Érase una vez una ciudad donde solo había manifestaciones: una revuelta por aquí, un jaleo por allá. Una ciudad que decidió entregar sus madrugadas a la industria "hollywoodiense" a cambio de una generosa compensación económica. Un cargamento de euros con el que se hace más fácil asumir que la plaza que va a aparecer en "Bourne 5" no será la que está delante del Cabildo sino la plaza Syntagma de Atenas. ¿Alguien sabe si Paul Greengrass tiene previsto rodar algo que no sea una manifestación montada por unos insurgentes de los barrios de El Toscal, La Longuera o La Camella? Cargas policiales, explosiones, gritos y gente "sobada" sobre las aceras: a Santa Cruz de Tenerife no la va a reconocer en "Bourne 5" ni la santa madre que la trajo a este mundo.

Que el "cachas" de Matt Damon se descamise en Taco es un hito que dentro de unos años engordará las leyendas que los abuelos contarán a sus nietos; un hecho difícil de creer por mucho que el descendiente de turno se acerque a la pantalla de un televisor, ordenador u otro reproductor de imágenes para tratar de identificar la avenida Tres de Mayo en la secuencia en la que el agente Jason Bourne roba la moto a un policía griego y se encuentra de frente con unos indignados algo destrozones. Tranquilos. De noche todos los gatos son pardos. Eso lo saben bien los profesionales de la segunda unidad; los responsables de disfrazar el barrio de Salamanca para que el espectador perciba que se está tomando un barraquito, perdón, un café griego, en un céntrico establecimiento del siempre bohemio Plaka.

Matt Damon, Jason Bourne y sus dobles -incluido el especialista al que enlacan su cabellera hasta convertirlo en una especie de Tintín antes de protagonizar una escena en la que varios agentes acaban en el suelo- tienen alma de serenos. No vigilan las calles ni prenden farolas, pero se manejan de noche con la soltura de los murciélagos; con la misma habilidad con la que los vampiros buscan sangre fresca entre tinieblas.

Ver a un tipo levantando una cortina de humo con una "cafetera" y un abanico es algo cutre. Observar cómo las piedras rebotan contra el suelo con la misma facilidad con la que un muñeco de goma decide "suicidarse" desde lo alto de un ropero es tan básico como el cuadro de mandos de un "cuatro latas" (Renault 4). Ser testigo de ese fatídico instante en el que un operario grita "bocadillos de pollo" es surrealista.

El esqueleto de un rodaje no es bonito. Si tuviera que buscar un ejemplo para explicar lo que ocurre después de que el director grite "three, two, one, action...", lo más parecido sería ese paño de seda que confía en la pericia de un sastre para metamorfosearse en un elegante traje. Y es que hasta que no se distinguen sus formas, todo son señales de tiza, costuras superficiales y hasta algún que otro alfiler.

En el cuento de "Cenicienta" la magia se alarga hasta medianoche. A esa hora hay que abandonar el castillo del príncipe a toda pastilla para evitar que el hechizo deje de ser efectivo. Sí. Sobre la decimosegunda campanada la carroza se transformará en una calabaza, los corceles en ratones y la única zapatilla de cristal que ha sobrevivido a la huida en una alpargata. Paul Greengrass -este señor tiene nombre de personaje de cómic de Marvel o DC- ha volteado ese relato para convertir a su actor "fetiche" en un currito de barriada que se pega, si el guion así lo exige, con el Pollito de La Frontera, que llega al escenario de un rodaje en un 4x4, que se mete las noches en vela a golpe de Paponazos o Musaca. Y es que durante la noche el hambre aprieta.

Además de ese minuto de gloria que suele llegar pasadas las doce y media de la noche, justo cuando un empleado oferta unos sacos de bocadillos de chorizo, hay escenas que alimentan la condición de terrenal de esta superproducción de más de 60 millones de euros de presupuesto. Una chica, por ejemplo, interpreta con una gran carga de dramatismo, como si de Scarlett O''Hara se tratara, que nunca más volverá a hacer caso a su madre, que está harta de manifestarse de siete de la tarde a seis de la mañana, que en el futuro no piensa acudir a un castin en el que pueda intuir la palabra revuelta... Vamos. Que ni por Matt Damon, ni por sus dobles se vuelve a meter en un lío de estas dimensiones. Eso sí, en ningún momento de su calentura dio detalles sobre lo que gana cada vez que un supervisor de figurantes les reclama unos gritos en heleno, que agiten una bandera anarquista o que se enfrenten con sus compañeros de rodaje.

La segunda semana de rodaje llega a su fin sin novedades. Con un estricto vigilante ubicado delante de la puerta de su edificio que le impide ir a por tabaco, con unos cuantos puñados de curiosos que aguantan el tipo hasta las siete de la madrugada, con unos policías de verdad que estos días juegan a ser policías de mentiras, con un Matt Damon que viaja en 4x4.