ingrese a partir de ahora por la venta del libro se destinará a causas relacionadas con los derechos del niño, canalizadas a través de ONG locales.

Las páginas de "Pepita Chiflalinda y la isla de Pitipititotó" admiten diferentes lecturas, tantas como miradas cómplices, porque este relato está concebido como "un libro-juego", en el que se propone desde "completar y colorear las ilustraciones", hasta rellenar "los espacios vacíos con palabras inventadas". De esta manera, cada lector participa en la creación de la historia y le imprime su propia personalidad.

El cuento, para lectores desde 6 a 101 años, narra las peripecias de Pepita Chiflalinda, una niña que propone a sus amigos un viaje hacia la isla de PitiPitiTotó. Pero es preciso cumplir cinco requisitos: no haber comido jamás ratones verdes; haberse zampado cien palabras fritas; ver bien, porque a veces no diferenciamos lo importante de lo que no lo es; mirarse en un espejo y hablar con su reflejo, algo así como reconocer de dónde venimos y adónde vamos, y ser feliz, un objetivo complicado.

La autora incide en que el relato "está lleno de trampas léxicas, juegos de palabras y también algunos vocablos inventados".

Los niños se representan como conejos de indias, una alegoría de esa etapa donde resultan moldeables. Son dieciséis y un pájaro.

La narradora se puso en contacto con Víctor Jaubert, ilustrador de origen palmero afincado en Tenerife, quien tras conocer el proyecto lo reconoció "cargado de contenido; cada frase en sí misma es una historia", y se enfrascó en la tarea de ponerle imagen a las palabras. "Cuando empezamos a crear la figura de la protagonista, la concebí con un aire de pizpireta", afirma, y terminó siendo pelirroja, como Ana de las Tejas Verdes.

El concejal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz, José Carlos Acha, destacó el carácter altruista de esta publicación, además de lo que representa como dinamizador de la lectura. "Esa mezcla es maravillosa", dijo.

El lector debe acabar las ilustraciones coloreándolas, completar las líneas de punto y hasta partes del relato o, incluso, dibujar a un personaje, Lola Imaginacosas, transparente y con zapatos de lechuga.

Pepita se mueve en un mundo de flores, plantas, color y rarezas. Es una niña de expresión exagerada, la protagonista de una historia que busca "provocar la imaginación a través de la literatura", como lo hicieron Alicia en el País de las Maravillas o Pipi Calzaslargas.